naturaleza profunda,
solo, de pie frente al mundo,
para tomar decisiones fundamentales
que comprometen su trayectoria futura,
todo su ser súbitamente atento a la menor señal,
escuchando el universo para percibir
sus múltiples aspectos y fortalecerse en la fuente de la vida.
Nuestro universo de hoy, centrado en la velocidad y los resultados, deja poco espacio para dedicar tiempo a nuestra persona. Nuestra existencia diaria está marcada por los horarios, las exigencias, las obligaciones, las citas… y tantas otras referencias inherentes a la vida en sociedad.
Se cuenta, se regula, se trocea y se rentabiliza el tiempo. Nada ni nadie escapan a este, sean cuales sean su edad o su condición. «Hay tiempo para todo», dice la voz popular, excepto para nuestra persona, puesto que a las obligaciones del sistema en el que vivimos se suman, sin duda, las necesidades – mediáticas o de cualquier otro tipo– sabiamente creadas por este mismo sistema… ¡El consumo obliga!
Teniendo esto en cuenta se entiende mejor por qué, en general, la intuición es considerada por el común de los mortales como un fenómeno completamente marginal y aleatorio, esporádico y de poco valor. Lo menos que podemos decir es que no constituye el centro de debates de interés general. De la intuición se habla poco, se evoca raramente – si no es para sonreír–, apenas se pierde tiempo para ver si existe y seguir sus directrices. En resumen, en un análisis tan rápido como superficial, todo nos lleva a pensar que no es muy importante.
Hemos olvidado pronto que en todas las épocas la intuición, por su insólita y ejemplar naturaleza, por su sorprendente perspicacia y sus imprevistos surgimientos, ha despertado la curiosidad y ha suscitado el interés de muchos pensadores, ha inflamado la imaginación de un gran número de soñadores y se ha prestado a los análisis de algunas de las mentes más brillantes de nuestro siglo. Porque una de las características de la intuición, además de implicar a todas las personas sin distinción de edad, sexo o raza, es que es susceptible de aparecer en todos los campos, en todas las situaciones, en cualquier momento del día o de la noche, en cualquier punto del globo terrestre en el que nos encontremos.
Pero más allá de las imágenes, de las sensaciones que vehicula, de la corrección de su mensaje, la intuición fascina porque parece surgir bruscamente de la nada, llegar de ninguna parte e imponerse de repente con una precisión perturbadora.
Procede al mismo tiempo de lo desconocido, por su mecanismo de desencadenamiento, y de lo conocido, por su contenido imprevisto y sorprendentemente significativo.
Aquí, en esta zona de la comprensión y el conocimiento, cuyos límites son inciertos, donde los impulsos, las sensaciones y los interrogantes se mezclan sabiamente, dejándonos perplejos y con pocas explicaciones, es por donde nos encaminaremos a continuación…
Capítulo 1
Un extenso campo de observación
La comprensión ha sido siempre uno de los motores de la evolución humana.
Durante mucho tiempo, el esfuerzo de comprensión se ha centrado en el exterior de la persona, tanto que nos resultaba esencial percibir y captar con la máxima precisión la realidad y la densidad de todo lo que nos rodeaba. A medida que se desarrollaba la civilización, la necesidad de saber siguió creciendo hacia lo externo, pero también se «reorientó» hacia el propio ser, hacia todo lo que este encierra en lo más profundo de su ser.
La ciencia y la medicina han pasado las etapas del conocimiento una por una; el pensamiento también se ha fraguado un camino por los meandros y los mecanismos de nuestra mente, para comprender sus engranajes y su funcionamiento. Es, por tanto, muy lógico que, siguiendo las líneas de las primeras investigaciones e interrogantes, la intuición se haya convertido hoy en día en nuestro campo de investigación.
También debe verse en ello un signo de nuestro tiempo, de este principio del siglo xxi en el que las tecnologías avanzadas, la gestión del tiempo y la mecanización nos llevan con naturalidad al interés por nosotros mismos. Es cierto que hemos descubierto muchas cosas sobre nuestro entorno – desde la electricidad hasta los vuelos por la órbita terrestre–, ¡pero queda tanto por descubrir en el interior del ser humano!
Sin embargo, su propia naturaleza convierte a la intuición en un tema de estudio particularmente interesante. En efecto, representa una especie de «parada natural» entre las dimensiones interna y externa de nuestra existencia: ciertamente aparece en nuestro fuero interno, imponiéndose a nuestra conciencia, pero es para ayudarnos a dominar y gestionar mejor el exterior, a optar por uno u otro comportamiento o a aplazar una decisión. En este sentido, se presenta, sin duda, como una gran baza en nuestra trayectoria vital, tanto desde un punto de vista humano como social, que parece obligatoria para entenderla y utilizarla mejor.
Definir la intuición
No se puede abordar razonablemente un tema como la intuición, cargado de tantos sentidos, sin intentar ofrecer, antes de nada, una definición tan precisa como sea posible. El único problema consiste en que, a pesar de lo que pueda parecer, la intuición no es tan simple como pueda creerse.
Se aborde como se aborde, la intuición está íntimamente relacionada con tres parámetros esenciales: nuestra sensibilidad, una determinada visión de la realidad y un carácter inmediato. De su sabia y misteriosa imbricación nace un conocimiento cuya primera particularidad es no tener ninguna relación con ninguna actividad creadora de la mente.
Esto es lo mismo que decir – y este aspecto es especialmente importante– que la intuición, en su brillantez instantánea, no debe nada a la razón. No obstante, intuición y razón no pueden oponerse categóricamente, ya que, como veremos más adelante, existen determinados elementos que permiten relacionarlas.[1]
Por ello, en su fundamento inicial, la intuición escapa a todo acercamiento consciente y metódico en lo referente al contenido de su mensaje. Se asemeja más a un saber inmediato, sin recurrir al intelecto. Su universo es el de la sensación, la presciencia, lo impalpable y lo sutil, el saber inmediato sin ninguna base intelectual. Es una evidencia que se impone de repente, lejos de la lógica y el razonamiento, sin preocuparse del contexto o del momento. En este sentido, se trata, efectivamente, de una relación original con el tiempo y el conocimiento.
Por otra parte, también parece necesario ponerse de acuerdo sobre la forma de dicho conocimiento, ya que, tal y como confirman muchos testimonios, a menudo se trata de un conocimiento anticipado. El proceso intuitivo se interpreta entonces como un presentimiento – literalmente un «presentimiento»–, lo cual resulta bastante sugestivo, dados la forma y el momento en que ocurre el fenómeno.
Sean cuales sean su origen, su forma o la definición con la que lo adornemos, este «saber» intuitivo existe en nosotros. Forma parte de nuestros recursos, de esa paleta de expresiones sorprendentemente diversificada que constituye nuestro ser, y aporta a nuestras facultades su auténtico relieve. En la tercera parte de esta obra veremos cómo puede convertirse en uno de nuestros bagajes más preciosos.
Uno de los mayores intereses de la intuición reside, sin duda, en que nos es propia. Nadie, ninguna estructura, ninguna «buena voluntad» tiene poder sobre ella. Es completamente interna y autónoma, no se somete a ninguna influencia y se revela, en todos los casos e independientemente del contenido de su mensaje, como una experiencia muy personal.
La perturbadora evidencia de este saber que parece surgir de ninguna parte, junto a una muy fuerte sensación de certidumbre, aporta a menudo una nueva luz a lo vivido. En este sentido, la intuición debe considerarse, sin ninguna duda, como una de nuestras facultades, aunque no dominemos sus parámetros. Se manifiesta con simpleza, de forma espontánea, como «otra visión» de la realidad en la que evolucionamos con normalidad. Justamente esta función de otra «mirada» es la que confiere a la intuición todo su valor, ya que lo que nos rodea no será apreciado desde el exterior con la mirada física, sino desde el interior, con un profundo conocimiento hasta entonces insospechado.
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