Franco Fassola

Educar o reeducar al perro


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proporciona confort táctil, representa un elemento de seguridad, se convierte en un compañero de juego y de tiempo de ocio, favorece las relaciones sociales y el contacto con la naturaleza, y da importancia a su propietario porque depende de él.

      2. Es un instrumento de educación para los jóvenes.

      3. Se utiliza con fines terapéuticos (pet therapy) para enfermos, discapacitados y para personas que están solas.

      4. Es un estímulo para el movimiento y la socialización de los ancianos.

      5. Se ha convertido en una fuente de ingresos.

      Todo ello ha comportado, sobre todo estos últimos años, un cambio en la función del perro, que ha adquirido un papel preponderantemente social que le otorga responsabilidad y le causa mucho estrés, y ello puede desembocar más fácilmente en patologías del comportamiento.

      La organización social de la manada

      El perro que vive en familia intenta reconstruir la manada, estructurada en todo y para todo como la de su antepasado el lobo, y en la que concede al hombre el papel de individuo dominante, reservándose a él mismo el de dominado. Esta organización gusta especialmente a los ejemplares que han estado en contacto con el hombre antes de las 12–14 semanas de vida (véase capítulo, «Conocer al cachorro para elegirlo bien»).

      Si el dueño no se comporta como un verdadero líder de manada, el perro toma la iniciativa, sobre todo si se trata de un animal con carácter dominante, y se rebela contra sus órdenes gruñendo y en algunos casos incluso mordiendo. El periodo crítico es cuando llega a la madurez, sexual y social, porque del mismo modo que el lobo joven decide pelear para tratar de imponer su dominio, el perro doméstico también actúa con más agresividad.

      Una buena relación entre un hombre y su perro da lugar a una verdadera amistad. (Propiedad y cría del Pino Azzurro)

      Algunas veces, el perro sólo obedece a un miembro de la familia y no a los demás. Esto ocurre siempre que se ejerce sobre el animal un control escaso o incierto.

      Otra situación particular se da cuando en la familia hay dos o más perros. En este caso, los animales establecen una jerarquía propia que a veces su propietario no entiende y, como tiende a considerarlos en un mismo nivel, acude en defensa del más débil (el dominado) y regaña al dominante. Este proceder crea una situación confusa, que desemboca casi siempre en peleas entre los animales.

      Nos encontramos ante patologías del comportamiento que reciben el nombre de sociopatías intraespecíficas e interespecíficas, consistentes en comportamientos alterados en el seno del grupo que repercuten en las relaciones de todos sus miembros.

      El juego

      Para el perro el juego es un modo de comunicar, de socializar y de aprender. Apenas empieza a aguantarse de pie, el animal juega con sus hermanos y con su madre. Con el paso del tiempo los juegos adquieren una finalidad más concreta, y con ellos el perro aprende las posiciones de dominante y de dominado, los rituales sexuales y los comportamientos de agresividad.

      El adulto también juega con sus congéneres y con el hombre y, al igual que el lobo, a veces usa la actividad lúdica para mejorar su posición jerárquica o para poner a prueba la fuerza de un potencial adversario. El perro, como el lobo, también juega mucho cuando es adulto. Sin embargo, a diferencia del lobo, en el perro los comportamientos «infantiles» perduran más tiempo, porque al hombre le gusta considerar a su amigo como un gran cachorro incluso cuando ya es adulto, y este se comporta en consecuencia.

      Paradójicamente, nos gustan los perros juguetones, pero en la manada hombre-perro le proporcionamos pocas ocasiones de jugar, ya que las ocupaciones laborales nos obligan a dejarlo mucho tiempo solo.

      El autor con su amigo en un momento de juego. (Propiedad y cría del Pino Azzurro)

      Los más afortunados son los que viven en familias en donde hay niños, que convierten el juego en la principal actividad del día e involucran siempre a sus amigos de cuatro patas.

      Si los juegos se endurecen, habrá que controlar y vigilar a los ejemplares dominantes. Cuando gruñen, muestran los dientes o incluso intentan morder, conviene recordarles quién manda.

      Estas situaciones se producen jugando con un trapo o con un palo, o cuando van a buscar la pelota y luego se niegan a soltarla.

      Un juego un poco especial son las persecuciones de gatos o perros pequeños siguiendo su instinto depredador, que en realidad es una representación de una fase de la caza. También pueden comportarse así con niños o con adultos desconocidos, a los que persiguen para saltarles a los hombros. Es un juego peligroso que debe ser controlado: los perros, llevados por la excitación, pueden causar daño a «sus presas».

      No es raro ver a los animales, sobre todo a los cachorros, jugar solos y morderse la cola, lamerse una pata o roer los muebles; puede ser una manera de advertir a su dueño de que no se encuentran bien desde el punto de vista psíquico, que están enfermos o estresados.

      Estos comportamientos se dan a menudo en perros que pasan mucho tiempo solos o que viven en un medio carente de estímulos (véase capítulo «El perro tiene necesidad de vivir en compañía»).

      El territorio y la caza

      El perro doméstico que vive en la ciudad o en el campo dispone de un territorio mucho más restringido que el lobo. Su radio de acción abarca la casa, el jardín y, para algunos, el automóvil. Sin embargo, hay perros que no aceptan esta limitación y amplían su territorio: son aquellos que se escapan cada vez que se les presenta la ocasión; tienen un territorio que sobrepasa los límites domésticos y lo marcan con frecuentes emisiones de orina o con la secreción de las glándulas perianales.

      El perro se comporta de modo análogo al lobo en la subdivisión y control de su territorio. Cuando está encerrado en un jardín, utiliza un lugar fijo para defecar y orinar, y elige otro para comer y dormir, que es comparable al área doméstica en donde el lobo tiene las madrigueras.

      Defiende el territorio de las intrusiones de extraños ladrando, gruñendo y, si alguien penetra en él, mordiendo. Si se observa una obstinación excesiva en la defensa (por ejemplo, si no deja de ladrar cuando se le ordena), deberemos preocuparnos, porque es signo de que el animal se percibe él mismo como dominante, por lo que será necesario reequilibrar la relación dominio-sumisión.

      El automóvil también puede ser su territorio, y en este caso lo defenderá hasta la extenuación ante quien se acerque a él, ladrando y gruñendo. Si el perro provoca destrozos cuando se queda solo dentro, no significa que lo haga por agresividad o por despecho hacia su dueño por el presunto abandono. Puede deberse a una actividad de exploración, ligada al miedo a que le dejen solo, frecuente en animales que no saben estar sin la compañía de una persona o de otro animal. Empieza a oler los asientos que huelen al dueño, luego, movido por la excitación, los mordisquea y, seguidamente, pasa a otros objetos como el cinturón de seguridad o el volante.

      Los perros se pueden clasificar en dos grandes grupos: el primero incluye las razas utilizadas en la caza, que logran dar satisfacción a su instinto depredador; el segundo abarca a todas las demás razas que, no siendo aptas para la caza, se contentan persiguiendo gatos, coches, bicicletas, personas que corren y – por desgracia— también niños pequeños que empiezan a gatear o caminar (esto último puede ocurrir con ejemplares de todas las razas, incluso con los de caza si se destinan predominantemente a la compañía).

      Para el perro doméstico la caza ya no es una necesidad vital como lo es para el lobo, sino que se ha convertido en una actividad de ocio, igual que para el hombre. No le sirve para alimentarse, ya que esta necesidad se la «soluciona» su amo, que para eso es el líder de la manada. Esto se explica porque en la manada el acceso a la comida está regulado por normas muy estrictas: primero comen los lobos dominantes y luego los demás, siguiendo un orden jerárquico.

      En el caso del perro