Carmen Romero Lorenzo

Hijas del futuro


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como la novela histórica, negra y policíaca han «subido» de nivel en la valoración por parte de crítica y público.

      Nos interesan especialmente, en este caso, los géneros no realistas o no miméticos: la ciencia ficción, lo fantástico y lo maravilloso o fantasía. El terror es un género transversal, puede ser realista o estar unido a lo maravilloso, aunque, con mucha frecuencia, se vincula a lo fantástico. En cuanto a lo real maravilloso y al realismo mágico, es posible incluirlos dentro de lo maravilloso, a pesar de que tienen también elementos propios de lo fantástico.

      Resulta muy curioso que, entre los lectores aficionados a los géneros no realistas, e incluso entre sus escritores y críticos, haya tanta disparidad de opiniones sobre lo que son o no son esos tipos de literatura. Cierto, como ya he dicho, que la categoría «género» es discutible, precisamente porque los géneros interaccionan entre sí, se mezclan y evolucionan. Cosa muy diferente es que no existan unos criterios mínimamente rigurosos para definirlos o que las posibles definiciones se basen en opiniones de cada cual. Esto no sucede en otros ámbitos de la literatura. Y más aún, no parece haber demasiado interés en basar esas opiniones, con frecuencia meramente intuitivas, en estudios teóricos ya realizados.

      También se hace cómodo pensar y decir que los géneros son simples etiquetas para bibliotecas y librerías. Pero si profundizamos en el tipo de literatura que escribimos o que nos gusta como lectores, estudiando acerca de ella, descubriremos que las diferencias entre géneros y sus características peculiares tienen una razón de ser, pues reflejan una identidad, además de una manera de enfrentarse y plasmar la realidad y el mundo.

      Vamos a ver, muy brevemente, las diferencias principales entre lo maravilloso, lo fantástico y la ciencia ficción.

      En lo maravilloso o «fantasía» (nombre, este último, que se utiliza más comercialmente) aparecen entidades de ficción sobrenaturales e imposibles, que son aceptadas con normalidad por los personajes, quienes viven en un ámbito fabuloso o acceden a él, de manera temporal o definitiva, normalmente a través de un paso o umbral. También los lectores admiten lo sobrenatural sin el menor problema y sin que eso cuestione sus certidumbres acerca de la realidad, mediante el pacto de ficción característico de este género.

      Ejemplos son El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien, la serie Harry Potter de J. K. Rowling o la saga de Mundodisco de Terry Pratchett. La fantasía, donde predomina lo mágico y lo imposible, se asocia a la literatura infantil y juvenil, a los cuentos de hadas, pero también hay una fantasía para personas adultas, como la que escribe el autor británico China Miéville en su trilogía ubicada en el universo ficticio Bas-Lag. Otro ejemplo es la magistral novela de Ana María Matute Olvidado Rey Gudú, en la que recupera el ámbito de lo maravilloso para un público maduro, que, y ese es uno de los principales temas de la obra, no debería (no deberíamos) perder la capacidad de ir más allá de la realidad empírica.

      En la ciencia ficción, sin embargo, los elementos sobrenaturales (precisamente en el sentido de que van más allá de las leyes de la física que conocemos) son presentados como posibles en otra realidad espacio-temporal, donde la ciencia, la técnica o cualquier otro campo de la vida humana han evolucionado lo suficiente para que esos elementos existan. El género parte, pues, de un novum o novedad no existente en la realidad espacio-temporal (presente y pasado históricos) del/la autor/a y especula a partir de él. Cierto que hay obras de ciencia ficción con elementos por completo inverosímiles, pero ahí se trata de una hibridación con la fantasía.

      Un buen ejemplo de ciencia ficción es la novela corta 36, de Nieves Delgado, que especula sobre la existencia de una primera IA (Inteligencia Artificial) capaz de tomar decisiones y pensar por sí misma. Se nos muestra así cómo la ciencia ficción se basa en un «¿qué sucedería si…?» que intenta parecernos plausible y racional.

      Lo fantástico funciona de manera distinta. Supone la intrusión de lo sobrenatural en nuestra realidad conocida, en nuestra vida cotidiana. Una irrupción que desestabiliza y socava nuestra seguridad sobre el mundo e incluso sobre nosotros mismos. De ahí que los personajes sientan inquietud, temor o pánico, y que su salud psíquica y física peligre hasta el punto de poder volverse locos o morir. El efecto de inquietud y miedo se produce también en el público lector (aunque por supuesto puede haber personas que no lo sientan).

      Un ejemplo de lo fantástico es la novela La lógica del vampiro de Adelaida García Morales. En ella, la protagonista se enfrenta a un extraño personaje cuyo comportamiento va más allá de lo natural. Al final de la novela, la narradora nos dice: «En definitiva, todo giraba en torno a la fortuita y aleatoria distinción entre lo que ya estaba establecido que podía ser real y lo otro, aquello para lo que no existían nombres ni medidas, aquello que constituía solo un escándalo para el sentido común» (García Morales, 1990: 189).

       Feminismo, género sexual y perspectiva de género

      Paso ahora a explicar qué es la «perspectiva de género». Se trata de una forma de analizar diferentes ámbitos de la vida humana, entre ellos la literatura, y se incluye dentro de los «estudios de género». Dentro de ellos estaría la perspectiva feminista, la LGTB-QIA (lesbiana, gay, trans, bisexual, queer, intersexual y asexual), la investigación sobre las masculinidades y la intersección de estas condiciones con la raza o etnia, clase social y religión.

      El concepto de «género sexual» comienza a generalizarse en la segunda mitad del siglo XX, frente al uso anterior de «sexo». Se plantea que el género sexual es una construcción cultural y social, referida a lo masculino/femenino, varones/mujeres, y no una realidad «natural», esencial e inmutable, como ha podido entenderse la noción de «sexo», también hoy muy discutida; de la misma manera que la pretendida superioridad «natural» del varón sobre la mujer y de unas etnias sobre otras, construcciones consideradas ya falaces. Somos productos de la cultura, la historia, la economía y la sociedad, aunque pueda haber, desde luego, componentes biológicos. Hablar de «construcción» no quiere decir algo totalmente inventado, una entelequia artificial, sino que se trata de una interpretación de la realidad. Los seres humanos conformamos nuestro pensamiento y esa realidad a través del lenguaje. Este supone una categorización de lo real: lo «prediscursivo» es un continuum o materia que podría estructurarse de muy distintas maneras. En el caso de los cuerpos humanos, en toda su diversidad, hemos elegido la dicotomía macho/hembra, varón/mujer, o la división en razas (concepto este último, profundamente cuestionado también). No trato de negar la presencia de la realidad biológica, sino que planteo que esa realidad se interpreta (y se utiliza), pero no es la causa «natural» de la desigualdad, pues de serlo estaríamos ante un determinismo biológico muy difícil de cambiar (y que, sin embargo, hemos superado en muchos otros aspectos).

      Hablo de «varones» y no de «hombres», aunque ambos términos han pasado a ser equivalentes, porque, «hombre» viene del latín homo, -inis, que significa «ser humano». En castellano, la oposición correcta sería varón/mujer, macho/hembra.

      El feminismo nace en el siglo XVIII, en la Ilustración, aunque, por supuesto, hubo antecedentes. Su objetivo ha sido, desde el principio, la liberación de las mujeres del patriarcado. Es importante aclarar que «mujeres» no es lo mismo que «mujer», ya que este último término, en su singularidad, connota una condición esencial y única para todas nosotras, una identidad común que es rechazada por muchos feminismos. De ahí que estos prefieran hablar de «mujeres» en plural, para aludir a toda nuestra diversidad. De igual manera se habla de «feminismos» en vez de «feminismo» para dejar claro que existen diversas tendencias en este movimiento, aunque se puede utilizar la segunda forma para referirse al pensamiento feminista en general. Lamentablemente, la extensión de este artículo no me permite exponer las diversas corrientes feministas que se han dado a lo largo de la historia y que continúan existiendo hoy.

      Como ya he señalado, el/los feminismo/s busca/n la liberación de las mujeres del patriarcado y la equiparación en derechos. El «patriarcado» es un sistema o estructura muy antigua, en la cual los varones detentan el poder económico, político, social, cultural y legal, del mismo modo que las personas blancas han oprimido