Walter Arévalo-Ramírez

Abogados de ficción


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para la época en Austria y Alemania impulsaría a la sociedad hacia el conflicto y las atrocidades de la guerra (Hamann, 1996).

      Bajo su liderazgo, el movimiento internacional de la paz se fue convirtiendo en una institución transnacional, a la par de la cual se iban formando nuevas sociedades de paz alrededor de Europa; ella, en representación de estas, iba participando en la mayoría de las conferencias y congresos de paz internacionales en países como Bélgica, Italia, Países Bajos y Suiza. Su trabajo sobre la historia del movimiento es fundamental, pues, mientras lo ­lideraba, continuaba escribiendo reportes, artículos, ensayos y comentarios en periódicos publicados en cuatro idiomas sobre el crecimiento y futuro de este (Landa, 1996).

      Su influencia no solo se quedó en Europa, sino que ella también pudo expandir los movimientos de paz a los Estados Unidos, sus ideas encontrarían apoyo en las organizaciones sociales estadounidenses de la época interesadas en los conflictos europeos y en la situación racial de este país. Según Laurence (1992), “la participación de Bertha en el movimiento por la paz llevó a algunos a describirla como la mujer que es el movimiento por la paz y le ganó el apodo de general en jefe del movimiento por la paz”.

      También se convirtió en la primera mujer en recibir un premio de la paz al ganarlo en 1905, y estuvo entre quienes convencieron a su antiguo pretendiente y amigo Alfred Nobel de que donara parte de su fortuna para promover la causa de la paz y establecer el sistema que administra el premio (Landa, 1996; Laurence, 1992).

      Bertha von Suttner durante la Conferencia de Paz de La Haya (1899). Foto cortesía de Carnegie Foundation

      Actualmente, con la tecnología disponible y los avances en libertad de expresión política, sería fácil difundir las ideas de un movimiento que defienda la paz en Europa; sin embargo, a principios del siglo XIX, era muy difícil para las mujeres liderar estas campañas. La libertad de expresión en todos los países europeos estaba restringida por la ley, las publicaciones de ideales liberales eran un peligro para los Estados y, por tanto, los gobiernos se esmeraban en censurar y confiscar cualquier publicación “peligrosa” y perseguir a los “subversivos” que se atrevieran a escribir sobre temas vetados (Laurence, 1992).

      La misma Constitución austriaca de 1867 expresamente autorizaba suspender los derechos y libertades civiles en caso de emergencia, convulsión o tensión política, y a diferencia de hoy, hacerlo sin mayor control judicial. Para la época, las ideas de objeción de conciencia en cuanto a la guerra y a la carrera militar eran consideradas un crimen. Bajo este tipo de normas sobre libertad de expresión, ella tuvo que encontrar formas creativas de desarrollar nuevas propuestas sobre la paz y el derecho internacional, como la literatura.

      Además de estos obstáculos, a comienzos del siglo XIX, la sociedad imponía papeles muy limitados a las mujeres. Ella no era una mujer sumisa, por el contrario, causó gran controversia ante el público tradicionalista porque utilizaba un discurso subversivo y asertivo. Su participación activa en el crecimiento del movimiento por la paz chocaba con la sumisión tradicional que en esa época los roles de género le imponían a la mujer (Landa, 1996).

      Ella también es recordada dentro de los hitos del derecho internacional por su participación en la inauguración del Palacio de la Paz en 1913 (hoy sede de la Corte Internacional de Justicia en La Haya, Países Bajos). Murió menos de un año después, tres semanas antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, en junio de 1914. A pesar de todos sus logros, tras su muerte, fue olvidada y casi borrada de la historia. Pocos esfuerzos se han hecho por reconocer su aporte al derecho y a la literatura. Un reconocimiento reciente ocurrió en 2009 cuando Hillary Clinton, excandidata a la Presidencia de los Estados Unidos, visitó La Haya para participar en una conferencia sobre Afganistán. Durante su intervención, Clinton anunció que se quedaría en el Hotel Kurhaus, justo como ella lo había hecho en 1899, como oportunidad para recordar su memoria, situación que llamó la atención de varias entidades en La Haya, que emprendieron campañas conmemoratorias de las que han participado los autores de este capítulo, entre ellas la Fundación Carnegie, el Palacio de la Paz y la Academia de Derecho Internacional de La Haya.

      La Fundación Carnegie ordenó la construcción de dos bustos de Bertha von Suttner. La gran ceremonia que dio a conocer la estatua se realizó el 28 de agosto de 2013, el día del centenario del Palacio de la Paz en La Haya. Este día, ella se convirtió en la primera mujer en cien años en obtener una estatua en este palacio.

      Esta estatua reconoce el papel que desempeñó en la Primera Conferencia de La Haya en 1899, en la consolidación del Palacio de la Paz y en el posicionamiento de La Haya como la sede mundial de la paz y justicia internacionales. Este monumento también visibiliza su trascendencia en la historia del siglo XIX y el impacto de su obra hoy; estos son los mismos propósitos de este capítulo sobre derecho y literatura: contribuir con la primera reflexión en español sobre el impacto de Bertha von Suttner en el desarrollo y la codificación de las prácticas más esenciales del derecho internacional a través de su activismo pacifista y sus novelas.

      Bertha von Suttner logró una maravillosa hazaña en ¡Abajo las armas! (1889) al describir con mucha franqueza la situación de las guerras, de modo que es esta obra un espejo de la cruda realidad que se vivía en ese momento en Europa, con todo tipo de descripciones sobre el maltrato y el sufrimiento de la población a manos de los combatientes. La autora buscaba que el lector, con descripciones detallas tanto de crisis individuales como de conflictos de orden internacional, tomara una posición contra las guerras, de modo que era su mayor propósito ilustrar los horrores vividos por las naciones europeas. Que la autora haya escogido que la protagonista fuera mujer es de suma importancia, ya que así se lograba un mayor impacto al lector a través de sus narraciones sobre cómo la guerra afecta las relaciones familiares, su posición en la sociedad y la vida política de su nación.

      La protagonista de la historia es Martha Althaus, una mujer a la cual la guerra le arrebató a dos esposos y la dejó eternamente marcada por la barbarie que pueden ocasionar los seres humanos, tanto individualmente entendidos como a través de sus naciones cuando están en el campo de batalla, por lo que narra su historia utilizando los apuntes que escribió en su diario sobre los conflictos presenciados.

      Martha, paradójicamente, nació en una familia militar en la que su padre le inculcó desde pequeña el amor a la guerra y el orgullo que representa ser parte del ejército del país, por esta razón, estaba desilusionada de ser mujer, porque nunca sentiría el honor de tomar las armas para defender a su patria, ni nunca tendría la oportunidad de ser un héroe, por lo que solo le quedaba una forma de hacer sentir orgulloso a su padre, la única salida que tenían las mujeres en el siglo XIX: el matrimonio. Martha contrae matrimonio con un oficial del ejército imperial y posteriormente su hijo tendrá el mismo sueño de ser soldado del país.

      Tras convertirse trágicamente en viuda de su primer esposo, comienza a replantear su postura sobre la guerra y empieza a contrariar a su padre. Lo que una vez creía que era una verdad absoluta, ya no parecía tan cierto ante sus ojos. Años después, se casa con el barón Friedrich von Tilling, un hombre que, tras haber sido soldado, defiende las ideas pacifistas y condena la guerra. De esta forma, la autora logra unir los dos puntos de vista en la novela. Por un lado, está la protagonista y su segundo esposo, quien defiende su postura antibélica, y por otro, su papá, un general que ve la guerra como