con la promesa de que se le daria el pueblo á saco, y que los habitantes quedarian cautivos. Con esta seguridad se arrojaron los soldados al asalto de la plaza, acometiéndola simultáneamente por diversas partes, por las puertas, por las murallas, y aun por los tejados de las casas que unian al castillo con el pueblo. Los moros pelearon valerosamente por las calles y desde las ventanas de sus casas: eran inferiores á los cristianos en el esfuerzo, por razon de su género de vida que era sedentaria é industriosa, y por estar enervados con el uso frecuente de baños calientes6; pero se aventajaban en el número; y en defensa de sus hogares, el amor pátrio y la desesperacion inspiraban nuevos brios asi á los viejos como á los jóvenes, asi á los flacos como á los fuertes. Ni los lamentos de sus esposas é hijos, ni las heridas, ni la muerte de los suyos, fueron parte para que desmayasen en una contienda en que se trataba de su libertad, de su hacienda y de sus vidas; á lo que se añadia la esperanza que les animaba, del socorro que por momentos debia llegarles de Granada. Los cristianos por su parte, peleaban por la gloria, por la justa venganza y por la religion. La victoria les aseguraba un botin inmenso; su vencimiento los entregaba en manos del tirano de Granada.
En todo el dia no cesó el combate; pero á la noche empezaron á desmayar los moros; y se recogieron á una mezquita, desde donde con dardos, arcabuces y ballestas, hicieron tanto daño en los fieles, que les obligaron á detener el paso. Por último cubriéndose con manteletes7 y broqueles, pudieron los cristianos llegar á la mezquita, é incendiaron sus puertas. Los moros al ver entrar el humo y subir las llamas, perdieron de todo punto las esperanzas, y los mas de ellos se dieron á partido: otros salieron contra el enemigo, vendiendo sus vidas lo mas caro que les fue posible.
Terminada ya esta sangrienta lucha, quedó Alhama por los cristianos: sus habitantes fueron hechos esclavos asi hombres como mugeres; y aunque varios lograron escapar por una mina que salia al rio, y estuvieron algunos dias ocultos en cuevas y parages secretos, al fin la hambre los forzó á entregarse á los vencedores. Concedióse á los soldados el saqueo del pueblo, y les valió un botin inmenso. Hallaron cantidades enormes de oro y plata, alhajas, sedas y preciosas telas, con mucho ganado, granos, aceite, miel y otros muchos productos, que rendia esta region feliz; pues en Alhama se recaudaban las rentas reales y el tributo de aquella comarca. Era el pueblo mas rico del reino, y por su fuerza y situacion particular, se llamaba la llave de Granada. La devastacion y estrago que hizo la soldadesca española seria incalculable; pues creyendo como imposible mantenerse en posesion de su conquista, trataron de inutilizar cuanto no pudiesen llevar consigo. Hicieron pedazos grandes tinajas de aceite, destrozaron riquísimos muebles, y aportillando los pósitos de granos, esparcieron al viento sus tesoros. Hallaron en las mazmorras de la plaza algunos cristianos, que habian sido cautivados en Zahara, á los cuales sacaron en triunfo á respirar el aire libre; y á un español renegado, que habia servido de espía á los moros en sus correrías por las tierras de los cristianos, le ahorcaron desde los adarves para que á todo el ejército sirviese de ejemplo este castigo.
CAPÍTULO V
No tardó en llegar á Granada la infausta noticia de la toma de Alhama. Trájola un ginete moro, que habia venido corriendo la vega á rienda suelta, sin aflojar en su carrera hasta llegar á las puertas de la Alhambra y á la presencia del Monarca. “Los cristianos, dijo, están en la tierra: vinieron sobre nosotros de improviso, y de noche escalaron los muros del castillo. Mucho se ha peleado, grande ha sido la mortandad, pero á mi salida de Alhama, ya la ciudadela quedaba en poder de los infieles.”
Confuso quedó Aben Hazen con la nueva de este suceso, pareciéndole que ya el cielo le castigaba por los males que habia causado en Zahara. No obstante, llegó á persuadirse que esto seria una incursion pasagera de algunos forrageadores, á quienes seria fácil echar del castillo y de la tierra, enviando prontamente á Alhama algun socorro. Con esta confianza, mandó que salieran al punto para socorrer á aquella plaza mil ginetes, lo mejor de su caballería, los cuales llegaron á la vista de Alhama la mañana despues del dia de su rendicion, y cuando ya el pendon cristiano tremolaba sobre sus muros y baluartes.
Viendo esto los moros, y que salia de la plaza á recibirlos un cuerpo numeroso de caballería, volvieron las riendas á sus caballos y tomaron á mas andar el camino de Granada, donde entraron de tropel, difundiendo con la noticia que traian el dolor y la consternacion. “Alhama cayó, decian, Alhama cayó: el cristiano se apoderó de sus fuertes torres: la llave de Granada está en manos del enemigo.”
Al oir estas palabras y acordándose de los males pronosticados por el Santon, se alarmaron los granadinos, pareciéndoles que habia llegado ya el cumplimiento de su fatal vaticinio, y en toda la ciudad no se oia sino quejas y lamentos. “¡Ay de mí, Alhama!” decian; y esta exclamacion, tantas veces repetida, sirvió de asunto á un romance que se compuso con este motivo, y se ha conservado hasta nuestros dias. Conmovido asi el pueblo, se dirigió á la Alhambra, y llegando algunos á la presencia del Monarca, manifestaron su sentimiento plañendo y mesándose los cabellos. “Mal haya el dia, le dijeron, en que encendiste las llamas de la guerra en nuestra tierra. El santo profeta nos sea testigo ante Alá que nosotros y nuestros hijos somos inocentes de este hecho. Sobre tu cabeza y sobre la cabeza de tus descendientes, hasta la fin del mundo, sea el pecado de la desolacion de Zahara”8.
En vista de la tempestad que le amenazaba, se apresuró Muley Aben Hazen á poner en tan inesperado mal el remedio que estuviese á su alcance. Sabia que los captores de Alhama eran pocos, y que escaseaban de municiones de guerra, de mantenimientos, y de otros requisitos para resistir un sitio. Haciendo un movimiento rápido, se lisongeaba de envolverlos con un ejército poderoso, y cortándoles toda comunicacion, cogerlos prisioneros en la misma fortaleza que le habian arrebatado. Pensar y obrar, todo era uno con Muley Aben Hazen. Salió, pues, en persona con tres mil caballos y cincuenta mil infantes, pero sin llevar consigo artillería ni ninguno de los demas ingenios que entonces se usaban en los asedios: tanta era la confianza que tenia en la muchedumbre de sus fuerzas.
Entre tanto caminaba tambien con direccion á Alhama, don Alonso de Córdoba, señor de la casa de Aguilar, el amigo fiel y compañero de armas del marqués de Cádiz. Era don Alonso de los primeros entre los nobles de Castilla, y hermano de don Gonzalo de Córdoba, el mismo que despues vino á ser tan célebre, y que ganó en la guerra el renombre de gran capitan; pero entonces constituia don Alonso la gloria y honor de su linage, pues su hermano era todavia jóven en las armas. Su valor natural y un espíritu caballeresco que le animaba, le hacian arrostrar gustoso los peligros de toda empresa honrosa y arriesgada. Teniendo pues noticia en ocasion que se hallaba ausente, de la incursion que habia hecho el marqués de Cádiz en el territorio de los moros, se apresuró á reunirse con él para participar, si por ventura aun fuese tiempo, en las glorias de esta expedicion; y juntando sus soldados y vasallos, se puso en marcha para Alhama. Llegado al rio Yeguas, halló en sus orillas el bagage del ejército del marqués, y cargando con él, prosiguió su marcha. Hallábase don Alonso á muy corta distancia de Alhama, cuando al marqués de Cádiz le llegó la noticia de su venida, y casi al mismo tiempo el aviso que le trageron sus espías, de que el Rey moro venia contra ellos con un ejército poderoso. Olvidando su propio peligro, y temiendo cayese don Alonso en manos del enemigo, despachó el marqués con toda diligencia un mensagero bien montado, para que le advirtiese del riesgo que corria, y le impidiese pasar adelante.
En estas circunstancias, y conociendo don Alonso que si continuaba su marcha para Alhama, le interceptaria infaliblemente el ejército moro antes que pudiese entrar en la plaza, trató de tomar una posicion fuerte en aquellos montes, y esperar al enemigo. Pero habiéndosele representado ser una temeridad el oponerse con un puñado de hombres á un ejército numeroso, hubo de abandonar esta idea; bien que no por eso prevaleció la opinion de los que aconsejaban una pronta retirada al territorio de los cristianos. En medio de estos debates, llegaron unos espías anunciando á don Alonso que Muley Aben Hazen, noticioso de sus movimientos, venia rápidamente en su busca. No quedando, pues, en tales circunstancias otra alternativa, y atendiendo á la seguridad de sus gentes, se puso don Alonso en movimiento, y mal de su grado y pesaroso emprendió la retirada sobre Antequera.