de Herzl:
«El gran aporte de Biniamin Teodoro Herzl al liderazgo judío fue su habilidad para traducir el potencial de cambio en hechos políticos concretos, como la creación de una Organización Sionista Mundial (1897) o elementos organizativos y financieros para liderar un movimiento nacional organizado, reconocido por la opinión pública mundial y en especial por el liderazgo político europeo de la época. [...] Herzl fue ante todo el prototipo de líder judío total, dedicado sin concesiones a la causa nacional judía, sacrificando para esta causa a su propia familia y carrera profesional, sea como abogado, periodista o escritor dramaturgo. La política fue quizás su mejor arte o profesión, entrelazada con la diplomacia. Herzl supo trascender los límites del ghetto judío, sintetizar la imagen del judío emancipado ―casi asimilado― que retorna a sus raíces y trae la panacea nacional, casi mesiánica.
«Como líder en una era de crisis y transición, supo también acentuar la importancia de la unidad nacional, de la inclusión de amplios sectores del Judaísmo en el seno de la organización sionista. Su llamado era aglutinante, evitaba las disputas o polémicas internas, lo que desdibujó líneas ideológicas, pero no logró eliminarlas. Temas conflictivos como la identidad religiosa o la educación judía fueron barridos debajo de la alfombra para dejar el escenario libre y todos los esfuerzos focalizados en la meta política: la obtención del charter, de la autorización imperial para asentarse en Eretz Israel o en un territorio nacional en otra parte del mundo. Su obsesión por el consenso lo llevó a abandonar el programa Uganda, al notar que el tema territorial se convertía en otro elemento polémico que podría llevar a rupturas internas. En última instancia, el liderazgo herzeliano era la política de la vía media, del diálogo permanente en búsqueda de consenso. Ésa es también su gran debilidad.»
Muerto Herzl, su propósito de obtener permiso del gobierno turco para poblar el territorio deseado quedó supeditado al objetivo de Chaim Weizmann de acelerar la colonización. Con razón afirma el historiador español Luis Suárez, refiriéndose a la década anterior a la Primera Guerra Mundial, que «el sionismo político y el práctico se equilibraron». Weizmann, nacido en Bielorrusia, había estudiado bioquímica en Alemania, de donde marchó a Ginebra y después a Manchester para trabajar como profesor universitario. Su visión del sionismo, que conjugaba el pragmatismo político de Herzl con el espiritualismo de Haam, fue esencial para impulsar el asentamiento de judíos en Oriente Próximo. En una tierra propia, pensaba Weizmann, los judíos podrían no sólo librarse de las dificultades del antisemitismo sufrido en países como Polonia y Alemania, sino también beneficiarse cultural y espiritualmente de la labor de sus propias instituciones.
Durante la segunda aliyá (1903-1914) cerca de treinta mil judíos, en su mayoría procedentes de Europa oriental y principalmente de Rusia, abandonaron sus hogares para dirigirse a la paupérrima región otomana de Palestina, cuyas áridas tierras de inmediato empezaron a trabajar. Dadas las condiciones, la agricultura se convirtió en la actividad central de los nuevos inmigrantes. Numerosos pantanos fueron desecados por estos pioneros, para quienes el trabajo tenía una dimensión religiosa y social que empujaba a un esfuerzo constante en beneficio de la comunidad. En 1909 se fundó el primer kibbutz y no cesó de aumentar el asentamiento de judíos en ciudades como Tel Aviv, Haifa y Jaffa. A comienzos de la Primera Guerra Mundial (1914) la población judía en Palestina rondaba ya las noventa mil personas.
Tales resultados no hubieran sido posibles sin apoyo financiero, porque las colonias judías se establecieron en terrenos comprados a los árabes. Antes de la celebración de los congresos sionistas ya existía la Palestine Jewish Colonisation Association (PICA), fundada por el barón Edmond de Rothschild para facilitar el envío de dinero y de personal judío cualificado a esas tierras turcas. En 1899 nació el Banco Colonial Judío (Jewish Colonial Trust), del que surgió el Anglo-Palestine-Bank, presente en la zona desde 1902 y origen del futuro Banco Nacional de Israel. También con el propósito principal de proporcionar medios para comprar y colonizar tierras se crearon, sucesivamente, el Fondo Nacional Judío (1901), el Keren Hayesod (1920) y la Agencia Judía (1929). Aunque las adquisiciones fueron continuadas, en 1948 no alcanzaban todavía el 10% del territorio.
Mientras se realizaba ese esfuerzo colonizador, Europa se sumió en un conflicto que terminó afectando a los cinco continentes. En 1914 el decadente Imperio otomano, como hizo Bulgaria un año después, firmó un acuerdo con Alemania que le condujo finalmente a participar en la Primera Guerra Mundial junto a los imperios de Alemania y Austria-Hungría. Frente a ellos lucharon los países de la Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia), las naciones atacadas (Serbia, Bélgica) y otras que se unieron progresivamente a la coalición (Japón, Italia, Rumania, Portugal, Grecia, Estados Unidos, China y varias repúblicas suramericanas).
La coalición bélica del Imperio otomano con los imperios centrales europeos avivó el deseo de las potencias de la Entente de hacerse con los grandes territorios otomanos de Oriente Próximo y, cuando pudieron, emprendieron su conquista. En enero de 1917 el ejército inglés comenzó la invasión de Palestina. Funcionarios ingleses habían hecho promesas políticas a grupos árabes para conseguir su apoyo, que por fin obtuvieron, aunque este no llegó a ser especialmente significativo.
Otros acontecimientos internacionales alcanzaron mayor trascendencia histórica. En Rusia el descontento popular provocó revoluciones sucesivas (febrero y octubre de 1917), la última de las cuales ocasionó la implantación de un Consejo de Comisarios del Pueblo que decretó el cese de las hostilidades contra otras naciones. Pero la retirada rusa no cambió el resultado general de las operaciones, gracias en parte a la entrada en guerra de Estados Unidos contra Alemania (abril de 1917) y Austria-Hungría (diciembre de 1917). Las ofensivas aliadas continuaron y, finalmente, los imperios centrales y otomano pidieron el armisticio: el Imperio otomano, en concreto, tras perder en el frente palestino (septiembre de 1918) y poco después Alemania y Austria (octubre de 1918).
En agosto de 1920 los gobiernos de los estados vencedores de la guerra firmaron con el gobierno otomano el Tratado de Paz de Sèvres, no ratificado por el parlamento otomano, que supuso el fin del Imperio otomano y la desintegración de buena parte de su territorio. En Oriente Próximo, Francia logró los Mandatos de Siria y Líbano y Gran Bretaña los antiguos dominios otomanos Transjordania y Palestina; en Oriente Medio, Gran Bretaña tomó el control de los territorios otomanos en Mesopotamia. Estas disposiciones fueron confirmadas por la Sociedad de Naciones el 24 de julio de 1922. En concreto, en el prefacio del documento sobre Palestina la Sociedad de Naciones afirmaba:
«Las principales potencias aliadas han aceptado igualmente que el estado mandatario sea responsable de poner en ejecución la declaración hecha el 2 de noviembre de 1917 por el gobierno de su majestad, y adoptada por dichas potencias, en favor del establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío; quedando bien entendido que no será emprendido nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina.»
Gran Bretaña, como estado mandatario en Palestina, recibió por tanto de la Sociedad de Naciones el encargo de crear allí un estado judío. También se pidió al gobierno inglés que pusiera los medios para favorecer la inmigración judía a la tierra que se les daba en Mandato. El texto se ajustaba a las pretensiones británicas, tal y como se había expresado en la «Declaración Balfour». En este documento ―escrito el 2 de noviembre de 1917― Arthur James Balfour, alto representante del gobierno inglés, había comunicado a lord Rothschild el apoyo oficial británico al sionismo político. Meses antes políticos franceses se habían mostrado favorables a estas demandas, como también hicieron en 1918 algunos italianos y el Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. Así dice la famosa «Declaración Balfour»:
«Foreign Office, 2 de noviembre de 1917:
«Querido Lord Rothschild:
«Tengo el placer de transmitirle, en nombre de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía hacia los ideales sionistas judíos, que ha sido presentada y aprobada por el Gabinete:
«“El Gobierno de Su Majestad considera con benevolencia la creación de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y hará todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo; naturalmente, no debe emprenderse ninguna acción que pudiera perjudicar