lejos. Comunicarse de forma abierta y honesta con los demás y actuar con equidad es cuestión de tratar a los otros del mismo modo que te gustaría que lo hicieran contigo. Repite conmigo: «Dirige de la misma manera que te gustaría que te mandaran». Parece muy fácil, y además funciona. Y lo hace con todo el mundo, independientemente del lugar que ocupes en la cadena alimenticia de la empresa. Los buenos jefes tratan igual a sus superiores que a sus subordinados: todos son personas. Sin embargo, ¿cuántas veces te has encontrado con un doble rasero? Peor aún, ¿cuántas veces lo usas tú mismo? Reconozco que soy culpable de eso.
Los buenos empleados suelen ser buenos jefes, del mismo modo que estos son trabajadores excelentes para sus superiores y sus compañeros, porque los factores importantes son los mismos. Los comportamientos positivos que propician buenas relaciones funcionan en cualquier situación. En cambio, los trabajadores indulgentes consigo mismos suelen convertirse en jefes igual de indulgentes. La gente que exprime al más pequeño haría lo mismo con uno de mayor tamaño si tuviera la oportunidad de hacerlo. Si no eres una persona justa e imparcial o no te comunicas de forma abierta, jamás podrás llegar a ser ese jefe de ensueño que todo empleado fantasea con tener. Saber mandar en cualquier situación es un concepto muy importante que aprender, porque las implicaciones de ello tienen un gran alcance. Si conoces a algún buen jefe, piensa que también debe de ser un trabajador maravilloso. Los valores que demuestra en tu presencia son los mismos por los que se rige cuando tú no estás delante.
Ser un buen jefe es muy sencillo y hace que te preguntes por qué alguien de este planeta querría invertir tantos esfuerzos y energías para convertirse en uno horrendo. Supongo que se debe a que uno no conoce nada más y se ha acostumbrado a actuar como un monito de feria. O quizá ha escogido el modelo de jefe equivocado de todas las opciones disponibles. Por mucho que las personas más sociales de la oficina se empeñen en hacer creer que los animales y los niños son capaces de apañárselas por sí mismos sin hacerse daño los unos a los otros, siempre hay planes secretos y un motivo oculto. Cuando tienes un jefe despreciable, es más que probable que haya alguien tramando algún plan.
La imparcialidad es un don fantástico, pero no albergues expectativas poco realistas. Como i-jefe rehabilitado, en el sótano de aquella iglesia, aprendí que la justicia es algo muy poco habitual, además de tener un precio excesivo. Si te topas con una relación imparcial entre un jefe y un subordinado, considéralo la guinda del pastel.
La sangre tira
Cuando el hijo del jefe trabaja en la empresa, tienes que ser un cabeza de chorlito para no comprender que para él rigen unas normas especiales. No tienes que haber estudiado mucha historia para aprender que la sangre tira y el dinero familiar todavía más. He conocido a cabezas de familia despedir a empleados con gran talento y capacidad, leales y dedicados a su trabajo, para entregar sus negocios a un hijo o una hija cuyas facultades mentales son un ejemplo de que se han reducido generación tras generación. Esta capacidad limitada suele contribuir a la desaparición de la empresa. Normalmente, la primera generación establece el negocio, la segunda lo hace prosperar, la tercera apenas es capaz de sostenerlo y la cuarta acaba por destrozar todo lo que queda de la empresa. No me refiero únicamente a los negocios familiares, sino a grandes empresas con cientos de millones de beneficios. Imagínate.
También hay excepciones. He conocido a alguna cuarta generación que sigue contribuyendo al crecimiento del negocio familiar. También me he encontrado con fundadores que han estado al mando de la empresa todos los días de su vida, y la han llevado de la prosperidad a la más absoluta ruina sin que sus hijos pudieran llegar a hacerse cargo del negocio. Al igual que muchas otras cosas contra las que me rebelé hace tiempo, el nepotismo se encuentra en mi lista de «Supéralo y continúa con tu vida». En el primer ejercicio que propongo al final del capítulo 1, el nepotismo iría, sin duda, en la lista de cosas que no puedo cambiar ni controlar. Incluso cuando este se encuentra dentro del orden del día, la comunicación abierta y sincera, junto con la imparcialidad y todo lo demás, pueden ser muy útiles. Trabajar para un negocio familiar puede ser una experiencia muy gratificante.
Hay personas que se creen Dios. Llámalo si quieres narcisismo con matices ilusorios, pero nadie sabe cómo ni por qué algunas personas se consideran todopoderosas, o algo por el estilo, aunque podría tratarse de un caso extremo de prepotencia. No hay nada malo en querer imitar cualidades típicas de un dios, pero si me dices que te imaginas que eres la reencarnación de la voz que salía de la zarza ardiente, bueno, entonces estarías empezando a asustarme.
Un jefe endiosado no es un jefe idiota en el sentido clásico. Pensar que eres Dios trasciende los límites de la ignorancia; es parecido a creerte que eres Napoleón Bonaparte. Por su propia seguridad, y por el bien de la población mundial, los jefes endiosados deberían estar encerrados en una cárcel cuya llave yaciera en lo más profundo de un río. Por supuesto, ejércitos de abogados de oficio les sacarían de esa cárcel antes de que llegara la medianoche, así que ¿para qué molestarse? Por muy irónico que parezca, los jefes endiosados suelen encontrarse en las iglesias o empresas apostólicas donde, para empezar, se considera que el auténtico jefe es el Dios verdadero y único, así que todo este asunto acostumbra a solucionarse bastante rápido. En estos casos, el mortal mal encaminado simplemente trata de usurpar la autoridad. El Señor seguramente no considera a los jefes endiosados como una amenaza, sino más bien como un fastidio y/o un alivio cómico. Deberías respirar hondo y hacer lo mismo, a menos que trabajes para uno de ellos. Si tienes un jefe endiosado, espero y rezo para que sea un persona adorable y compasiva, porque el fuego y la gasolina pueden ser muy peligrosos en las manos equivocadas. Con un poco de suerte, ese megalómano no esperará que vayas vestido con sandalias y un hábito. Una vez más, cuánta más autoridad institucional tenga un jefe endiosado, resulta más esencial encontrar un modo de coexistir en paz con él. Si consideras oportuno apaciguar a tu jefe endiosado, reza para obtener el perdón de tu verdadero Poder Superior y acude a la iglesia. Cada vez que veas a tu jefe endiosado por la mañana, inclina la cabeza a modo de reverencia. Cuando te dé la sensación de que está tristón o deprimido, sal del despacho y entrégale diezmos y ofrendas en forma de su comida, brebaje o artilugio favoritos. Si tu jefe endiosado te deja claro que le has fallado o decepcionado, no discutas con él; simplemente ruega que te perdone. Cuando tu jefe endiosado esté enfadado, encuentra algo o alguien que puedas sacrificar sobre su escritorio. Johnson, el de contabilidad, sería una buena ofrenda para incinerarlo: únicamente ve con cuidado para que las cenizas no caigan en la alfombra de tu jefe.
Utiliza tu imaginación. El hecho de no creer que el Dios de verdad pudiera crear tal estado de devoción en el lugar de trabajo explica por qué la mayoría de jefes endiosados son un fastidio. Por lo tanto, empieza creyéndotelo y considera la posibilidad de que esté jugando a ser una divinidad para compensar su tremenda falta de confianza. En cualquier caso, vale la pena tratar de imaginar qué le satisfaría y entregárselo. Intentar minar la autoridad de un jefe endiosado o competir con él siempre tiene el mismo resultado: él gana y tú pierdes.
He aquí algunos indicadores que debes tener en cuenta cuando trabajas con un jefe endiosado:
• Asegúrate de que te diriges a tu jefe endiosado tal y como a él le gusta. Si le agrada que le llamen Sr. Johnson en vez de Joe, hazlo. Oponerte a este tipo de cosas sólo servirá para alterarte aún más, lo cual influenciará, y de forma negativa, en las condiciones laborales que esperas mantener.
• Sigue sus normas. Aunque estas reglas entren en conflicto con la política de la empresa, adopta una postura neutral y hazle creer que haces las cosas a su manera, desde el formato de los correos electrónicos hasta el tipo de cuadros que puedes colgar en tu cubículo.
• Pierde las batallas y gana la guerra. Los jefes endiosados están obstinados con el poder porque este esconde la incompetencia, en muchas ocasiones. Sin embargo, ellos viven en el interior de su propia ilusión y no son capaces de ver algo tan evidente como la mala gestión o la incompetencia. Esto juega a tu favor, así que aprovéchate de ello. El jefe endiosado es capaz de echarte una mano si está contento contigo y esa es la guerra que tú quieres vencer. ¿Para qué enredarte en batallitas? Pasa de los juegos de niños y céntrate en los asuntos de mayores.
• Ofrécele