Washington Irving

Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)


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subió al trono, cesó enteramente el pago del tributo, y bastaba traérselo á la memoria para que la cólera le arrebatase.

      CAPÍTULO II

Los Reyes Católicos envian á pedir el tributo al moro: lo que éste contestó, y como quebrantó la tregua

      En el año de 1478, llegó á las puertas de Granada un caballero español de orgulloso porte y muy noble presencia, que venia como Embajador de los Reyes Católicos, para reclamar los atrasos del tributo. Llamábase don Juan de Vera, y era un devoto y celoso caballero, lleno de ardor por la fé y de lealtad por la corona. Venia perfectamente montado y armado de todas piezas, y le seguia una comitiva corta, pero bien apercibida.

      Miraban los habitantes moros á esta pequeña, pero lucida muestra de la nobleza castellana, con una mezcla de curiosidad y ceño, al verla entrar por la famosa puerta de Elvira, con aquella gravedad y señorío que distinguen á los caballeros españoles. Y mirando el gentil continente y fuerte contestura física de don Juan, que le hacian apto para las mas árduas empresas militares, se figuraban que vendria para ganar renombre y fama compitiendo con los caballeros granadinos en los torneos ó en los juegos de cañas, por los cuales eran tan celebrados; pues en los intervalos de la guerra, solian todavia los guerreros de las dos naciones entretenerse juntos en estos egercicios caballerescos. Pero cuando entendieron que su venida era para pedir el tributo tan odiado de su fogoso Monarca, dijeron que bien era menester un caballero de tanto valor y esfuerzo como este manifestaba, para venir con una embajada semejante.

      Sentado bajo de un dosel magnífico, y rodeado de los grandes del reino, recibió Muley Aben Hazen á don Juan de Vera en el salon de Embajadores, uno de los mas suntuosos de la Alhambra. Expuso el español el objeto de su mision; y habiendo concluido, le dijo el soberbio Monarca con semblante airado y tono desdeñoso: “Id, y decid á vuestros soberanos, que ya murieron los Reyes de Granada que pagaban tributo á los cristianos; y que en Granada no se labra sino alfanges y hierros de lanza contra nuestros enemigos.”4 Con esta respuesta, mensagera de una guerra cruel, volvió el Embajador castellano á la presencia de su Monarca.

      En el corto espacio que permanecieron en Granada, tuvieron lugar don Juan y sus compañeros de reconocer, como inteligentes y prácticos, las fuerzas y situacion del moro. Notaron que estaba bien apercibido para la guerra; que las murallas, fuertes y bien torreadas, estaban guarnecidas de lombardas y otras piezas de artillería; que los almacenes estaban bien provistos de municiones y pertrechos de guerra; que habia una infantería numerosísima, y muchos escuadrones de caballería, prontos á entrar en campaña y, capaces no solo de hacer la guerra en la defensiva, sino de llevarla á las puertas del enemigo. Todo esto vieron nuestros guerreros sin arredrarse, antes se felicitaron de haber hallado un contrario tan digno de ellos; y esta consideracion servia de estímulo á su valor. Al pasar por las calles de Granada, cuando salian de la ciudad, miraban en derredor de sí, é íbanseles los ojos tras de tanto objeto como excitaba su codicia. Veian aquellos suntuosos palacios y magníficas mezquitas, aquella Alcaycería ó mercado, tan abundante de sedas, de telas de oro y plata, de joyas, de piedras preciosas y de una variedad inmensa de géneros de mucho precio y lujo, traidos de los mas remotos climas, y deseaban con impaciencia llegase la hora en que todas estas riquezas fuesen despojos de sus soldados, y en que, postrada la media luna, tremolase en su lugar el estandarte de la cruz.

      Iba don Juan de Vera atravesando lentamente el pais con direccion á la frontera, y no veia pueblo que no estuviese bien fortificado: toda la vega estaba sembrada de torres, que servian de asilo á las gentes del campo: en las montañas, todos los pasos se hallaban defendidos con castillos, y todos los cerros tenian sus atalayas. Al pasar bajo los muros de estas fortalezas, veíanse relumbrar desde los adarves las lanzas y cimitarras de los moros, y el feroz centinela parecia lanzar miradas de odio y enemistad á los cristianos. Era evidente que de romperse la guerra con esta nacion, se seguiria una larga y sangrienta lucha, llena de trances peligrosos y de empresas árduas; una lucha, en fin, en que el terreno se ganaria á palmos, y con sudor y sangre; y solo podria conservarse con suma dificultad. Pero esto mismo inflamó el espíritu guerrero de los castellanos, y ya se les hacia tarde que empezasen las hostilidades.

      Al desafio del fogoso Monarca moro, hubieran contestado desde luego los Reyes Católicos con el estruendo de su artillería; pero se hallaban á la sazon empeñados en una guerra con Portugal, y ocupados en deshacer una faccion de los grandes de su mismo reino. Asi, pues, se permitió continuase la tregua, que por tantos años habia subsistido entre las dos naciones; reservándose el cauto Fernando la resistencia de los moros á pagar tributo, como un motivo fundado para hacerles la guerra en el momento que se presentase una ocasion favorable.

      Al cabo de tres años terminó la guerra con Portugal, y quedó sosegada en gran parte la faccion de los nobles de Castilla. Trataron entonces Fernando é Isabel de realizar el proyecto, que desde la union de sus dos coronas habia sido el grande objeto de su plausible ambicion, á saber: la conquista de Granada, y la extirpacion del dominio de los moros en España. Para este fin determinó Fernando hacer la guerra con detenimiento y precaucion; y perseverar en ella, quitando al enemigo, uno despues de otro, sus castillos y fortalezas, hasta dejarle enteramente sin apoyo, para acometer entonces la capital. Á este intento dijo el prudente Rey: “Uno á uno he de sacar los granos á esta Granada.”

      No se ocultaban á Muley Aben Hazen las intenciones hostiles del Católico Monarca; pero confiaba en los medios que tenia para resistirle. En el discurso de un reinado tranquilo, habia juntado grandes caudales y puesto en estado de defensa todas las plazas del reino: habia sacado de Berbería cuerpos numerosos de tropas auxiliares, y se habia concertado con los príncipes de África, para que en caso urgente le enviasen nuevos socorros. Tenia en sus vasallos soldados aguerridos y de gran corazon, cuyos hechos no desmentian la opinion de que gozaban. Avezados á los trabajos de la guerra, sabian sufrir el hambre, la sed, el cansancio y la desnudez; montaban primorosamente, y lo mismo peleaban á pié que á caballo, lo mismo armados de todas piezas que á la gineta, ó á la ligera, con solo lanza y adarga. Obedientes á la voz del Soberano, campeaban á la primera intimacion, y defendian con tenacidad sus pueblos y posesiones.

      Hallándose tan apercibido para la guerra, resolvió Muley Aben Hazen anticiparse á Fernando, y dar el primer golpe. En la tregua que subsistia habia una cláusula singular, y era, que se podia acometer cualquier castillo, y hacerse unos á otros correrías y cabalgadas, siempre que no se asentase real, ni fuesen con banderas tendidas, ni con sonido de trompeta, sino de improviso y con estratagema, y que esto no durase mas de tres dias.5 De aqui se originaron tantas empresas tan temerarias y peregrinas, en que se asaltaban y sorprendian tantos castillos y lugares fuertes. Pero hacia ya mucho tiempo que por parte de los moros no se habia cometido ningun exceso de este género, y por esta causa los pueblos fronterizos de los cristianos no se guardaban con la debida vigilancia.

      Deseando estaba Muley Aben Hazen saltear alguna villa, cuando se le dió aviso que la Zahara, por el descuido de su alcaide, se hallaba á mal recado, mal abastecida y con corta guarnicion. Esta importante fortaleza, estaba situada sobre un escarpado cerro entre Ronda y Medina Sidonia, y la dominaba un castillo encaramado en un peñasco tan alto, que se decia descollaba entre las nubes, y que las aves no alcanzaban á remontar hasta alli el vuelo. Las calles y muchas de las casas, no eran mas que excavaciones labradas en la peña viva. La poblacion tenia una sola puerta, la cual miraba á poniente, y estaba defendida con sus torres y almenas. La única subida á este empinado castillo, era por un sendero cortado en la misma roca, y tan fragoso en algunas partes, que parecia una escalera desmoronada. Tal era Zahara, que por su situacion y fuerza parecia podia burlarse de cuantas tentativas se hiciesen para tomarla; y esto se tenia por tan cierto, que dió motivo á que á las mugeres de una virtud severa é inaccesibles las llamasen Zahareñas. Pero ni la plaza mas fuerte, ni la virtud mas austera, dejan de tener algun lado débil, por lo que han menester la mayor vigilancia para guardarse. Estén, pues, sobre aviso las damas y los guerreros, y escarmienten con la suerte de Zahara.

      CAPÍTULO III

Expedicion de Muley Aben Hazen contra la fortaleza de ZaharaAño 1481.

      En el año de 1481, y pocos dias despues de la natividad de Nuestro Señor, dió Muley