Bernard Baudouin

Cómo desarrollar su intuición


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es como hizo de la intuición «el resultado de una sensibilidad estética subconsciente que nos hace adivinar relaciones ocultas».

      Todos estos estudiosos y sus investigaciones han tenido el mérito de descubrir poco a poco niveles de comprensión hasta el momento insospechados. Si los límites de la intuición se vuelven más familiares para nosotros, las definiciones que se dan de esta siguen siendo confusas y embrionarias. Otro filósofo francés se interesaría enormemente por la intuición, y gracias a la perspicacia de su pensamiento le conferiría una nueva dimensión. Su nombre es Henri Bergson.[8]

      Henri Bergson, o la intuición recuperada

      Para Bergson, una de las primeras características de la intuición es que se opone a la inteligencia, ya que esta no puede tener acceso a los secretos de las cosas y de la vida.

      Pero la mejor manera de delimitar el fondo de su pensamiento consiste en concederle un breve instante la palabra, para leer una de sus sintéticas definiciones: «La intuición es la intimidad, el sentimiento de total fusión con el objeto del conocimiento, la simpatía por la que nos colocamos en el interior del objeto para coincidir con lo que, en él, es único. Sólo esta unión íntima con el objeto nos permite conocerlo a la perfección. Contrariamente a la inteligencia, cuyo destino primero es la práctica (…) y cuyos principios no se aplican a la materia, la intuición nos permite coincidir con el dato puro, con el movimiento libre y creador de la vida y la mente.

      «Todo conocimiento intelectual es discriminatorio, separa un elemento de otro, un estado de otro, y la lengua – tan precisa como es– sólo aumenta esa división, que en sus límites se convierte en atomismo mental. Con todo, los estados de conciencia son fluidos, se interpenetran más de lo que se suceden, tienen una calidad inexpresable: la duración, calidad pura, progreso captado en su progresión; si, por lo tanto, se desea alcanzar la intimidad del yo – que es el objeto de la filosofía– es preciso renunciar a conocerla por el pensamiento racional, que recorta y mutila, para captarla en sus datos inmediatos por una facultad especial: la intuición».

      En esta aproximación, considerada como una filosofía espiritualista, Bergson reivindica recuperar el sentido de las intuiciones, olvidar por un instante la reflexión para considerar las intuiciones básicamente como datos esenciales que pueden alimentar nuestra mente y nuestro trayecto vital. Lo que quiere decir es que la intuición, a su manera, realiza la síntesis entre la inteligencia y el instinto. En este sentido, es la expresión de la realidad viva y móvil de nuestro mundo, pero también del impulso vital que se inscribe en la duración.

      Según Bergson, «(…) en el origen de toda filosofía existe una intuición por la que el filósofo “entiende” en un instante un acto simple, lo que reúne lo real y el significado de lo existente». Es lo que se denomina la intuición metafísica, que está en el origen de esa gran hipótesis, de esa concepción general del mundo que es la filosofía.

      Para Bergson la intuición es, por tanto, una fuente de conocimiento inmediato, fuera de todas las presuposiciones intelectuales. A sus ojos, representa nada menos que la realidad en sí, lo absoluto. Por ello su pensamiento se considera como una filosofía espiritualista, ya que, al reivindicar la supremacía de la intuición – que Bergson define como una ciencia de la mente–, reivindica también la restauración de los valores espirituales amenazados por la intelectualización y la ciencia.

      Jung y la revelación de la profundidad de la intuición

      Siguiendo el camino de sus famosos predecesores, el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), uno de los fundadores del psicoanálisis, se dedicó metódicamente a explicar los arcanos de la conciencia, demostrando con energía que si la conciencia es discontinua e intermitente en nuestra vida, el inconsciente es, en cambio, «un estado constante, duradero, que, en su esencia, se perpetúa parecido a sí mismo». «(…) El inconsciente teje eternamente un amplio sueño que, imperturbable, sigue su camino por debajo de la conciencia, emergiendo a veces por la noche en un sueño o causando durante el día singulares y pequeñas perturbaciones».

      Con sus estudios, Jung expone brillantemente una nueva definición de la conciencia – que pronto sería una referencia–, a la que considera constituida por cuatro elementos básicos: sensación, pensamiento, intuición y sentimiento.

      Para captar la destacada perspicacia de su pensamiento, podemos detenernos un instante en la definición que ofrece de la intuición: «La gente que vive expuesta a las condiciones naturales hace un gran uso de la intuición; también la emplean los que corren algún riesgo en un campo desconocido, que son los pioneros de un modo u otro (…). Cuando nos encontramos en presencia de nuevas condiciones, todavía vírgenes de valores y de conceptos establecidos, dependemos de esta facultad de la intuición».

      Jung reconoce que la propia naturaleza de la intuición es difícilmente comprensible por nuestro intelecto, ya que se sitúa por encima del umbral de la conciencia. No obstante, esta dificultad no elimina en absoluto su innegable necesidad: «La intuición es una función muy natural, perfectamente normal y necesaria; se ocupa de lo que no podemos ni sentir ni pensar, porque carece de realidad, como el pasado que ya no es y el futuro que no es tanto como pensamos. Tenemos que estar muy agradecidos al cielo por poseer una función que nos otorga cierta luz sobre lo que está más allá de las cosas».

      Justamente porque es un fenómeno natural, la intuición se expresa de distintas maneras, tanto físicamente (olfato «animal»), como a través de la emociones (atracción o rechazo instintivo), tanto en el plano mental (estímulo intelectual), como en la esfera de lo espiritual (experiencia mística).

      Tal y como subraya justamente Claude Darche, «para Jung, la intuición procede de una conexión de la persona, de su consciente, con las capas más profundas de su inconsciente, pero sobre todo del inconsciente colectivo:[9] los arquetipos[10] y los símbolos. El inconsciente colectivo es una auténtica base de datos: acumula todas las experiencias del universo y de la humanidad. Así el hombre está en posesión de muchas cosas que nunca ha adquirido por sí mismo, sino que ha heredado de sus antepasados».[11]

      Como afirma el propio Jung, el hombre no nace sin nada, desnudo y desprovisto de todo, como el animal que viene al mundo, sino simplemente inconsciente de todo lo que posee en él desde el nacimiento, es decir, de «sistemas organizados específicamente humanos y preparados para funcionar, que debe a los miles de años de evolución humana».

      Pero lo que por encima de todo constituye la aportación fundamental de Jung a la comprensión de la intuición es, sin duda, lo que denomina el fenómeno de la «sincronicidad», según el cual las perturbadoras coincidencias de la vida cotidiana, a menudo teñidas de intuición, aparecen bajo una nueva luz. Para Jung, se trata de un paréntesis en el tiempo: a partir de ese momento, ya no se puede hablar de una percepción del desarrollo del tiempo como se acostumbra a vivir normalmente, sino de «otra» realidad, otra «organización» espacio-temporal, con la que la intuición nos conecta de repente.

      En este sentido, la intuición nos permite explorar un universo desconocido, paralelo, en el que las circunstancias concretas y los fenómenos físicos se organizan, se coordinan fuera de toda conciencia, según parámetros exteriores a nuestra razón, pero también a nuestro psiquismo individual.

      Los exploradores de otra dimensión de la mente

      Jean Charon,[12] físico y filósofo francés, auténtico investigador del pensamiento humano, después de iniciar investigaciones nucleares y «desplazarse» después hacia la física fundamental, ha contribuido al avance de nuestra conciencia del fenómeno intuitivo gracias a sus estudios sobre la teoría general del conocimiento. En su deseo de prolongar los trabajos de Einstein, basándose en una teoría unitaria, se ha interesado particularmente por todos los fenómenos con repercusiones en el físico del hombre, entre los que se encuentra, evidentemente, la intuición.

      Pero Charon va más lejos que sus predecesores: concibe un mundo mucho más