Эжен Сю

Plick y Plock


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de cuando en cuando la agitaba una especie de temblor convulsivo, y sus dientes se entrechocaban. La luz vacilante del hogar que se extinguía iluminaba únicamente con su rojiza claridad el interior de aquel chamizo; y destacándose en el fondo la cabeza disforme del idiota que dormitaba agazapado en un rincón, resultaba verdaderamente espantosa. De Ivona no se veía más que su manta negra y sus largos cabellos grises; en el exterior mugía la tempestad. Había no sé qué de horrible y de infernal en aquella escena.

      Kernok, el mismo Kernok, experimentó un ligero estremecimiento, rápido como una chispa eléctrica. Y sintiendo poco a poco despertarse en él su antigua superstición de niño, perdió aquel aire de incredulidad burlona que se pintaba en sus facciones al entrar.

      Bien pronto un sudor húmedo cubrió su frente. Maquinalmente asió su puñal y lo sacó de la vaina…

      Y como aquellas gentes que, medio dormidas aún, creen salir de un sueño penoso haciendo algún movimiento violento, exclamó:

      – ¡Que el infierno se lleve a Melia, a sus estúpidos consejos y a mí mismo por haber sido tan tonto en seguirlos! ¿He de dejarme intimidar por esas mojigangas, buenas para asustar a las mujeres y a los niños? ¡No, voto a tal! no se dirá que Kernok… ¡Ea! prometida del demonio, habla pronto; tengo que marcharme. ¿Me oyes?

      Y la sacudió fuertemente.

      Ivona no respondía; su cuerpo seguía las impulsiones que le daba Kernok. No se notaba siquiera la resistencia que hace experimentar un ser animado. Se hubiera dicho que era una muerta.

      El corazón del pirata latía con violencia.

      – ¿Hablarás? – murmuró, levantando la cabeza de Ivona que estaba inclinada sobre su pecho.

      Ivona quedó en la posición que la dejara, pero su mirada continuaba siendo fija y sombría.

      Los cabellos de Kernok se erizaban sobre su cabeza; con las dos manos hacia adelante, el cuello tendido, como fascinado por aquella mirada pálida y siniestra, escuchaba respirando apenas, dominado por un poder superior a sus fuerzas.

      – Kernok – dijo por fin la bruja con una voz débil y entrecortada – , tira, tira ese puñal, porque hay sangre en él; sangre de ella y de él.

      Y la vieja sonrió de una manera espantosa; después, poniendo el dedo sobre su cuello:

      – La has herido ahí… y sin embargo, aun vive. Pero no es eso todo… ¿Y el capitán del barco negrero?

      El puñal cayó a los pies de Kernok; se pasó la mano por su frente ardiente y se apretó las sienes con tal fuerza, que la huella de sus señas quedó impresa en ellas. Apenas si se sostenía y tuvo que apoyarse contra el muro.

      Ivona continuó:

      – Que hayas arrojado al mar a tu bienhechor después de haberle dado de puñaladas, pase; tu alma irá a Teus; pero que hayas herido a Melia sin matarla, eso está mal; porque para seguirte, ella ha abandonado ese bello país donde se crían los venenos más sutiles, donde las serpientes juegan y se enlazan a la claridad de la luna, confundiendo sus silbidos, donde el viajero oye, estremeciéndose, el estertor de la hiena, que grita como una mujer a la que se estrangula; ese bello país, donde las víboras rojas producen unas mordeduras mortales, que llevan en las venas una sangre que las corroe.

      E Ivona retorcía sus brazos, como si ella hubiese experimentado aquellas atroces convulsiones.

      – ¡Basta, basta! – dijo Kernok, que sentía que su lengua se pegaba al paladar.

      – Has herido a tu bienhechor y a tu amante; su sangre caerá sobre ti, ¡tu fin se aproxima! ¡Pen-Ouët! – llamó en voz baja.

      A esta voz sorda y ronca, Pen-Ouët, al que se hubiera creído profundamente dormido, se levantó en una especie de acceso de somnabulismo, y se sentó en las rodillas de su madre, que tomó sus manos entre las suyas, y, apoyando su frente contra la del idiota, dijo:

      – Pen-Ouët, pregunta el tiempo que Teus le concede de vida… En nombre de Teus, respóndeme.

      El idiota lanzó un grito salvaje, pareció reflexionar un instante, retrocedió un paso e hirió el suelo con la cabeza de caballo que siempre llevaba.

      Golpeó al principio cinco veces, después otras cinco y luego tres más.

      – Cinco, diez, trece – dijo su madre, que iba contando – , trece días te quedan aún que vivir, ¡ya lo oyes! ¡y quiera Teus enviarte a nuestra costa, con el cuerpo lívido y frío, rodeado de algas, los ojos sombríos y abiertos, la boca llena de espumarajos y la lengua apresada entre los dientes! ¡Trece días… y tu alma para Teus!

      – ¡Pero ella, ella! – dijo Kernok, jadeante, presa de un delirio atroz.

      –¡Ella!– repuso Ivona – ; pero no me has pagado más que por ti. ¡Bah! seré generosa.

      Después reflexionó un momento poniéndose el dedo en la frente.

      – Pues bien, ella también quedará con los miembros rígidos, la cara azulada, la boca espumeante y los dientes apretados. ¡Oh! haréis unos hermosos prometidos, ¡y quiera Teus que yo os vea, en una noche de noviembre, sobre una roca negra que será vuestro lecho nupcial, con las olas del Océano por cortinajes, con el graznido de los cuervos por canto de bodas y el ojo ardiente de Teus por antorcha!

      Kernok cayó desvanecido y dos carcajadas siniestras resonaron en la cabaña.

      En esto llamaron a la puerta.

      – ¡Kernok, Kernok mío! – dijo una voz dulce y fresca.

      Estas palabras produjeron sobre Kernok un efecto mágico; abrió los ojos y miró a su alrededor con extrañeza y espanto.

      – ¿Dónde estoy, pues? – dijo levantándose – ; ¿ha sido una pesadilla, una espantosa pesadilla? Pero no… mi puñal… esta capa… Es demasiado cierto… ¡al infierno! ¡maldita vieja! yo sabré…

      La vieja y el idiota habían desaparecido.

      – Kernok, Kernok, abre ya – repitió la dulce voz.

      – ¡Ella– exclamó – , ella aquí!

      Y se precipitó hacia la puerta.

      – ¡Ven – dijo – , ven!

      Y saliendo de la cabaña, con la cabeza desnuda, la arrastró rápidamente, y a través de las rocas que bordean la costa, alcanzaron bien pronto el camino de Saint-Pol.

      IV

      EL BRICK «EL GAVILÁN»

      ¡Adelante, famoso bricbarca!

      Desde el codaste hasta la gavia

      No hay otro en el arsenal

      Que con él se pueda igualar;

      Viento en popa y adelante.

Canción del marinero.

      La niebla que rodeaba los alrededores del pequeño puerto de Pempoul se disipaba poco a poco, y el disco del sol aparecía de un rojo obscuro en medio del cielo gris y sombrío.

      Bien pronto Saint-Pol, dominado por sus grandes edificios negros y sus campanarios de piedra, se presentó vago e incierto a través del vapor que ascendía de las aguas, después se dibujó de una manera más precisa, cuando los pálidos rayos del sol de noviembre arrojaron el aire espeso y húmedo de la mañana.

      A la derecha se elevaba la isla de Kalot con sus rompientes, el molino y el campanario azul de Plougasnou, mientras que a lo lejos se extendía la playa de Treguier, de fina y dorada arena, limitada por inmensos peñascales que se pierden en el horizonte.

      La linda bahía de Pempoul no contenía ordinariamente más que medio centenar de barcas y algunos buques de un tonelaje más elevado.

      No es extraño, pues, que el hermoso brick El Gavilán se destacase con toda la altura de sus gavias entre aquella innoble multitud de lugres, faluchos y botes que estaban fondeados a su alrededor.

      ¡Ciertamente!