P. Eduardo Aguirre C.

Informe de las Visitaciones Episcopal y Apostólica 1949-1953


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habían sucedido ciertas extralimitaciones y exageraciones. Se tenía la impresión de que desde arriba se había dado una “consigna” al respecto. La mayoría de ellas abordó también, con buena disposición, mis otras objeciones, pero consideraron infundados mis temores. No permitieron que recayera ninguna duda sobre el PK. Con excepción de la Hna. Bonifatia, que daba una impresión algo insegura, todas me parecieron absolutamente convencidas de la corrección de sus métodos. Las tres formadoras (de la cuarta, la Hna. Blandina, se habló ya más arriba en relación con las Hermanas docentes), me dieron la impresión de ser mujeres muy cultas y maduras, si bien se podía observar que ellas, por así decirlo, ya no piensan más sus propios pensamientos, sino sólo los pensamientos del PK. Así pues se podía escuchar, en respuesta a dudas que se formulaban, cosas más o menos como la siguiente: “A esto el Padre respondería que…”

      En la tarde del 23.2 hablé con la Hna. Asistenta general, la Hna. Virginia, y con la Superiora general, la Hna. Anna. A la Hna. Virginia, quien es probablemente, de entre todas las Hermanas, la que más lejos va en cuanto a la absoluta vinculación al PK, y es también, en gran parte, responsable de las extralimitaciones y exageraciones del último tiempo, le preocupaba sobre todo restablecer mi confianza. Ella no habría recogido los cuadernos de grupo, ni habría revisado y en parte modificado las diversas actas, ni habría dado instrucciones sobre el 20 de enero en las diversas casas con el fin de engañarme, sino para quedar bien delante del visitador y del PK. Ella sería una persona ordenada. Se habría conducido como antaño, cuando era docente y se anunciaba una inspección. Admitió haber obrado equivocadamente. Pero no habría ocurrido para ocultar nada. Presentó las actas en su versión original y en su versión corregida.

      La Hna. Anna habló muy francamente, pero solicitó enfáticamente que el PK no se enterase en absoluto de sus declaraciones. Los métodos del PK serían únicos y no imitables. Fuera de él nadie debería atreverse a hacer esas cosas. Exigiría a todo el hombre para Dios, y como camino hacia ello, la estrecha vinculación con él (al PK). Ella habría sufrido terriblemente por esa situación, precisamente en su condición de Superiora general. Una vez habría hablado con disgusto delante de las Hermanas sobre ese eterno “padrerío” y habría sido reprendida severamente por el PK. Sería terriblemente duro soportar que toda Hermana pueda escribirle al PK sobre todos los temas. Habría que lograr poner de alguna manera límites en ese sentido. Además sería mejor que el PK se dedicara totalmente a la dirección del Movimiento y entregase la dirección de las Hermanas de María a un Director general, tal como los demás institutos tienen su propio director. Pero, como se puede entender, ella, en su condición de Superiora general, no se atrevería a sugerírselo. Sus derechos de Madre no valdrían mucho. Además expresó con gran preocupación su temor de que el PK, desde su regreso de Dachau, condesciende demasiado a los actos filiales de las Hermanas, fomentando así exageraciones y extralimitaciones. A ella no le agrada ese estilo porque es una mujer muy sobria. Pero en lo que concierne a la inviolabilidad, el PK es una persona absolutamente intacta. Lo mismo acentuaron también las HH. Virginia y Toni Maria, con las cuales hablé igualmente sobre las declaraciones agravantes, y para mí tan inquietantes, de las HH. Pallotta y Beatrix (naturalmente sin mencionar sus nombres). Todas expresaron unánimemente que hay que tomar esas declaraciones con grandísima cautela. Que primero habría que escuchar al PK. La Hna. Anna me advirtió espontáneamente sobre la Hna. Pallotta. Ella tendría una predisposición perversa.

      Sobre la misma cuestión escuché esa tarde a la Hna. Agnes. También ella destacó que los “métodos de confesionario” del PK son en sí mismos inobjetables. Ella no sabría nada de presiones, ni jamás habría encontrado nada [objetable] en esas cosas. Este claro testimonio aventó mis últimas dudas sobre la persona del PK, y ciertamente porque la Hna. Agnes es, de entre todas las Hermanas, la que más ha conservado una mirada lúcida sobre la realidad, y con su total sinceridad contribuyó fundamentalmente a que yo pudiera tomar conocimiento de la “clausura espiritual”. Si se agrega que también la Hna. Beatrix acentuó expresamente que ella rechaza esos métodos no por razones de pureza sino de dignidad de la mujer, y que incluso la Hna. Pallotta está convencida de que el PK no piensa en nada malo al hacer esas cosas, entonces no queda nada que sea directamente agravante. De todas maneras tales métodos son muy audaces y sin duda no pueden generalizarse.

      El 25.2 recibí a las superioras de las dos comunidades más grandes, la de la Casa de Ejercicios y la de la Casa Wildburg, a la Hermana de María más anciana, la Hna. Magdalena, a la Hna. Uta, la escritora de “La fuente de Schoenstatt”, a la Hna. Gottliebe, enfermera, y a la Hna. Ancilla, Hermana de la Adoración. El resultado más notable de estas conversaciones es el siguiente: La Hna. Borromäa, superiora de la Casa de Ejercicios, hubo de admitir que la recolección de los cuadernos de grupo fue hecha también por la inminencia de la visitación, así como también la modificación de la crónica de la Casa de Ejercicios. Con la Hna. Magdalena hablé sobre la carta objetiva que ella me había enviado y que yo cité varias veces en la conferencia final. En dicha carta ella trató sobre todo el problema de la confesión, la apertura para con la Iglesia oficial y la cuestión del mandato vitalicio del Director general de las Hermanas de María. La carta se halla en las actas.

      Además de con las Hermanas mencionadas, hablé con los PP. Fischer, Kastner y Menningen sobre los problemas relacionados con la Familia de las Hermanas.

      Por encargo del PK, el P. Fischer, que estuvo cuatro años con el PK en Dachau, predica desde el año pasado ejercicios espirituales a las Hermanas. Fuera de él, hasta ahora sólo el PK ha predicado esas tandas de ejercicios. En la época de la persecución, las Hermanas quedaron libradas a sí mismas y entonces la Hna. Anna dio “cursos de formación”. El P. Fischer adhiere incondicionalmente al PK y en los ejercicios espirituales no osaría enseñar nada que no dijese o escribiese expresamente el PK. Objetivo de ese “monopolio” que muchas Hermanas sienten como muy duro, es mantener la homogeneidad de la formación religioso–ascética; ésta es, según el PK, indispensable para superar la tormenta que se cierne. Preguntado sobre el problema del “acompañamiento espiritual”, el P. Fischer respondió: Al PK no le gusta el acompañamiento espiritual individual, particularmente no en el caso de mujeres. Debería bastar el ideario transmitido mediante una formación de ocho años, hecha con consecuencia (desde el comienzo del noviciado hasta el final del segundo terciado son ocho años), la pastoral ordinaria y la confesión cada dos semanas. El P. Fischer tiene la impresión de que las Hermanas pueden desahogarse libremente en la confesión. Pero en realidad las Hermanas se sienten fuertemente inhibidas en este sentido y padecen mucho por ello. ¿Se les rinde cuentas de conciencia a las superioras? El P. Fischer respondió negativamente. Más bien se les inculca a las superioras que no tienen derecho de plantearles a las Hermanas preguntas de ese género. Tampoco el PK desea que se le escriba a él personalmente muchas y largas cartas sobre asuntos del alma.

      Hablé con los PP. Kastner y Menningen sobre la designación de un Director general para las Hermanas de María. El P. Kastner se opone porque, mientras viva el PK, las diferencias inevitables entre la Familia de las Hermanas y el Director general pondrían en peligro la cohesión de la Familia. El P. Menningen se declaró radicalmente en contra, porque debería haber un instituto que se desarrolle plenamente en estrecha vinculación con el PK, a fin de ser modelo para todos los demás institutos. Ese pleno desarrollo orgánico sólo sería posible si el PK tuviese personalmente en manos la dirección de la Familia de las Hermanas.

      Fundamenté mi propuesta alegando que la estrecha y exclusiva vinculación al PK ha redundado en una exagerada reserva, que durante la visitación se puso de manifiesto, entre otras cosas, en que fueron necesarios los más grandes esfuerzos y las más fuertes conmociones para motivar a las Hermanas a una plena sinceridad. El P. Menningen señaló que ese “parto difícil” se debía en gran medida a que, en mi conferencia introductoria, yo habría puesto la autoridad eclesiástica muy fuertemente en el primer plano, lo cual probablemente habría generado una cierta inhibición entre las Hermanas, acostumbradas a obedecer por generosidad, y que el anuncio de una “visitación canónica” habría llegado de manera completamente inesperada y muy repentina. En las conversaciones preliminares se habría contado con una inspección de forma menos rigurosa; y él estaría convencido de que con una cuota significativamente menor de agitación se habría alcanzado lo mismo. ¡Pero en este punto el P. Menningen se equivoca! Otras