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       CRUZADA ANTIALMOHADE

       El nuevo imperio norteafricano y la respuesta peninsular

       Del desastre de Alarcos a las victorias de Las Navas de Tolosa y de Alcácer do Sal

       DEFINITIVA “HISPANIZACIÓN” DEL ESPÍRITU CRUZADO: LA “GRAN RECONQUISTA”

       OFENSIVA MERINÍ Y COMIENZOS DE LA “GUERRA DEL ESTRECHO”

       LA EXPANSIÓN DE LA CRUZADA EN EL BÁLTICO

       LA CRUZADA BERNARDIANA CONTRA LOS WENDOS

       LOS “PORTAESPADA” Y LA CONQUISTA DE LIVONIA

       ORDEN TEUTÓNICA Y CRISTIANIZACIÓN DE PRUSIA

       NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

       Epílogo: críticas y continuidad

       NOTAS BIBLIOGRÁFICAS AL EPÍLOGO

      Carlos de Ayala Martínez es doctor en Historia Medieval por la Universidad Autónoma de Madrid (1985), donde en la actualidad es catedrático del Departamento de Historia Antigua, Historia Medieval y Paleografía y Diplomática. Sus líneas de investigación son el reinado de Alfonso X de Castilla, las Órdenes militares hispánicas y los problemas relativos a la cruzada y guerra santa en la península, así como sus implicaciones en la legítima política. Sobre estas cuestiones ha publicado trabajos monográficos y colaboraciones en congresos y revistas especializadas, así como dirigido en los últimos años sucesivos proyectos I+D, en el seno de los cuales se han venido elaborando tesis doctorales y otros trabajos de investigación.

      Las cruzadas constituyen, sin duda, un tema de permanente actualidad, y ello por varios motivos. Se trata de la primera y más decisiva de las grandes confrontaciones entre dos mundos que se concebían a sí mismos como antagónicos, mundos, no lo olvidemos, en los que las sociedades actuales reconocen algo sustantivo de su propia tradición histórica. Pero también, y paradójicamente, las cruzadas fueron la primera gran oportunidad que tuvieron aquellos dos modelos de civilización –cristiano-occidental e islámico– de entrar en un fructífero contacto cultural, situado al margen, y en ocasiones por encima, de las respectivas e inevitables interpretaciones exclusivistas. Confrontación e intercambio cultural son los dos aspectos de una misma “realidad fronteriza” que sirve de contexto explicativo para el fenómeno cruzado. Y no olvidemos tampoco que este fenómeno fue la expresión pionera de colonización para una Europa en formación, una Europa en búsqueda de una identidad para la que la centenaria y cosmopolita civilización islámica sirvió de enriquecedor mecanismo de contraste.

      Sin embargo, y pese a la importancia del tema, son muy pocos los historiadores españoles que se han asomado a este complejo ámbito “universal” de la cruzada. Ciertamente no nos ha caracterizado nunca el interés por temas que desborden la realidad peninsular. Quizá, en este caso concreto, porque nuestra propia historia nos ofrece un tema de estudio específico, como es el de la reconquista, que presenta matizadas similitudes con el de la cruzada. Pero en esta cuestión, como en tantas otras, el artificial divorcio que hemos impuesto a la historia de España respecto a la extrapeninsular constituye una seria dificultad para la comprensión de nuestro propio pasado. Por eso pensamos que es siempre saludable realizar un ejercicio de apertura de perspectivas, como lo es, sin duda, el de redactar una síntesis, por general que sea, sobre un fenómeno tan “universal” como lo es el de la cruzada. Es verdad que no es ésta la primera de que disponemos. Debemos un trabajo pionero a Miguel Ángel Ladero, quien, en efecto, publicaba ahora hace casi cuarenta años la primera síntesis española que conocemos. Creemos que ha pasado un tiempo más que suficiente para que vuelva a ser aconsejable hacer un nuevo intento.

      En él, desde luego, no aportamos grandes novedades. No lo permitiría ni nuestra limitada formación en el tema, ajena a una específica investigación sobre el particular, ni tampoco el propio panorama historiográfico. Es verdad que éste se ha ampliado considerablemente en las últimas décadas. El lector podrá comprobarlo con solo ojear las notas bibliográficas que acompañan a cada uno de los capítulos. En ellas aparecen los nombres más significativos del actual panorama historiográfico sobre el tema: Mayer, Cahen, Riley-Smith, Richard, Flori, Balard, Edbury, Cowdry, Hamilton, Kedar, Phillips, Hiestand y tantos otros. Sus aportaciones son decisivas y sus puntos de vista, en muchas ocasiones, profundamente renovadores. Pero un trabajo de síntesis como el que presentamos, en que desgraciadamente no siempre es posible descender al detalle interpretativo, es difícil mostrar la riqueza que nos ofrecen los más recientes estudios, sus matizadoras aportaciones y la puntualización de las más novedosas valoraciones documentales. Y es que las grandes líneas del desarrollo del movimiento cruzado, las que en su momento modernizaron perspectivas e integraron racionalmente la mayor parte de la información disponible, fueron trazadas en viejos estudios como los de Grousset, Villey, Erdmann o, sobre todo, Runciman. Es un gran mérito adquirir la consideración de «clásicos», y ellos lo son. No conviene perder de vista que una apretada síntesis suele ser más deudora de “clásicos” que de actuales profundizadores en la, por otra parte, más que necesaria reflexión crítica.

      Por eso, a lo largo de estas páginas lo que encontrará el lector es un enfoque convencional y de corte diacrónico. Se parte, eso sí, de un primer capítulo de carácter introductorio en el que, con cierto detalle, se ha procurado abordar el siempre complejo problema de la progresiva sacralización de la violencia en el seno de la Iglesia, y se intenta aportar algo de claridad al tema conceptual de la guerra santa y de la cruzada, de su inevitable proximidad y de sus matizaciones diferenciadoras.

      El segundo capítulo, a través del análisis del mundo mediterráneo en vísperas de las cruzadas, nos ayuda a entender el contexto en el que se genera la primera de ellas. Los califatos fatimí de El Cairo y abbasí de Bagdad son los representantes en ese momento del mundo islámico. A ellos les estallará en las manos el conflictivo nacimiento de la cruzada. Pero también al imperio cristiano de Bizancio, cuyas autoridades miraron con permanente recelo la llegada de los “bárbaros” de Occidente. A este último y a las formas de contacto que hasta ese momento había mantenido con Oriente –peregrinaje y actividad mercantil– dedicamos un último apartado.

      En el tercer capítulo estudiamos la primera cruzada, el arquetipo idealizado de todas las demás, y estudiamos tanto su previa y patética versión popular como la oficial de los caballeros. Una y otra tienen su origen en el discurso papal de Clermont, en el que resulta inevitable detenerse un poco. La toma de Jerusalén es la consumación de la cruzada, el momento en que las perspectivas escatológicas son violentamente desplazadas por la crudeza de la realidad. A partir de entonces, es preciso crear los establecimientos políticos permanentes que garanticen el triunfo de la cristiandad latina en Tierra Santa. A ellos, a sus debilidades y contradicciones dedicamos el capítulo cuarto, en el que, sobre todo, se ha querido resaltar el inevitable deslizamiento desde el inicial proyecto teocrático muy probablemente concebido por el papa, hacia las fórmulas secularizantes de que acaba haciendo gala la monarquía jerosolimitana.

      Pero la secularización no es un fenómeno que únicamente afectó a la monarquía jerosolimitana y al resto de los “estados” francos, lo hizo también, y en primer lugar, al propio fenómeno cruzado. A ello dedicamos el capítulo quinto. La segunda cruzada, predicada a raíz de la caída de Edesa y en la que tanto protagonismo tuvo san Bernardo, no es ya la expedición del papa sino de los reyes. A ellos corresponde ser testigos de los primeros fracasos de la cruzada, y entre todos ellos el mayor fue sin duda la propia caída de Jerusalén en los Cuernos de Hattin. Saladino fue el gran artífice de la derrota cristiana, pero son las propias circunstancias por las que atravesaba el reino jerosolimitano las que, en último término, la explican.

      La caída de Jerusalén fue tan traumática para la conciencia de la cristiandad latina que, a raíz de ella, se puede afirmar la existencia de una nueva, o quizá mejor nuevas formas de cruzada. Las sucesivas expediciones armadas a Oriente, de la tercera a la sexta cruzada –incluyendo el escándalo de la cuarta, dirigida contra los cristianos de Constantinopla–