abrigo de una tempestad tan brava, que habia durado tres noches consecutivas. En tal trastorno de los elementos ¿quién habia de pensar que campease un enemigo? Empero el feroz Aben Hazen halló ser esta la ocasion mas oportuna para la ejecucion de sus designios. En el silencio de la noche se oyó repentinamente dentro de los muros de Zahara, un alboroto y vocería mil veces mas temible que el bramido de la tempestad; y el grito de “¡al arma! ¡al arma! ¡el moro! ¡el moro!” resonó por las calles de la villa, mezclado con el estruendo de las armas, los lamentos de los moribundos y la algazara de los vencedores. Habia salido de Granada Muley Aben Hazen á la cabeza de una fuerza considerable, y atravesando aceleradamente las montañas, llegó á favor de la oscuridad de aquella noche tempestuosa, hasta el pié de la fortaleza, y arrimando las escalas la entró sin ser visto, apoderándose del castillo y del lugar. Los moradores, que no se recelaban del menor peligro, despertaron cuando tenian ya la guerra y la muerte dentro de casa, y atemorizados huian, figurándose que los espíritus infernales venidos sobre las alas del viento, se habian apoderado de sus torres y baluartes. El grito de la guerra se oia por todas partes, en las calles de la villa y en las almenas del castillo; todo lo ocupaba el enemigo, y aunque envuelto en tinieblas, obraba de concierto á favor de señales convenidas. Los soldados de la guarnicion, saliendo atropelladamente de sus cuarteles, corrian desordenados por las calles sin acertar á reunirse, y sin saber á quien herir: entre tanto la cruel cimitarra, esparciendo el terror y la muerte, interceptaba á los fugitivos, y sacrificaba á cuantos ofrecian la menor resistencia.
En breve cesó la lucha y con ella el estrépito de las armas; y ya solo se oian los silvidos del temporal que corria, y de cuando en cuando las voces de la soldadesca mora, ocupada en el saqueo, cuando resonó una trompeta por toda la villa, intimando á los habitantes que se reuniesen en la plaza. Aqui, rodeados de una guardia fuerte, permanecieron hasta la madrugada; y al amanecer era cosa que movia á compasion ver una poblacion poco antes tan feliz, y que ayer se habia retirado al descanso de sus lechos con seguridad y confianza, hacinados hoy en aquel sitio estrecho sin distincion de edad, calidad ni sexo, y expuestos á todo el rigor de un cielo proceloso. Sordo á los ruegos y clamores de estos infelices, mandó el feroz Aben Hazen que llevasen á todos cautivos á Granada. Dejando una fuerte guarnicion en el pueblo y en el castillo, con órden de poner á entrambos en buen estado de defensa, regresó Muley á su capital, ufano de su victoria, cargado de despojos, y llevando consigo los pendones y banderas de Zahara.
Se estaba disponiendo en Granada la celebracion de este triunfo con fiestas y torneos, cuando llegaron los cautivos de Zahara. Estos infelices, rendidos de fatiga, y con la desesperacion retratada en sus pálidos semblantes, venian conducidos por un destacamento de soldados; y mezclados hombres, mugeres y niños, fueron metidos á manera de ganado por las puertas de la ciudad. Grande fue la indignacion de los habitantes al presenciar esta cruel escena. Los ancianos, que tenian experiencia de las calamidades de la guerra, pronosticaron mil males venideros; y las tímidas madres estrecharon á sus hijos contra su seno al mirar el desconsuelo de las de Zahara, con los suyos espirando entre sus brazos. Por todas partes se oian los acentos de la piedad; y la lástima que inspiraban estos desgraciados, iba acompañada de imprecaciones contra el Rey, por su bárbaro proceder. Las prevenciones para las fiestas se abandonaron, y las viandas que estaban destinadas para el regalo de los vencedores, se repartieron entre los vencidos.
No por eso dejaron los nobles y los alfaquís de acudir á la Alhambra para felicitar al Soberano; pero al tiempo que se tributaba al pié del trono el incienso de la adulacion, salió de en medio de la turba de cortesanos una voz, que cual trueno asaltó los oidos del atónito Aben Hazen. “¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de Granada!” decia aquella voz: “la hora de tu desolacion se acerca: las ruinas de Zahara caerán sobre nuestras cabezas, y nuestro imperio en España se acabará para siempre.” Aterrados quedaron todos al oir al denunciador de tantos males, y se retiraron dejándole solo en medio del salon. Era un anciano vestido en hábito de Dervís, á quien la nieve de las canas no habia apagado el fuego de su espíritu, que centelleaba en sus encendidos ojos: era, como dicen los historiadores árabes, un Santon, uno de aquellos que pasando la vida en la oracion y la soledad, alcanzan á fuerza de ayunos y penitencias el don de la profecía. La voz del Santon resonó por los salones de la Alhambra, imponiendo silencio y causando temor á todos los presentes. Solo Muley Aben Hazen le oyó sin inmutarse; y mirándole con desprecio, le trató de viejo demente, cuyas predicciones no eran mas que delirios de una imaginacion descarriada. Saliéndose de la presencia real, bajó el Santon á la ciudad y la recorrió toda con ademanes frenéticos, dando voces, y repitiendo en todas partes el fatal vaticinio. “La tregua se quebrantó, decia, y desde hoy comienza una guerra exterminadora. ¡Ay! ¡ay! ¡ay de tí Granada! la desolacion reinará en tus palacios; tus fuertes defensores caerán bajo la espada del enemigo, y tus hijos y tus hijas gemirán en la esclavitud. Zahara no es mas que el tipo de Granada.”
El pueblo que esto escuchaba se llenó de espanto, pareciéndole que eran inspiraciones proféticas los desvaríos del Santon. Encerrábanse los unos en sus casas como en tiempo de luto, y los otros se reunian en corrillos por las calles y las plazas, alarmándose mútuamente con los mas tristes presentimientos, y maldiciendo el arrojo y barbarie del temerario Aben Hazen.
El Monarca moro cerró los oidos al descontento general; y conociendo que su conducta debia acarrearle la venganza de los cristianos, se declaró abiertamente, é hizo un esfuerzo para sorprender á Castellar y á Olvera; pero sin lograr su intento. Envió asimismo alfaquís á los estados berberiscos, anunciándoles que la espada estaba desembainada, y solicitando su auxilio para mantener contra la violencia de los infieles al reino de Granada y á la religion de Mahoma.
CAPÍTULO IV
Grande fue la indignacion del Rey Fernando, cuando llegó á saber que los moros habian entrado en Zahara de rebato; sintiéndolo tanto mas, cuanto se habia propuesto ser el primero á romper esta guerra famosa, señalando sus principios con alguna hazaña; y como se preciaba de una política profunda, le pesó sobre manera que su contrario se le hubiese anticipado. Expidió, pues, sus órdenes inmediatamente á todos los adelantados y alcaides de la frontera, para que guardasen con la mayor vigilancia sus respectivos puestos, y estuviesen prevenidos para entrar á sangre y fuego por las tierras de los moros; al paso que despachó á religiosos de diversas órdenes, para que animasen á los caballeros de la Cristiandad á tomar parte en esta Cruzada contra infieles.
Entre los muchos buenos caballeros que se reunieron alrededor del trono de Fernando é Isabel, uno de los mas eminentes por su gerarquía y renombre en las armas, era don Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cádiz, de quien será justo dar una noticia particular, puesto que fue el caudillo principal de esta famosa guerra, y se halló en casi todas sus empresas y acciones. Nació, pues, don Rodrigo en 1443, del esclarecido linage de los Ponces, y ya desde su primera juventud se habia distinguido en el campo del honor. Era de mediana estatura, su cuerpo robusto y capaz de mucho esfuerzo y fatiga: su barba y cabellos eran rojos y crespos, el rostro ingénuo y noble, y algo picado de viruelas. Era valiente, piadoso y muy moderado en sus costumbres: benigno y justiciero con sus inferiores, cortés y franco con sus iguales. Era afecto y fiel á sus amigos, feroz y terrible, pero magnánimo, con sus enemigos. Se le consideraba como el espejo de la caballería de su tiempo, y los historiadores coetáneos le comparaban con el inmortal Cid.
Tenia el marqués de Cádiz posesiones muy dilatadas en las partes mas fértiles de la Andalucía; y puesto á la cabeza de sus deudos y vasallos, podia salir al campo con un ejército. Apenas recibió las órdenes del Rey, cuando ya ardia en deseos de hacer una entrada repentina en el reino de Granada, para señalar los principios de la guerra con una accion brillante, y consolar á los Soberanos por el insulto recibido en la toma de Zahara. Como sus estados confinaban con el territorio de los moros, que solian hacer en aquellos frecuentes correrías, tenia siempre á su servicio muchos adalides y espías, de los cuales algunos eran moros fugitivos. Despachó á éstos en todas direcciones para que observasen los movimientos del enemigo, y le tragesen noticias importantes á la seguridad de la frontera. Estando en su pueblo de Marchena, se le presentó uno de sus espías, dándole aviso de que la villa de Alhama, que era de los moros, se hallaba con una guarnicion muy escasa, y tan mal guardada, que seria fácil tomarla por asalto.
Era