Juan Pedro Cavero Coll

El pueblo judío en la historia


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de 1967 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó por unanimidad la Resolución 242, que puso las bases para alcanzar la paz en Oriente Próximo. El documento exigió a Israel la retirada de los territorios recientemente ocupados y proclamó el necesario «reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de cada uno de los estados del área», subrayando «su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas, libre de amenazas o actos de fuerza». También reafirmó la necesidad de «lograr una solución justa del problema de los refugiados».

      Egipto, Jordania e Israel aceptaron la resolución, pero con importantes diferencias. Los dos países árabes pretendían conseguir la retirada de Israel de los territorios ocupados antes de la celebración de negociaciones, mientras el estado judío quería tratar esa cuestión y el problema de los refugiados pactando directamente con los estados árabes y concertando un tratado general de paz. Siria, por su parte, rechazó la Resolución 242 por considerar que supeditaba la salida de Israel de los territorios ocupados a las concesiones árabes, y la OLP también se opuso con rotundidad a ella alegando que reducía el problema palestino a la cuestión de los refugiados.

      Abba Eban, ministro de Asuntos Exteriores de Israel en 1967 y testigo o protagonista de excepción de los acontecimientos narrados, describió años después la situación de su país tras la Guerra de los Seis Días:

      «El de 1967 fue el verano inolvidable de Israel. Tras seis días de lucha, los centros poblados de Israel quedaron separados de los ejércitos hostiles por una franja de territorio de tres veces la superficie anterior de Israel. Israel había soportado un duro ataque diplomático. Su red de relaciones internacionales se extendía a todos los continentes del mundo. La Diáspora judía, que había estado atemorizada por la perspectiva de la aniquilación de Israel, se tornó más solidaria y generosa para con el país. En los territorios que habían pasado a estar bajo control israelí había un conflicto profundamente arraigado, pero también una medida sorprendente de tranquilidad cotidiana. En Israel había incomodidad ante la perspectiva de gobernar un pueblo extranjero. Pero en la política y doctrina de Israel esto fue considerado como una paradoja temporaria que se resolvería en el futuro, dentro de un contexto de paz.

      «A primera vista, todo en Sión llamaba a la tranquilidad. Pero esa misma sensación de mayor seguridad instó a los israelíes a volver sus miradas sobre sí mismos. Ser o no ser no era ya la cuestión. Cómo ser y cómo no ser –era esa la cuestión. Ya no se relacionaba con el hecho de la existencia misma, sino con la naturaleza y calidad de la sociedad. Los israelíes comenzaron, pues, a plantearse profundos interrogantes, muchos de los cuales han seguido reverberando por varias décadas. ¿Cómo debía Israel reconciliar sus intereses de seguridad con su deseo de no dominar a otra nación? ¿Cómo debía Israel cerrar las brechas que parecían amenazar la cohesión nacional: la brecha entre la población ya veterana y los nuevos inmigrantes, la brecha entre las nuevas clases opulentas y los que vivían en las barriadas? También estaba la brecha generacional: la brecha entre los fundadores del estado y las nuevas generaciones que no habían conocido el drama del Holocausto ni la lucha de Israel por la independencia.»

      Otra consecuencia de la guerra de 1967 fue la importancia política que alcanzó la cuestión palestina, hasta entonces centrada en la situación de los refugiados y el reconocimiento entre Israel y los demás estados árabes. Ya nos referimos al rechazo de la Resolución 242 (1967) por la OLP. Fundada en 1964 para promover la existencia de un estado palestino, autoproclamada representante legítimo del pueblo palestino y financiada por la Liga Árabe, la OLP se radicalizó tras la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania (1967). Un año después quedó bajo control de Yasser Arafat, por entonces máximo dirigente del grupo guerrillero Al-Fatah (Movimiento para la Liberación Nacional de Palestina). En su Congreso Nacional (1968) la OLP se pronunció a favor de la lucha armada como instrumento más eficaz para la desaparición de Israel, aprobó las acciones de los comandos terroristas y decidió impulsar la guerra de liberación popular. Paralelamente Egipto inició una guerra de desgaste contra Israel en la zona del canal de Suez que, por fin, acabó con el alto el fuego de 1970, tras numerosas e inútiles pérdidas de vidas humanas.

      Se sucedieron después años de tranquilidad relativa, en los que la sociedad y el ejército israelíes percibían, por contraposición a los constantes sobresaltos anteriores, mayor seguridad. Las fronteras ampliadas en 1967 alejaban las zonas de peligro de los núcleos de población más importantes, y la victoria de ese año hizo suponer que los ejércitos árabes carecían de preparación suficiente para enfrentarse con éxito a las fuerzas de Israel. Así lo confirmaban también las persistentes pero teóricas amenazas del presidente egipcio Sadat. Por eso la concentración de tropas egipcias en el canal de Suez se interpretó como una operación de maniobras, y el servicio de información militar israelí comenzó a acostumbrarse a la falsa alarma.

      El 6 de octubre de 1973, cuando en Israel muchos judíos celebraban la jornada religiosa del Yom Kipur (Día de la Expiación), Egipto y Siria iniciaron un nuevo ataque. Las tropas egipcias cruzaron el canal de Suez y se adentraron en el desierto del Sinaí, mientras los soldados sirios se lanzaron sobre los Altos del Golán. A pesar del factor sorpresa y de la superioridad numérica árabe, la reacción israelí fue inmediata y eficaz. En pocos días, su ejército forzó la retirada de las milicias sirias a 32 kilómetros de Damasco, quedando la línea de guerra en Egipto a sólo 70 kilómetros de El Cairo. Anwar el-Sadat, presidente de ese país, pidió el alto el fuego.

      Como entre otras razones la situación en Oriente Próximo afectaba a buena parte del planeta, las superpotencias y otros países intervinieron en los acontecimientos. En una época en que la Unión Soviética y Estados Unidos capitaneaban bloques opuestos, el conflicto árabe-israelí se convirtió en ocasión para aumentar las tensiones. De hecho los soviéticos enviaron armamento a sus aliados árabes y dispusieron tropas para acudir en su ayuda, y otro tanto hicieron los estadounidenses con Israel. La Europa sedienta de petróleo presionó para acabar la guerra. El 22 de octubre el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 338, que instó al cese de las hostilidades y a la aplicación de la Resolución 242 (1973). Israel aceptó el alto el fuego siempre que los árabes también lo cumplieran y hubiese intercambio de prisioneros. Pero la guerra prosiguió, porque Egipto tardó varias horas en responder afirmativamente a la demanda de la ONU y porque Siria optó por continuarla.

      A petición de Egipto, cuya situación bélica empeoró con rapidez, el Consejo de Seguridad se reunió de nuevo. El 23 de octubre se aprobó la Resolución 339 (1973), que reafirmó la anterior. A falta de acuerdo entre la Unión Soviética y Estados Unidos, la primera de esas superpotencias partidaria de cesar el fuego, como quería el presidente egipcio Anwar el-Sadat, y la segunda opuesta a ello, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió otra vez. El nuevo proyecto de resolución, respaldado el día 24 por un grupo de terceros estados, reiteraba la petición de alto el fuego y solicitaba al secretario general de la ONU el aumento de observadores internacionales y el envío de fuerzas de emergencia a la región. En esa fecha Siria aceptó el alto el fuego, finalizando la guerra. Al día siguiente (25 de octubre) el proyecto patrocinado por esos países fue aprobado como Resolución 340 del Consejo de Seguridad. Se creó entonces la segunda Fuerza de Emergencia de Naciones Unidas (FENU-II) para mantener la paz, que supervisó la retirada de tropas.

      Había terminado la conflagración, pero el balance de las bajas humanas y las pérdidas económicas fue lo suficientemente importante en ambos bandos para que ninguno pudiera proclamarse vencedor. Además, creció como nunca el descontento de la población israelí, se temió la posibilidad de tener que devolver los territorios ocupados en 1967, el país quedó sumido en una crisis política y 25 países africanos rompieron las relaciones diplomáticas con Israel.

      Balance de la guerra árabe-israelí de 1973

      • Siria: 30.000 bajas (entre 11.000 y 12.000 muertos) soportadas por Siria e Iraq, 500 prisioneros, 180 aviones perdidos, cerca de 1.000 vehículos blindados destruidos o capturados y 8 barcos lanza-cohetes hundidos.

      • Egipto: 25.000 bajas (de ellas, casi 8.000 muertos), 8.000 prisioneros, 250 aviones perdidos, 500 carros de combate destruidos o capturados por Israel y 4 lanchas lanza-cohetes hundidas.

      • Israel: