dura tarea sugerida en este libro, serán capaces de ahondar en la visión de su matrimonio, resolver sus principales conflictos y mejorar la amistad y el amor conyugales. No hace falta que recurran a una terapia matrimonial profesional. De hecho, las investigaciones citadas en el capítulo referido a la prevención del divorcio demuestran que el historial de los profesionales de la salud mental a la hora de ayudar a los matrimonios con problemas no es el mejor. Existe una crítica fundada de que el asesoramiento a matrimonios con problemas graves suele centrarse más en dar la razón al esposo infeliz y facilitar el divorcio que en intentar detectar las debilidades de ambos esposos y trabajar por salvar el matrimonio.
La amistad, la confianza y el amor matrimoniales que se hayan debilitado o enfriado se verán reforzados y renovados de un modo sorprendente. El proceso es exigente, pero muy gratificante. Creciendo en humildad y en autoconocimiento y practicando las virtudes con la ayuda de la gracia, es probable que la llama del amor matrimonial se avive y arda con mayor intensidad aún que antes.
1.
EL PERDÓN MODERA LA IRA
EN ESTE CAPÍTULO SE EXPONEN LOS BENEFICIOS del perdón para moderar y resolver la ira provocada por acontecimientos inmediatos estresantes, por el daño causado durante el matrimonio y por las heridas encubiertas sufridas en edades tempranas. El perdón diario protege a los matrimonios de los efectos negativos de la ira desproporcionada.
Las explosiones de ira pueden hacer daño tanto al cónyuge como a los hijos. De ahí que los adultos, aun siendo conscientes de lo difícil que resulta evitar las sobrerreacciones, tengan el deber de controlarla. Dominar la ira pasa por servirse del perdón para descubrir y resolver el dolor que los esposos aportan inconscientemente al matrimonio: el dolor generado en la relación con los padres o en anteriores relaciones amorosas.
La ira motivada por heridas del pasado, que permanece oculta en lo más hondo y se va desarrollando a lo largo de los años, es un enemigo capital del amor matrimonial, ya que suele desviarse de forma involuntaria contra el cónyuge. La buena noticia es que la terapia del perdón soluciona la ira del presente y del pasado, evitando sobrerreacciones muy dañinas para los esposos y los hijos.
Scott y Mónica
Cuando Scott entró en mi despacho, su tensa mandíbula mostraba unos dientes firmemente apretados; mientras que a la sonrisa forzada de Mónica se sumaba una fría mirada. La rigidez y la incomodidad de ambos se hicieron patentes mientras tomaban asiento.
—Mónica dice que pierdo la cabeza —empezó diciendo Scott—, pero si fuera un poco más comprensiva…
—¿Yo? —lo interrumpió Mónica—. Yo no me paso todo el día gritando, dando voces y montando follón.
—Si me trataras con más respeto y escucharas, no tendría que levantar la voz para que me hagas caso.
Scott iba subiendo el tono de voz mientras su rostro enrojecía.
—Si no estuvieras pegándome gritos día y noche, a lo mejor conseguiría entender qué es lo que quieres —replicó Mónica.
Me apresuré a pitar tiempo muerto.
Evidentemente, el problema de ambos era el exceso de ira. Después de unas cuantas preguntas de sondeo, quedó claro que las reacciones de ira de Scott ante el más mínimo desaire eran desproporcionadas. Mónica, a su vez, se encerraba en sí misma y le daba la espalda. Luego venía un periodo de reconciliación, seguido del mismo patrón repetido. La ira estaba causando graves daños en su matrimonio y socavando lo mucho que se querían.
Después de unas cuantas sesiones dedicadas a intentar entender la causa de sus problemas, se dieron cuenta de que ninguno de los dos tenía intención de herir al otro. Se hacían daño porque no eran conscientes de sus debilidades emocionales ni sabían cómo dominar su ira. Poco a poco, fueron reconociendo que esas sobrerreacciones estaban motivadas por la ira sin resolver generada en sus familias y aportada por ambos al matrimonio. El padre de Scott era emocionalmente distante y el de Mónica alcohólico. Ambos luchaban contra su temperamento y solían reaccionar con una ira directa o pasiva excesiva.
La ira encubierta de Scott y de Mónica fue disminuyendo a lo largo del proceso de identificación y resolución del conflicto mediante el hábito del perdón. La práctica del perdón no surgió de modo natural ni con facilidad: exigió mucho esfuerzo. No obstante, Scott y Mónica estaban muy satisfechos con los numerosos beneficios derivados de sus esfuerzos, que los hicieron más capaces de resolver tanto la ira de su infancia como la provocada por los numerosos retos de la vida matrimonial. Y, simultáneamente al control de la ira, sus corazones fueron abriéndose hasta redescubrir un amor mutuo aún mayor.
La naturaleza de la ira
La ira es un poderoso sentimiento de desagrado o antagonismo, generalmente provocado por lo que se percibe como un agravio o una injusticia. Se trata de la respuesta natural a la incapacidad de otros de satisfacer nuestras necesidades de amor, respeto y elogio. La causa del exceso de ira puede ser el egoísmo, la ansiedad o la tristeza, o bien la imitación de un padre o una madre coléricos.
La ira suele hacer acto de presencia cuando se dan conflictos tanto en las relaciones dentro del hogar como en la escuela, el trabajo o la comunidad. En muchos casos las reacciones airadas o el trato con una persona colérica forman parte del día a día. Un estudio llevado a cabo con pacientes psiquiátricos ambulatorios reveló que la mitad de ellos sufría una ira entre moderada y excesiva, proporcional a sus niveles de ansiedad y depresión[1].
Cuando una persona se siente herida, primero experimenta tristeza y luego ira. La tristeza y la ira del pasado contenidas en la ira del presente provocan sobrerreacciones. Como advertía san Juan Pablo II, sin el perdón somos prisioneros de la ira del pasado. Por lo general tendemos a considerar que nuestra ira está justificada y es proporcionada. La ira desmedida, sin embargo, no es ni una cosa ni otra, máxime cuando lo que hace es dirigir el castigo por las heridas que otros nos infligieron en el pasado contra aquellos con quienes convivimos en el presente.
El daño provocado por la ira
El daño visible provocado por la ira es la herida emocional y física que deja en el extremo receptor. No es sorprendente que los estudios hayan hallado un riesgo diez veces mayor de presentar síntomas depresivos en quienes viven con un cónyuge colérico. Las personas no están «programadas» para recibir el resentimiento de los demás, sino su amor, su respeto y su delicadeza. La ira dirigida contra el cónyuge incrementa su ansiedad, disminuye su capacidad de confianza, debilita su seguridad, aumenta su irritabilidad y puede ser perjudicial para su salud física.
Los hijos de las personas coléricas también acusan el daño, porque necesitan sentirse seguros en el hogar, y esa seguridad depende de la unión estable de sus padres. Sus peleas provocan en los hijos tristeza, enfado, ansiedad e inseguridad, así como el temor a la posibilidad de una separación o un divorcio. A veces se sienten culpables y se preguntan si han contribuido a la ira de sus padres, o bien desarrollan trastornos físicos como el síndrome del intestino irritable, o desórdenes psicológicos como ansiedad y trastornos obsesivos compulsivos.
El daño que sufre la persona colérica es menos visible. Aunque en su primera fase la ira suele ir asociada a la tristeza que provoca el sentimiento de haber sido herido, es posible que más adelante vaya acompañada del placer derivado de expresarla. Es frecuente observar este fenómeno perverso en la persona que de joven temía a su padre, pero nunca llegó a manifestar su ira contra él, desviándola posteriormente contra su mujer o contra alguna otra persona. El placer asociado a los sentimientos de ira y la euforia asociada a su activación y su liberación desencadenan un grave desorden psicológico y espiritual, así como perjuicios para la salud física. Un estudio de la Harvard Medical School ha hallado un riesgo de infarto más de dos veces mayor después de un estallido de ira. A mayor intensidad del estallido, mayor riesgo[2]. La importancia del control de la ira para la salud y el bienestar está bien documentada.
Las causas de la ira
Es posible que la ira iniciada en la infancia temprana se extienda más adelante a las relaciones con aquellos a quienes hemos