Lafuente nos describe así las relaciones entre ambos:
Pronto nacieron desconfianzas entre los dos regentes, ya por obra de algunos malintencionados, que se complacían en turbar su armonía, sembrando entre ellos mutuos recelos y sospechas, ya por el carácter de la reina doña Catalina, la cual por otra parte se hallaba de todo punto supeditada a una dama de su corte llamada doña Leonor de López de Córdoba, sin cuyo consejo nada hacía, y que de tal manera dominaba en el ánimo de la reina, que nada servía cuanto se determinara en materia de gobierno, si no merecía la aprobación de la dama favorita; a tal punto que lo que un día se deliberaba, otro se revocaba o contradecía si no era del agrado de doña Leonor López, con mengua del reino y no poco disgusto del infante don Fernando.
A pesar de contar con la amistad y la confianza de doña Catalina, doña Leonor se tomó demasiado en serio su papel de dispensadora de gracias y prebendas e incluso se atrevió a contradecir en varias ocasiones las órdenes del infante, sembrando siempre la desconfianza en el ánimo de la reina contra su cuñado, don Fernando. A tal punto llegó la tirantez entre la reina y el infante-tutor que «fiábanse, pues, tan poco uno de otro que cada cual de los regentes tenía su guardia propia y cuando iban al consejo cada cual llevaba sus hombres de armas para su defensa».
Incapaces de gobernar juntos, finalmente, ambos decidieron dividirse el reino por zonas de obediencia para no intervenir uno en el mandato del otro, como venía sucediendo. Doña Leonor aprobó esta decisión por la que la reina tomó bajo su gobierno directo la zona que hay de los puertos allá por Segovia, es decir, Castilla la Vieja y León, y don Fernando la de los puertos acá, hacia Andalucía: Toledo, Extremadura, Murcia y Andalucía.
Aunque se tomó esta sabia decisión, continuaron los motivos de roce y desavenencia entre ambos tutores alentados por la actitud poco amistosa de doña Leonor hacia el infante, a quien en todo contradecía. Una de las razones de la discordia era la obediencia o no al papa Luna, Benedicto XIII, pues mientras don Fernando estaba a favor de sustraerse a su obediencia y acatar en todo la decisión del concilio de Constanza, la reina lo reconocía como papa legítimo y retrasaba el cumplimiento de las órdenes conciliares, lo que favorecía, indirectamente, los planes de Benedicto XIII. Doña Leonor, no sabemos si de corazón o por oponerse a don Fernando, apoyaba también al papa Luna. Esta circunstancia añadió roces y dificultades entre ambos tutores.
En febrero de 1410, don Fernando volvió a cruzar la frontera granadina. Era su objetivo tomar la ciudad de Antequera. Después de varios conatos y tentativas, se ordenó el asalto general el 16 de septiembre de 1410, quedando la ciudad en poder del infante, que se ganó allí el sobrenombre por el que le conoce la historia: don Fernando el de Antequera. La importante plaza quedó para siempre en poder de Castilla. Grandes fueron la alegría y la conmoción que produjo esta noticia en todo el reino. Con esta victoria el infante don Fernando contrastó una vez más su probidad y fidelidad a los reyes de Castilla y al reino cuyas fronteras defendía con peligro de su vida. Es posible que fuera, al menos en parte, esta acción guerrera la que hizo ver a doña Catalina que la actitud de la favorita, siempre opuesta a don Fernando, había sido injusta, y que sus consejos en contra de la acción del tutor habían sido más intrigas que opiniones leales; también le habían llegado a la soberana otras voces que se quejaban de la altivez de la dama. Como quiera que fuese, a partir de entonces, según Fernán Pérez de Guzmán, la reina «le tomó gran desamor».
Todo lo que había sido confianza y confidencias se trocó en disgusto, de modo que en 1412 terminó no solo por retirarle su favor, sino por expulsarla de la corte. Con orden terminante de volver a Andalucía, la favorita salió del palacio en donde había disfrutado de tanto poder y prestigio. La orgullosa y hasta entonces encumbrada doña Leonor no se creyó en ningún momento que la actitud de la reina fuese definitiva, sino que la achacó a un capricho o disgusto pasajero. Se alejó, sí, pero con ánimo de volver cuando cambiasen los aires que soplaban en su contra.
Mientras, el infante don Fernando, que había ganado un bien merecido prestigio como caballero honrado, leal tutor y gran guerrero, por el Compromiso de Caspe, fue nombrado rey de Aragón a la muerte sin sucesión legítima del rey Martín el Humano. Con este motivo, el nuevo rey hubo de abandonar Castilla y dejó en su lugar para desempeñar las funciones de tutor a los obispos don Juan de Sigüenza y don Pablo de Cartagena, a don Enrique Manuel, conde de Montealegre y a don Pere Afán de Ribera, adelantado de Andalucía, convirtiendo la regencia en un consejo, todo ello con gran disgusto de la reina doña Catalina de Láncaster, que al ver a su cuñado rey, deseaba ser la única tutora de su hijo, sin compartir el poder con nadie.
La antigua favorita, al oír en su forzado retiro que el odiado infante se había retirado del Gobierno, emprendió camino de vuelta hacia la corte de doña Catalina, pero esta ya la había reemplazado con otra favorita, doña Inés de Torres, quien, sin gozar de tanto poder como doña Leonor, al menos era la nueva confidente de la soberana. Al enterarse la reina de que doña Leonor iba en su búsqueda, le mandó un recado para que volviese a su casa en Andalucía y que por nada se atreviese a proseguir su camino. Caso de no obedecer su real orden —le mandó decir la reina— la mandaría quemar. Huelga decir que doña Leonor se volvió sobre sus pasos y ya jamás intentó regresar a la corte. Nunca recuperó el favor de la reina y poco tiempo después, a la edad de cincuenta años, falleció en Córdoba, y fue enterrada en Sevilla, en San Pablo.
Cubierta de Leonor López de Córdoba. Memorias de Leonor.
Como gobernante o favorita le perdieron su altivez y sus pocas luces para los asuntos de Gobierno, pero como escritora es una de las glorias de la literatura. A pesar de su escasa preparación previa, es la autora de las primeras memorias autobiográficas de la lengua española que se estudia en universidades y simposios, y más de una tesis doctoral tiene por motivo el estudio de esta enérgica y poderosa señora, la primera valida de nuestra historia.
Tumba de doña Leonor López de Córdoba
Capítulo 2
La monja de Ágreda, una valida en la sombra
María Coronel Arana nació en Ágreda (Soria) el 2 de abril de 1602 del matrimonio formado por Francisco Coronel y Catalina de Arana. Curiosamente para una mujer que se escribió durante largos años con el rey más poderoso de Europa, no salió nunca de esa villa en donde había nacido. Falleció el 24 de mayo de 1665.
Las mujeres del siglo XVII, como en los siglos anteriores y aún en los posteriores, no tuvieron en su tiempo biógrafos propiamente dichos. Si acaso se escribió acerca de algo muy puntual en relación con alguna de ellas o se relataba algo que habían hecho o padecido para ejemplo o escarmiento de otros, pero nunca en relación con ellas mismas. Es por ello que no contamos con biografías de doña María Coronel, especialmente, como desearíamos, por parte de algún coetáneo y lo que de ella podamos saber proviene de sus propios escritos, que si bien tendrán el mérito de venir de una fuente de primera mano, también adolecerán de la falta de datos que interesan en una biografía, ya que estos los recopiló una mujer dedicada a la vida religiosa y fue una mística cuyos intereses eran muy distintos de los que puedan atraer al estudioso de hoy en día. No obstante, con la ayuda de su correspondencia y sus propias notas, intentaremos rehacer su vida o al menos resaltar la importancia que esta monja tuvo en la historia de España.
María Coronel, la monja de Ágreda
En cierto modo se puede decir que lo maravilloso rodea y trasciende la vida de María Coronel, ella ve la mano de Dios en todo y él transforma ese todo de modo que lo divino se hace casero, diario. Ella conoce a un Dios personal que está atento a sus criaturas y escucha sus quejas y peticiones. Gracias a esta fe sencilla todo se diviniza y se transforma, cada suceso se convierte en una manifestación de la voluntad de ese