J.C. Escobedo

Enciclopedia de la mitología


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de Príamo y Hécuba, fue uno de los más valerosos guerreros troyanos. Junto con Paris mató a Aquiles y, tras la muerte de aquel, se casó con Helena. Lo mató el celoso Menelao.

      DEIMO

      Demonio del espanto. Junto a Enyo, diosa del exterminio, y Fobo, demonio del temor, era uno de los habituales compañeros de Ares, dios de la guerra.

      DELFOS

      Antigua ciudad de la Fócida, en el corazón de la Grecia central. Estaba situada en la vertiente sudoeste del Parnaso, a unos seiscientos metros de las aguas del golfo de Corinto, lugar montañoso pero próximo al mar. Su belleza selvática no tardó en impresionar la imaginación de los antiguos, que la escogieron como la sede del más célebre santuario y oráculo de Grecia. A la ciudad de Delfos se podía llegar por dos caminos. Por mar, desde el puerto de Itea hasta el golfo de Corinto, y atravesando la Acrópolis de la antigua Krisa, que dominaba la llanura de los Olivos y el lecho de Pleisto; y por tierra, recorriendo la vía que parte de Atenas, atraviesa Beocia, asciende por las faldas del Parnaso y desemboca cerca del santuario de Atenea Pronea, situado al este del de Apolo. El lugar sagrado está formado por una profunda hendidura en la roca, sombreada por un laurel, la planta consagrada a Apolo. Tenía tres fuentes, la más célebre de las cuales era la de Castalia, con un agua fresca y abundante, además de la de Casotis, que mediante un sistema de canales llegaba hasta el templo de Apolo. Desde los tiempos más antiguos y antes de que existiesen los olímpicos Apolo y Atenea, Delfos era un lugar de culto donde se alzaban templos y santuarios. En la época micénica se practicaba el culto a la diosa Gea (la Tierra), cuyo recuerdo se mantuvo vivo en la memoria de los griegos. Los dioses del lugar eran recordados en las plegarias de la sacerdotisa Pitia antes de entrar en el templo de Apolo. Esta saludaba a la Tierra como primera profetisa, luego a Temis y a Febe, que la sucedieron y que precedieron a Apolo en el lugar del oráculo. Esquilo afirma que el paso del culto de la Tierra al de Apolo tuvo lugar pacíficamente y con pleno acuerdo por ambas partes. Entre los nuevos dioses que junto con Apolo se instalaron en Delfos, la Pitia recordaba a Atenea Promacos, a las ninfas de la gruta corintia que habitaban en una cueva situada más abajo de Delfos, en la altiplanicie del Parnaso, y que se visita todavía, a Dioniso y por último a Poseidón y Zeus, el dios supremo, padre de Apolo. Eurípides, en cambio – Homero avala su versión–, sostenía que el paso del oráculo, de la Tierra a Apolo, provocó un conflicto, resuelto por Zeus en favor de su hijo. Según esta versión, Apolo, nacido de Delos, se estableció en Delfos tras haber matado al dragón que guardaba el antiguo oráculo de la Tierra. El enorme y feroz animal se llamaba Pitón, y de este deriva el epíteto del dios, llamado Pitio, el de la profetisa Pitia y el de los grandes juegos organizados para celebrar la llegada de Apolo y que se llamaban precisamente Píticos. Con Apolo se implantó el método de profetizar a través de la exaltación y el delirio, subsistiendo al mismo tiempo los sistemas más antiguos de adivinación inductiva. La sacerdotisa Pitia se sentaba sobre su trípode, el mismo que Apolo consagrara después de su victoria sobre Pitón, que se colocaba sobre un abismo. De él emanaban vapores embriagadores. Como fuera de sí y presa del delirio, esta pronunciaba palabras incongruentes y emitía sonidos, basándose en los cuales los sacerdotes formulaban la respuesta, a menudo ambigua y oscura. Por eso, entre las nuevas divinidades colocadas al lado de Apolo figuraban las Ninfas y Dioniso, que eran (por excelencia) las divinidades que inspiraban la locura. La sacerdotisa, al ser presa del delirio profético y sentir que se enturbiaba su razón, parecía más una bacante que un ministro del tranquilo y sereno Apolo. En efecto, parece seguro que la importancia de Dioniso era semejante a la de aquel y, como se creía que este último durante el invierno abandonaba Delfos para invernar entre los Hiperbóreos, los dos cultos se alternaban armónicamente. Las consultas tenían lugar en fechas fijadas de antemano y determinadas por el calendario religioso de las fiestas de Apolo. En la época más antigua de Pitia daba sus respuestas regularmente una vez al año, en el aniversario del nacimiento del dios, el siete del mes Disio, es decir, al comienzo de la primavera, en marzo o abril. Más tarde empezó a profetizar una vez al mes, siempre el día siete, excepto en el invierno. Sin embargo, se podía consultar a la sacerdotisa en ocasiones excepcionales, siempre que no se tratase de los días considerados nefastos. Quien deseaba interrogar al oráculo, ya fuese por iniciativa personal o como delegado de una ciudad, debía ante todo pagar una tasa llamada pélano, que consistía en una ofrenda en especie, seguida de otra en dinero. El importe variaba, dependiendo de si el oferente iba solo o en representación de una ciudad. Con el pélano se obtenía el derecho a aproximarse al altar donde tenía lugar un sacrificio, cuya víctima era, generalmente, una cabra. Los sacerdotes deducían de los movimientos del animal inmolado si el dios estaba presente y dispuesto a dar sus respuestas. Antiguamente esta comprobación se hacía observando el vuelo de los pájaros. Si el sacrificio había dado un resultado favorable, los consultantes eran admitidos en el templo y se reunían en un modesto zaguán al refugio del sol y de la lluvia. Para las consultas se seguía un orden que concedía la preferencia a los que poseían una especie de tarjeta de prioridad. Si eran muchos los que disfrutaban de este privilegio, se echaba a suertes, y el mismo procedimiento se utilizaba con los simples peregrinos. Comprobada la presencia de Apolo, los sacerdotes y profetas que habían asistido al sacrificio iban en busca de la Pitia para introducirla en el templo. Según Eurípides, la sacerdotisa era elegida entre todas las mujeres de Delfos de intachable conducta, sin tener en cuenta su edad. Desde el momento en que los sacerdotes la designaban como profetisa se convertía en cierto sentido en la esposa de Apolo y, como tal, debía guardar pureza y castidad, vivía recluida en la casa que le estaba destinada, al parecer en el interior del santuario de Apolo. En la época en que el oráculo gozó de mayor fama llegó a haber tres Pitias a la vez, dos en ejercicio y una de reserva, pero en tiempos de Plutarco bastaba una sola sacerdotisa para cumplir su cometido. Es probable que la Pitia, antes del comienzo de las consultas, se encaminase a la fuente de Castalia para las abluciones y rituales de purificación, antes de acercarse al dios. Al entrar en el templo, acompañada por un cortejo de sacerdotes y adivinas, así como de consultantes, atravesaba el vestíbulo y entraba en la celda donde se alzaba el altar de Poseidón, el asiento de hierro de Píndaro y los trípodes votivos. Arrojaban hojas de laurel en un brasero junto con harina de maíz, a modo de incienso. Luego, el cortejo se dirigía al sancta sanctorum del templo, es decir, a las estancias subterráneas, donde la Pitia recibía las revelaciones de Apolo. Las respuestas se daban en verso y correspondía a los adivinos que acompañaban a la Pitia redactarlas de dicha forma, interpretando todos los sonidos incoherentes que esta emitía mientras deliraba, sentada en el trípode. Por el tipo de respuestas dadas a las ciudades, de evidente interés político, el templo de Delfos ejerció durante siglos una gran influencia política, favoreciendo a una o a otra de las ciudades que aspiraban a la hegemonía. Al afianzarse el cristianismo, su fama decayó, cerrándose el templo por orden del emperador Teodosio en el año 384 d. de C.

      DELOS

      La menor de las islas Cícladas, celebérrima porque en ella nacieron Apolo y Ártemis. La leyenda afirma que la isla surgió de entre las aguas a causa de un golpe del tridente de Poseidón y que estuvo flotando en el mar hasta que Apolo la detuvo. En Delos se alzaba un magnífico templo consagrado al dios. Estaba prohibido enterrar a los muertos, los cuales eran trasladados a una de las islas vecinas.

      DEMÉTER (CERES)

      Hija de Crono y Rea, y hermana de Zeus, su nombre significa «madre tierra» y personificaba la fuerza creadora y reproductora de la tierra. Su atributo específico, que la distinguía de Gea, con la cual se la identificó más tarde, era el de diosa de la tierra cultivada y de los cereales, aquella por cuya voluntad el sueño fructificaba. Los mitos que formaban su leyenda se relacionaban con la fertilidad de la tierra y con el trabajo encaminado a obtener de ella los alimentos. Entre las fábulas más antiguas figura la que narra su unión con el héroe inmortal Jasón, de la que nació Pluto («riqueza»); fábula que significa la abundancia de dones que la tierra brinda a los que la cultivan. Según otra leyenda, Deméter fue raptada por Poseidón, dios de las aguas, elemento indispensable para la vegetación, que se casó con ella. Sin embargo, la más importante, sobre todo para comprender el culto de la diosa,