Juan Pedro Cavero Coll

El pueblo judío en la historia


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si los deseos del dictador nazi se hubieran cumplido, no habrían quedado judíos para fundarlo. Entre otros, George Steiner recuerda esa relación entre el Holocausto y el nacimiento del estado israelí:

      «Shoah es el viento negro de la matanza. Pero Ben Gurión lo dijo claramente: el estado de Israel surgió de la catástrofe de la Europa judía. Y aunque todavía no se comprenden los detalles (los archivos todavía no están abiertos), si la Unión Soviética de Stalin reconoce a Israel inmediatamente (como los Estados Unidos) es porque la Segunda guerra mundial había creado una situación única, singular, que permitía que este estado aspirara a la legitimidad.»

      El gran problema de esa decisión era que, en parte de esas tierras, se encontraba ya una población asentada. Esta, sin embargo, nunca gozó de autonomía política porque, como indicamos, a su secular dependencia del Imperio otomano había sucedido el dominio británico. Pero Gran Bretaña se vio superada por los acontecimientos, mostrándose incapaz de controlar el clima de violencia creado por algunos ingleses, árabes y judíos. El 14 de febrero de 1947 el gobierno británico, enfrentado con los intereses de ambas partes en conflicto, hizo público por medio de su ministro de asuntos exteriores Ernest Bevin su propósito de «remitir el problema en su conjunto a las Naciones Unidas».

      La Asamblea General, en su primer período extraordinario de sesiones (abril de 1947), decidió constituir una Comisión Especial para Palestina (United Nations Special Committee on Palestine, UNSCOP). La mayoría de sus 11 miembros propuso dividir Palestina en un estado árabe y otro judío, reservando Jerusalén a la jurisdicción internacional. Poco después, una subcomisión redujo escasamente la parte asignada al futuro estado judío. El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Resolución 181 (II) por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. En virtud de dicha resolución, Palestina quedó dividida en tres partes: el 56,4% para un estado judío, el 42,9% para un estado árabe y el 0,7% ―correspondiente a Jerusalén― declarado «zona internacional» y administrada por las Naciones Unidas. Además, la ONU fijó el fin del Mandato británico a mediados de mayo de 1948.

      ¿Cómo reaccionaron a estas decisiones las partes más implicadas? Aunque Jerusalén quedó fuera del control judío, el organismo judío aceptó la resolución. No ocurrió igual con los dirigentes árabes que, de inmediato, promovieron un ataque sistemático contra los judíos y sus intereses. Gran Bretaña, que tampoco quedó contenta, declaró su disconformidad con el dictamen de la ONU. Tras la aprobación del texto de Naciones Unidas, la lucha armada se intensificó y se generalizó el clima de violencia. El Plan de Partición de Palestina quedó sometido a los resultados de los enfrentamientos entre árabes y judíos, sin fuerzas internacionales que intervinieran para hacerlo cumplir.

      El 14 de mayo de 1948 Gran Bretaña renunció a su Mandato sobre Palestina y retiró sus tropas. El mismo día David Ben Gurión, máximo representante de la comunidad judía, leyó en Tel Aviv el Documento de Independencia que declaraba «el establecimiento de un estado judío en Palestina, que será denominado estado de Israel». Unos 650 mil judíos vivían entonces en el nuevo país, así como y 1.300.000 árabes. Para los primeros las palabras de Ben Gurión suponían el cumplimiento de un sueño y para muchos, además, la oportunidad de superar las vejaciones nazis.

      Tras casi dos milenios, la Tierra Prometida del pueblo judío volvió a ser realidad. Como afirma el escritor argentino Mario Satz, «con la creación del estado judío, aquellos que quisieron y pudieron hacerlo se deslizaron de la coordenada del tiempo a la del espacio». Para ellos comenzó entonces una etapa nueva, en la que desde el principio pudieron percatarse de la dificultad de resolver el que sigue siendo el mayor problema de los israelíes: el rechazo de quienes ocupaban antes parte de esas tierras.

      El 14 de mayo de 1948 el Consejo Nacional, que representaba a la comunidad judía en Palestina, proclamó la creación del estado de Israel en el territorio asignado por la Resolución 181 (II) de 29 de noviembre de 1947, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Muchos palestinos y varios estados árabes opuestos a la resolución de la ONU iniciaron sus ataques para acabar con Israel. Desde entonces, el conflicto árabe-israelí acompaña la existencia de millones de habitantes de la zona. La negativa de los dirigentes árabes a reconocer la nueva situación política degeneró en una espiral de violencia continua, tan perjudicial para los ciudadanos de Israel y el desarrollo de su país como para los habitantes de los estados limítrofes y sus economías.

      Horas después de su nacimiento, los israelíes hubieron de enfrentarse a las tropas dirigidas por el mufti de Jerusalén y a los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria, Arabia Saudí, Iraq y Líbano. A pesar de la escasez de recursos y de la inferioridad numérica, las defensas israelíes rechazaron los ataques y controlaron nuevos territorios, entre los que se encontraban algunos asignados al estado árabe en el Plan de Partición de 1947. Según la ONU, cerca de 750 mil palestinos abandonaron sus tierras y se convirtieron en refugiados. En 1949 la ONU consiguió el cese de las hostilidades, tras la firma por separado de acuerdos de armisticio entre Israel y los países árabes implicados a excepción de Iraq, que rehusó la negociación. Uno de los enclaves ocupados por Israel fue la parte oeste de Jerusalén, convertida desde diciembre de ese año (1949) en capital del estado, quedando la zona oriental de la ciudad en poder de Jordania. Excepto unos meses, esta situación territorial se mantuvo hasta la guerra de 1967.

      El 29 de octubre de 1956 Israel inició la segunda guerra árabe-israelí, también llamada Campaña del Sinaí. La crisis que condujo al conflicto comenzó tras la orden del panarabista egipcio Abdel Nasser de cerrar el canal de Suez y los estrechos de Tirán, para convertir Israel en un gueto sin intercambios con el exterior. Además de esta decisión, la acumulación en los países árabes de armas procedentes de la Unión Soviética, la firma de una alianza militar entre Egipto, Jordania y Siria, y el deseo de Gran Bretaña y Francia de vengarse contra Nasser por el cierre del canal de Suez impulsaron al primer ministro israelí Ben Gurión a pactar en secreto con esos dos países europeos. Israel ocupó la península del Sinaí y la franja de Gaza, que abandonó al año siguiente por presiones de Estados Unidos, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la ONU. A cambio se abrieron los estrechos de Tirán, fundamentales para el comercio exterior israelí y la importación de petróleo, entre otros bienes.

      A mediados de 1967 estalló una nueva guerra entre Israel, de una parte, y Egipto, Jordania y Siria de otra. Como en anteriores ocasiones, la prehistoria del conflicto se remonta años atrás. Desde 1963, a la tradicional incomprensión se sumó la incompatibilidad de los proyectos jordano e israelí sobre el control de las aguas del río Jordán y sus afluentes. Agresiones y represalias aumentaron por ambas partes en número y gravedad, y el ambiente se hizo cada vez más insoportable.

      El 15 de mayo de 1967 las tropas egipcias de Nasser empezaron a concentrarse en el Sinaí, y el 22 de ese mes los estrechos de Tirán se cerraron a los barcos con rumbo a Israel. El día 30 el rey Hussein de Jordania firmó en Egipto un tratado de cooperación militar. Mientras fuerzas militares de Iraq, Arabia Saudí y Kuwait se concentraban en Jordania, los medios de comunicación árabes azuzaban el sentimiento antiisraelí entre la población. El plazo para negociar solicitado por Estados Unidos, que durante días aceptó Israel, solo reforzó la posición árabe. El fracaso del esfuerzo diplomático israelí también se debió a las simpatías soviéticas por la causa árabe, así como a la nula reacción de los países occidentales.

      Israel, aislado en el concierto internacional y en una difícil situación, prefirió atacar antes que ser atacado. Comenzó entonces la Guerra de los Seis Días, así llamada por el tiempo que duró la operación militar. El 5 de junio de 1967 aviones israelíes inutilizaron aeródromos y cientos de aeronaves de combate enemigas en incursiones en Egipto, Jordania, Siria e Iraq. Inmediatamente después se emprendió la batalla terrestre en el Sinaí, que en poco tiempo quedó fuera del control egipcio. Allí el ejército israelí apresó a miles de soldados árabes y dejó a otros miles desprovistos de lo necesario para subsistir. En el frente oriental el rey Hussein de Jordania ordenó comenzar las hostilidades atacando la parte judía de Jerusalén. Durante el contraataque Israel se hizo sucesivamente con Jerusalén este y con Cisjordania. Desde el día 9 se contestaron