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Un fenómeno con múltiples rostros
Hasta el momento hemos recordado la presencia y el papel de la intuición en el universo de las matemáticas, pero habríamos podido hacer lo mismo en muchos ámbitos profesionales,[5] que día a día ven cómo la intuición influye notablemente – a menudo sin hacer demasiado ruido y pasando desapercibida– en el curso de las cosas.
¿Cómo no detenerse ni un instante en el mundo de los creadores, que por esencia son los más susceptibles de escuchar? Nadie puede intentar hablar razonablemente de un escritor, un músico o un pintor, un escultor o un investigador sin mencionar la parte de intuición que entra en la propia naturaleza de su trabajo.
No faltan ejemplos famosos: desde Beethoven, que decía escribir bajo el dictado de un Espíritu, hasta Baudelaire, que contaba que su inspiración no dejaba de rondarle, pasando por el pintor Eugène Delacroix o el escritor Antoine de Saint-Exupéry, que confesaba que la «iluminación es sólo la visión repentina, a través de la mente, de un camino largamente preparado», sin olvidar a Albert Einstein, que reveló que su teoría de la relatividad se le apareció en sueños, o Arquímedes, que descubrió en una perturbadora experiencia sensitiva su teorema de los cuerpos flotantes, pero también Thomas Alva Edison, seguro de deber su descubrimiento de la bombilla incandescente a mucho más que una simple casualidad.
Además de estos grandes nombres y sus experiencias personales – forzosamente sensacionales, teniendo en cuenta su universalidad–, existe una multitud de ejemplos y circunstancias comunes a todos ellos, que se reproducen de vez en cuando y nos dejan perplejos en cuanto al sentido que hay que dar a esos insólitos comportamientos que descansan sobre certidumbres intangibles: aquí un directivo importante confesando que recurre a su intuición para marcar sus grandes líneas estratégicas, allí un periodista atento a sus mínimos sueños, más allá un financiero que no teme recurrir a una gran «sensación» para dejarse aconsejar sobre la gestión de su banco o un comercial que practica la relajación para dejar emerger mejor su intuición en los momentos cruciales de su vida profesional; pero también podemos ser usted y yo, escuchando y confiando sin razón aparente en nuestra «primera impresión», cuando es necesario que tomemos una decisión en la vida de cada día, o dando pruebas de una confianza «instintiva» en una determinada persona.
Sea el asunto que sea, el momento en que se imponga o las implicaciones que genere, la intuición aparece bajo múltiples facetas, tal como reflejan los testimonios de los que perciben repentinamente sus efectos:[6]
– Con la intuición, siento que es cierto (…).
– Es la sensación de que pasa algo (…) no relacionado con las apariencias (…).
– La intuición me permite activar mi cerebro derecho, asociar imágenes e ideas, encontrar nuevas soluciones; descansa en la lógica (…).
– La intuición surge del silencio, de la parada, de un movimiento interiorizado, de una escucha interior; nace en los momentos privilegiados (…).
– La intuición está relacionada con el cuerpo, el corazón, lo esencial; me permite encontrar el sentido detrás de la simple apariencia.
– La intuición es mi guía interior (…).
– Cuando me llega una intuición, lo noto, estoy bien, estoy en armonía conmigo mismo y con el resto del universo (…).
– A veces, la intuición es tan fuerte que siento físicamente sus vibraciones (…).
– Con la intuición, es así, no puedo explicarlo; me queda revestirla de razones racionales.
Es obvio que existen tantos matices en la percepción de la intuición como personas para recibirla. Es esto justamente lo que la hace tan rica y lo que, en el transcurso de los años, ha llevado a muchas mentes cultivadas a buscar una explicación, tal y como veremos a continuación.
Capítulo 3
La intuición según los que la han estudiado
El conocimiento intuitivo es un rayo
que surge del silencio y que está allí,
ni más arriba, ni más profundo, de verdad,
pero justo allí, bajo nuestros propios ojos,
esperando que nos volvamos un poco más claros.
No es tanto cuestión de educarse
como de liberarse de las obstrucciones.
Existen personas que viven la intuición día a día, como usted y yo, cuando llega y como se presente, que la experimentan golpe a golpe, escuchando escrupulosamente o rechazándola con desprecio. También hay personas que dedican tiempo a reflexionar sobre la intuición, a observarla, a detallar sus posibles causas y los efectos más considerables, que desmontan por completo el mecanismo hasta alcanzar sus detalles más pequeños y extraer sorprendentes significados ocultos.
De vez en cuando, en todos los países, surgen mentes curiosas deseosas de entender, que se interesan por la intuición por lo que tiene de inevitable y específicamente humano.
Como parte de nosotros mismos con pleno derecho, la intuición nos sorprende, nos fascina, nos llama, pero también, a menudo, en su imperiosa espontaneidad, molesta, interroga, pone en duda, da un relieve distinto a esa realidad que pensábamos que abarcábamos en su conjunto y que, de repente, aparece distinta.
La intuición reenvía al hombre a sí mismo, a sus pensamientos y a sus actos. Es inevitable que todos los que reflexionan sobre el pensamiento humano lleguen a interesarse por ella.
Cuando los pensadores exploran la intuición
El filósofo griego Platón (429-347 a. de C.), célebre discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, fue, sin duda, uno de los primeros que posó su mirada sobre la intuición, reconociéndole la dimensión de auténtico conocimiento, ya que, según él, era equivalente a la contemplación del mundo inteligible.
En el siglo ii de nuestra era, el pensador griego Plotino (205-270) se interesó también de cerca por esta capacidad introspectiva. Pronto la definió con una fórmula que se hizo famosa: «La intuición es el conocimiento absoluto basado en la identidad de la mente con el objeto que conoce». Aunque pueda parecer lacónica, esta definición tiene el mérito de plantear el debate: tenemos aquí, por una parte, un conocimiento que es, además, absoluto, y, por otra parte, una cierta identidad de la mente con el objeto que conoce. Ante este enunciado, se concibe claramente que todo suceda en el interior del hombre y que la intuición actúe en cierto modo como una fuente reveladora, llevando a la persona a mirarse – o a escucharse– más de cerca.
En realidad, desde el punto de vista etimológico, la palabra intuición procede del latín intuitio, derivado a su vez de intuieri, cuyas raíces son in («en, dentro») y tueri («contemplar, mirar con cuidado»).
Kant, por su parte, confiere a la intuición un papel esencial, ya que la asimila ni más ni menos que a la actividad perceptiva de la mente y, en este sentido, la considera parte activa de la experiencia sensible de la persona. Hasta tal punto que, a sus ojos y bajo su pluma, el vocablo intuición sustituye a la palabra sensibilidad.
Descartes (1569-1650), filósofo, matemático y físico francés, acerca más bien la intuición a la inteligencia: ve en ella una percepción de tipo particular, una revelación inmediata y sin intermediario, pasiva, cuyo sentido profundo no puede entenderse sin una cierta educación (su «método»: el cartesianismo). De hecho, la considera como la «sensibilidad de la inteligencia». «El conocimiento intuitivo es una iluminación del alma; esta percibe en la luz de Dios las cosas que le place revelarnos a través de una impresión de claridad divina a nuestro entendimiento, que no se considera como un agente, sino sólo como un receptor de los rayos de la divinidad».
Gracias al interés continuado que dedicó