del líder de la manada, por lo que el perro debe comer siempre después de su dueño (lógicamente si comen en el mismo lugar). Antes de ponerle el plato se le debe exigir un gesto de sumisión, como por ejemplo, ordenarle ¡sentado! La comida se le debe dejar no más de diez minutos a su disposición, al término de los cuales se retirará, tanto si se lo ha comido todo como si no lo ha hecho.
La vida sexual del perro doméstico
Para el perro, la domesticación ha significado alimento seguro, cobijo y afecto del ser humano, pero también ha repercutido en su vida sexual.
La perra que vive en familia tiene una sexualidad que difiere a la de la loba: tiene dos periodos de celo al año, independientemente de la estación, es decir, no sólo en primavera.
Normalmente los apareamientos dependen de la decisión del propietario, y ello implica que no se produzcan peleas entre machos para acceder a una hembra. Por otro lado, se aparean individuos dominantes con individuos dominados, y se utiliza la fecundación artificial si dos perros no consiguen reproducirse por sus propios medios.
No debemos olvidar que la selección llevada a cabo por el hombre prioriza el aspecto estético por encima de las capacidades de supervivencia o el carácter, como sería el caso del apareamiento entre lobos.
El perro macho instaura con las personas con las que vive distintas relaciones de dominio y sumisión ligadas a las características sexuales; normalmente acepta como dominante al hombre e intenta someter a la mujer.
En cambio, una perra que viva en una familia puede no dejarse montar, en muchos casos, por un excesivo apego a «su manada».
El comportamiento de los machos también presenta peculiaridades, por ejemplo cuando escenifican actitudes de monta eligiendo como pareja las piernas de los invitados, por el simple deseo de llamar la atención (véase el capítulo «Penas y alegrías del sexo»).
La relación perro-hombre
La vida del perro también ha experimentado modificaciones al cambiar la sociedad en la que se ha integrado. Antiguamente, nuestro fiel amigo vivía predominantemente en ambientes rurales, desempeñaba la función de guardián de la casa y de las propiedades, vigilaba el rebaño, ayudaba a su dueño en la caza y, en menor medida, le hacía compañía. Hoy en día su función más habitual es la compañía, con todas las consecuencias que de ello se derivan.
Un espléndido yorkshire, uno de los perros de compañía más difundidos. (Fotografía de Visintini)
Hasta hace dos siglos aproximadamente, sólo los perros de talla pequeña, los llamados perros falderos, vivían con el ser humano. Los perros de caza, de pastor y los molosos se destinaban siempre al trabajo, si bien algunas veces frecuentaban la casa.
La urbanización y el deseo de originalidad han condicionado nuestros gustos cinófilos y, por consiguiente, el comportamiento de nuestros animales que, aunque con dificultades, intentan adaptarse. Hoy en día se pueden ver perros de caza destinados exclusivamente a pasear por la ciudad, perros de tiro que se compran sólo por estética, y podríamos dar muchos más ejemplos. Para satisfacer estas nuevas exigencias, el hombre ha seleccionado, sobre todo a partir del siglo XIX, un gran número de razas muy diferentes de lobos, no sólo por su aspecto, sino también por el comportamiento. Las consecuencias han sido profundas repercusiones en las relaciones entre los perros, y entre el perro y el ser humano.
El siguiente paso ha sido humanizar al can, considerándolo cada vez más como una persona y cada vez menos como un animal (proceso de antropomorfismo). Intentamos que viva con nosotros, incluso lo vestimos (¡hasta existen vestidos de boda para perros!), nos esforzamos por modificar su comportamiento, su modo de vida, su alimentación… Resulta difícil entender el porqué. Quizá la vida ha perdido los valores de antaño: la fidelidad, la amistad, el altruismo, la justicia (que se recuperan viviendo con un perro), o quizá cada vez es más difícil instaurar relaciones sólidas y duraderas entre las personas. En cualquier caso, nuestro fiel amigo es el catalizador de estos intereses y afectos.
El beagle es un perro paciente y muy afectuoso con los niños. (Fotografía de Balistreri)
El pinscher obsequia con gran afecto y alegría y se adapta a vivir en espacios relativamente pequeños; es una raza idónea para personas ancianas. (Fotografía de Balistreri)
Quizá la humanización de un animal es una forma de intentar comprenderlo mejor. En cambio, es muy importante intentar entender realmente a nuestro perro, esforzarse en ver el mundo con sus ojos, estudiar su comportamiento y sus conductas, respetando al mismo tiempo su personalidad y sus necesidades. Para adaptarse al modo de vida del hombre, este animal ha cambiado muchísimo, si bien conserva algunos esquemas del comportamiento del lobo: necesita vivir en manada y tener un líder, que debe ser siempre el ser humano.
Quien compra un perro debe asumir estas exigencias para ofrecerle una vida tranquila, y tener en cuenta que no sólo necesita comida y una casa, sino la convivencia con su dueño, porque para el perro es importante todo (el juego, la actividad física, el trabajo…) lo que puede hacer en su compañía.
Conocer al cachorro para elegirlo bien
La adopción de un cachorro condicionará la futura vida del perro y de su propietario.
Es una decisión importante que debe tomarse después de haber consultado con profesionales del sector y haber logrado un acuerdo total en la familia. Es útil escuchar los consejos de un veterinario, que aportará información acerca del cachorro, de las enfermedades más frecuentes de la raza y de su comportamiento, de modo que la decisión tendrá en cuenta las exigencias del animal, el medio en donde deberá vivir y el estilo de vida de la familia. Si se desea un ejemplar de concurso habrá que consultar también con un educador cinófilo y un experto en la raza. El nuevo miembro deberá satisfacer las exigencias de todos los integrantes de la familia y tener la posibilidad de adaptarse al medio ambiente que se le ofrece. Además de conocer las características de la raza, es importante saber que los primeros meses de vida de un perro son fundamentales para modelar su carácter. El cachorro es como un niño que, si nace y crece en un ambiente tranquilo y rico en estímulos positivos, tendrá más posibilidades de convertirse en un adulto equilibrado (véase la historia de un perrito llamado York).
Las etapas de desarrollo y el aprendizaje
Para poder conocer la infancia del perro, seguiremos su desarrollo psicofísico, dividiendo los primeros meses en cuatro periodos: neonatal, de transición, de socialización y juvenil, con una breve mención al periodo prenatal, es decir, el que va desde la concepción hasta el nacimiento.
El periodo prenatal
Al estudiar el desarrollo del cachorro cuando está en el útero materno se ha descubierto que el feto reacciona a los estímulos externos.
Algunos especialistas en comportamiento animal (como por ejemplo P. Pageat) han observado con ecografías que los fetos reaccionan a la palpación abdominal de la perra gestante de 45 días. El experimento en cuestión duró cinco días. Durante los tres primeros, los futuros cachorros respondieron con movimientos a los 30 segundos de la estimulación táctil; luego, se acostumbraron y dejaron de moverse. Esto demuestra que en los fetos la sensibilidad táctil aparece con precocidad y que se adaptan rápidamente a una nueva situación.
Los cachorros también pueden percibir si la madre está sufriendo una situación estresante. Todavía no se han realizado estudios en profundidad, pero se ha observado que los fetos en el útero responden al estrés materno con distintos movimientos: se giran, se chupan una extremidad o el cordón umbilical. Además, la duración de esta respuesta es más prolongada cuanto más intenso es el estímulo de la hembra gestante. La conclusión es que los fetos son capaces de experimentar emociones a través de la madre, y no se puede descartar que estas experiencias precoces incidan en su psiquismo y condicionen su comportamiento