Juan Carlos Gozzer

Animales disecados


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italiano.

      Javi aprovechó para hacer uno para sí mismo, como para tratar de despertarse del mal sueño que venía viviendo.

      —É un bel posto —soltó Torrisi como para romper el hielo—. Un pò decadente, pero tiene il suo encanto.

      —Es un bar como cualquier otro —respondió Javi con amargura.

      —Sono Italo Torrisi, il detective que está llevando il caso del cadáver en el frigorífero.

      Javi se acercó un poco para mirar mejor al policía que tenía delante. No se parecía en nada a los que lo habían interrogado la noche anterior. Este parecía más un prejubilado al que le sobraba más tiempo que vida. De alguna manera, a Javi le dio la impresión de verse a sí mismo unos cuantos años después.

      —Detective, ya se lo he contado todo a tu gente, así que no preguntes cosas que ya os he dicho —respondió enseguida—. Escucha las grabaciones o lee el reporte, o alguna de esas cosas que hacéis, pero no me toquéis más los huevos.

      Estaba cansado de repetir la misma historia una y otra vez, sin omitir siquiera el asunto de la tortilla, del suplemento de El País, del Ducados, del sudaca, de Meg Ryan y de todo lo demás.

      Torrisi apoyó el Chesterfield sobre un cenicero rojo de Marlboro, tomó aire y se pasó la mano por la cara.

      —Capisco que non è una situación molto agradable, pero questo è un caso molto especial y no tenemos muchas pistas.

      En silencio, Javi terminó de preparar los cafés al tiempo que entendía que en el fondo Torrisi no parecía tan estúpido como los demás policías que llegaron al lugar, incluyendo a Arcas.

      —Pues nada —dijo el barman—. ¿Tienes un pitillo?

      El italiano sacó la cajetilla de Chesterfield del bolsillo derecho de su abrigo y lo puso sobre la barra mientras Javi le empujaba el carajillo, como si se tratara de un trueque.

      De inmediato, Torrisi le dio un sorbo largo dejando que el cognac barato mezclado con café quemado le raspara la garganta demasiado curtida como para percibirlo. El café español le parecía realmente asqueroso.

      —¿Cuándo viste a Helena per última vez?

      —Ya lo dije, la noche del sábado aquí. Se encontró con un tal Antonio, y ella lo presentó como un viejo amigo de Colombia y nos pusimos a beber whisky. Ella no dejó de bailar y cantar en toda la noche. ¿Por qué no buscais al sudaca ese? Seguro que él tiene algo que ver.

      —Non te preocupes, Javi. Tú solo responde a las mías preguntas. ¿Estaba felice? ¿Celebrando algo?

      —No sé, pero aquí nunca hay mucho que celebrar. Si fuera por eso, lo mejor sería dedicarnos a otra cosa.

      —Dices que el domingo por la mattina, cuando te despertaste, viste al tal Antonio pasar por delante del bar. ¿En quale direzione iba?

      —Creo que hacia San Bernardo.

      —¿Creo?

      —Sí. ¿Nunca te has levantado con resaca? —respondió Javi, dándole una calada larga al Chesterfield.

      —¿Hora?

      —¡Yo que sé! A lo mejor ni lo vi. Quizás aún estaba borracho y me lo imaginé.

      —A lo mejor ese tal Antonio non existe —sugirió Torrisi con impaciencia—. Guarda, Javi, la vertià es que no estás ayudando molto. ¿Sabes lo qué es la obstrucción de la justizia?

      A esa altura, el barman ya no se sorprendía con nada. Apenas le dio un trago al carajillo y se rascó la cabeza.

      —Detective, honestamente, lo que pienses me importa una mierda. Os he dicho ya todo lo que sé y no me interesa meterme en más líos. Ha muerto y punto.

      —Ve bene, Javi. Entiendo lo que sientes. Pero si te pones a pensar, eres la única persona que sabe algo de ella. Secondo te, hay una muerta que se chiama Helena Bastidas. Lo hemos requisado todo y no hemos encontrado ni un teléfono ni una carta ni un nome, niente. Nemeno del tal Antonio, que hasta ahora solo existe nella tua imaginazione. Y si he venido hasta aquí es perché necesito que me acompañes al piso nuevamente.

      Torrisi habló fuerte; tranquilo, pero fuerte. Sabía que Helena estaba viva, pero necesitaba saber hasta dónde la versión de Javi era una cuestión de ingenuidad o de estupidez.

      Javi se quedó pensando en Helena, en la noche anterior y en la promesa que le había hecho. Intentaba serle fiel aunque la creyera muerta.

      —¡Me cago en la leche, Torrisi! ¿Qué coños queréis que haga?

      Javi estaba más allá de sí mismo y de lo que podía soportar. Más allá de su vida de barman en la que los días eran iguales.

      Se vio frágil frente al viejo zorro que era Italo Torrisi, deseando que Walter Alabama estuviera allí para que le dijera qué hacer. También a él tendría que avisarle que su amante abandonada estaba hecha pedazos, literalmente. Extrañó a Helena para que lo besara en la frente y le dijera una vez más que todo iba a estar bien.

      —Vamos, Javi —intentó consolarlo Torrisi—, lascia cosí, ayúdame a resolver esto y ya verás como nos olvidamos de esto pronto.

      —Como si fuera fácil —respondió fastidiado.

      El barman salió detrás de Torrisi y cerró la puerta de La Soledad con llave.

      —Así, un locale non puede prosperar —dijo el detective con cierto sarcasmo intentando tranquilizar a Javi.

      —Por mí, que se vaya a la mierda. Ni siquiera es mío y lo poco que da, apenas si me alcanza para malvivir.

      Cuando llegaron al portal del edificio de la calle del Pez, Torrisi tuvo que valerse de los pocos agentes que vigilaban la entrada para esquivar a los periodistas que montaban guardia. Javi les miró desconcertado mientras se dejaba arrastrar por el italiano. No entendía que podía interesarles de algo tan burdo como la muerte.

      En el piso, Javi reconoció a Arcas que seguía buscando entre los rincones algo, cualquier cosa, que pudiera parecerse a una pista. Se detuvo a apreciar la operación, pero le pareció demasiado infame hurgar en casas ajenas.

      Tras saludar a su asistente con una mirada cómplice, Torrisi se dirigió a la ventana del salón y desde allí le ofreció un nuevo cigarrillo a Javi antes ponerse uno entre los labios.

      —Lavoro é lavoro —se lamentó Torrisi como si le hablase al vacío. Ni siquiera se había fijado que el barman se había perdido mirando lo que quedaba del piso; la cama revuelta, el colchón manchado y lo triste que en realidad era ese lugar.

      —Guarda, Javi —dijo Torrisi tomando a Javi del hombro—, per resumir tu historia, tenemos un sospetto principal que es un tal Antonio que solo tú puedes reconocer. Y tenemos un cadáver descuartizado que estamos tratando de comprobar que sea tu amica veramente.

      —¿Veramente? —le interrumpió Javi con indignación—. ¿Quién cojones crees que podría estar en el refrigerador? ¿La vecina de al lado? ¡Por supuesto que es Helena!

      Al italiano le sorprendió la seguridad que tenía Javi en la identidad del cadáver.

      —Piano, vamos con calma —corrigió el italiano—. Aquí hay cosas que no cuadran bene. Per esempio, digamos el tal Antonio existe y que pudiera ser el asesino. ¿Por qué bebía contigo la noche anterior? ¿Para que lo pudieras reconocer? ¿Para que lo vieras salir con Helena? No, Javi. Secondo me, questo no funziona cosi. Y menos, si te lo presentó como un amico. Aquí alguien está mintiendo e aspetto que no seas tú.

      —¿Yo? ¿Crees que yo la maté? ¿Y porqué cojones querría yo matar a Helena y luego llamar a la poli? —comenzó a preguntar Javi tratando de poner al italiano contra las cuerdas.

      —È bastante semplice, Javi, perche la amabas y no podías soportar verla con altro. Perche ella no te quería. Y perche tu coartada es precisamente la