P. Eduardo Aguirre C.

Informe de las Visitaciones Episcopal y Apostólica 1949-1953


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de la fidelidad (cf., por ejemplo, § 233 de los Estatutos) no se pueden liberar de la sensación de que, de alguna manera, están faltando a esa reserva y fidelidad. Véase la carta de la Hna. Magdalena citada varias veces en la conferencia final.

      3) Por un lado, la reserva de las personas en el plano individual y en su trato con los demás y, por otro lado, la apertura total de cada individuo al PK, constituye un terreno fértil para generar y fomentar un cierto miedo a la vigilancia y la denuncia.

      4) Ciertamente, desde el punto de vista teórico se enfatiza continuamente la autoridad de la Iglesia, el estar en ella, el respeto por los superiores eclesiásticos, el amor a la Iglesia, etc. Pero en la práctica la reserva de la Familia de las Hermanas, cultivada tan fuertemente, acarrea el peligro de que, más allá de la Familia (la cual representa una “Iglesia en pequeño”), no se valore suficientemente en el comportamiento práctico la importancia de la Iglesia; de que cuando ella se presenta como autoridad no se la reconozca como tal, porque el PK (no en la teoría pero sí en la práctica) es la máxima autoridad. Señalo la carta de la Hna. M. Ida, sobre la cual se trató en detalle en la segunda parte de la conferencia final; además el ocultamiento de material en vísperas de la visitación, y la cerrazón inicial para con el visitador. Recién cuando se advirtió que él sabía más de lo que se suponía, hubo una mayor apertura, y este cambio se operó no sin duras conmociones de ambas partes.

      Como se aprecia, estos aspectos peligrosos conciernen sobre todo y casi exclusivamente a la Familia de las Hermanas. En relación con ellas hay que extraer las siguientes conclusiones:

      1) En lo atinente a confesión, acompañamiento espiritual, instrucción religiosa y formación ascética mediante homilías, conferencias, ejercicios espirituales, etc. hay que exigir que se les reconozca, además de al PK, también a otros sacerdotes la influencia exigida por el derecho natural, divino y eclesiástico. En la práctica ocurre que, salvo el PK, sólo el P. Fischer puede predicar ejercicios; que en el retiro mensual no se da espacio en absoluto a la palabra de un sacerdote; que, por ejemplo, en la numerosa comunidad de Casa Wildburg, los domingos jamás hay homilía. El problema de la confesión y de la dirección espiritual fue descrito con mayor detalle más arriba. ¡El PK es prácticamente el único “acompañante espiritual” de las 1.600 Hermanas! En este campo hay que citar también la costumbre insostenible de utilizar como lectura de mesa exclusivamente cartas, conferencias, informes, etc., del PK. Muchas Hermanas están cansadas de ello y desearían, por ejemplo, una biografía interesante. Tampoco se les da mucha importancia a las cartas pastorales de los Obispos.

      2) Habría que considerar seriamente si no debería dársele a la Familia de las Hermanas un Director general propio, como a los demás institutos, y ello lo más pronto posible. En primer lugar habría que insistir en una muy pronta redacción y presentación de Estatutos en su versión definitiva (especialmente en lo que concierne a la Dirección de las Hermanas) y, en relación con esto, solucionar la unión personal entre Director de todo el Movimiento y el Padre de la Familia de las Hermanas. Esto no tiene nada que ver con desconfianza para con el PK, ni de parte de las Hermanas (de las cuales muchas, y no las peores, desean esa separación), ni de parte de la Iglesia. Más bien son decisivas las razones expuestas ya anteriormente.

      3) La significación de la Iglesia no sólo debe ser reconocida teórica y cultivada afectivamente, sino que toda la educación debe dar mucha importancia a que las Hermanas reconozcan también en la práctica la autoridad de la Iglesia sobre la Obra de Schoenstatt y su Dirección, y sean capaces de reconocer y darle lugar a esa autoridad cuando tomen contacto con ella.

      Para el Movimiento en general se desprende la siguiente consecuencia: Evitar formulaciones irritantes como “Iglesia en pequeño” (suena inocua pero genera confusión cuando está en relación con las siguientes), “Cabeza y miembros”, “per ipsum…”, paralelismo entre Schoenstatt y las Sagradas Escrituras, entre Gólgota y el 20.1.42, como también declaraciones como las de la carta con motivo del 20.1.49. La razón no estriba en que tales formulaciones serían interpretadas y empleadas erróneamente por quienes recurren a ellas. No es ése el caso del PK y sus colaboradores. Las razones para el rechazo de tales formulaciones son más bien las siguientes: 1) Su carácter sagrado. 2) Su uso tradicional está determinado inequívocamente. De ahí 3) el peligro de generar confusiones y, por ende, errores tanto entre extraños como también dentro del Movimiento, por ejemplo, entre muchas Hermanas “simples”. Si se arguye con el P. Menningen: la carta con motivo del 20 de enero está dirigida sólo a un pequeño grupo, ni siquiera para todo el equipo de colaboradores del PK, hay que replicar lo siguiente: La carta ha sido dada a conocer a toda la Familia de las Hermanas, acción que fue totalmente equivocada. (Así lo admite también el P. Menningen, y el PK me escribió el 15.2.49 que la carta no estaba pensada para las Hermanas). Suponiendo que el conocimiento de esas cosas delicadas no hubiera trascendido más allá de ese pequeño grupo: ¿Qué sentido tenía todo eso? ¿Para qué esa maniobra secreta?

      Quiero concluir mi informe mencionando una grave decepción que he sufrido luego de la conclusión de la visitación. El 16.10.48 el PK me escribió: “Estoy muy interesado en poner todas las cartas sobre la mesa… Su Excelencia puede hacer todo lo que quiera y tiene derecho a disponer sobre todo”. Y en una carta del P. Menningen del 4.1.49 se dice: “Si nosotros, por un lado, en una cierta medida no damos a conocer al foro público, por razones comprensibles, secretos de Familia, por otro lado estamos dispuestos, naturalmente, a informar plenamente a la autoridad eclesiástica sobre los procesos de vida más íntimos de la Familia de Schoenstatt.” En este punto confróntese lo que el PK escribiera el 15.2.49 al P. Menningen (el PK me envió copia de esta carta el 9.3.49): “Los documentos que le hice llegar (se refiere al Obispo auxiliar Stein), estaban seleccionados como para que dispusiese de un punto de partida para todas las corrientes fundamentales. En qué medida él luego siguió en particular las reflexiones, debió depender, por un lado, de la Divina Providencia y, por otro, de la prudencia tanto de las Hermanas como también de los Padres. No fue mi intención darle a conocer las corrientes más nuevas, pero contaba con que él de alguna manera toparía con ellas. En este último caso consideré natural que se responda a sus preguntas. En este sentido se trata del núcleo de la comunidad nueva, de su alma…” Se aprecia enseguida que el PK curiosamente ya no quería (o ya no quería más) que se interpretase literalmente su declaración del 16.10.48 citada más arriba. Pero mucho peor es el hecho de que el P. Menningen, durante la visitación, el 24.2.49, me alcanzó una copia de esa carta del PK con fecha 15.2.49, pero omitiendo los pasajes subrayados, pasajes muy importantes de dicha carta. Por lo tanto el P. Menningen fue desleal para conmigo.

      Desde la visitación hasta hoy el PK me ha enviado cartas en parte muy extensas. En ellas toma posición en relación con el transcurso de la visitación, basándose en numerosos informes que le fueran enviados por Padres y Hermanas, y en mis dos conferencias, que asimismo tuvo pronto en sus manos. Esa postura es fundamentalmente de rechazo. Habrá que aprestarse a una encarnizada lucha con él. En su última carta del 16.3.49 me comunica, entre otras cosas, que se ha dirigido a Roma con el fin de aclarar auténticamente el aspecto jurídico de la visitación de institutos seculares.

      Tréveris, 25 de marzo de 1949.

      (Firmado) + Bernhard Stein

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