Ramon Diez Galan

La prisión, elige tu propia aventura


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poco a poco comienzas a recuperarte.

      – El Jefe me ha dicho que si bebía esto conocería a Cristina.

      Sientes una explosión interna en tu estómago, como si un volcán entrara en erupción, al poco tiempo sientes como un líquido sube por tu garganta y comienzas a tirar espuma blanca por la boca. Tu compañero te sujeta y grita con energía.

      – ¡Guardia! ¡Ayuda!

      No aparece nadie, la espuma sale sin parar por tu boca.

      – ¡Socorro! ¡Un médico! ¡Necesitamos un médico! – Armando golpea la puerta en busca de ayuda, finalmente se dirige hacia ti y te dice en voz baja. – Tranquilo, te pondrás bien, he visto esto antes, es simplemente un truco para ir a la enfermería.

      Finalmente, dos guardias entran en la celda, no hacen ni una pregunta, comprueban tu estado, estás sudando y tu boca todavía tiene restos de la espuma blanca que ha salido de tu cuerpo como si fueras un géiser. Uno de ellos le dice al otro.

      – Nos lo llevamos a la enfermería.

      Salís del bloque de celdas, el pasillo hasta la enfermería es luminoso, entráis en una habitación típica de hospital, los guardias te tumban y te inmovilizan en la cama. Una mujer con bata blanca entra en la sala.

      – Muy bien, ya me encargo yo. – Cristina es una mujer joven, tiene el pelo liso y los ojos grandes.

      Los guardias salen de la habitación. La doctora se acerca a la cama y te examina.

      – Vamos a ver, ¿qué ha pasado aquí?

      – ¿Eres Cristina?

      – Así es, y tú… imagino que no eres un adivino.

      – El Jefe me ha enviado, me ha dicho que necesita somníferos.

      La doctora pone cara de extrañada.

      – ¿Cómo? Creo que te has equivocado, muchacho. Yo no sé ni quien es el Jefe ni quien eres tú. ¿Qué te has creído que es esto? ¿Un supermercado?

      Contestas con una sola palabra, la contraseña.

      – Telaraña.

      El rostro de Cristina cambia por completo. Parece tener una lucha interna entre hacer lo correcto o no. Mira hacia la puerta para comprobar que sigue cerrada.

      – Lo siento, pero dile al Jefe que ya no puedo sacar más cosas de la enfermería, ahora nos están haciendo un control muy estricto de lo que utilizamos y…

      Utilizas tu última bala que tienes.

      – El Jefe me ha dicho que te pregunte por las clases de karate de tu hijo… ¿Mario? Sí, Mario.

      La doctora ahora sí, parece aterrada. Está claro que el Jefe utiliza el miedo para controlar a la gente. Cristina utiliza una pequeña llave que tiene para abrir un armario, de allí saca unos botes de color blanco.

      – Solo puedo darte dos, pero, por favor, no le hagáis nada malo a mi hijo.

      Guardas los somníferos en tu bolsillo, no te gusta la idea de que Cristina piense que eres un matón sin sentimientos capaz de hacer daño a un niño, pero debes escapar de la prisión a cualquier precio.

      – Vas a quedarte un par de horas en observación, luego unos guardias te devolverán a tu celda. – La doctora sale de la habitación con la piel todavía blanca por el miedo que ha pasado. – Te aconsejo que bebas mucha agua, esa cosa que has bebido te debe de haber dejado sin jugos gástricos.

      La doctora sale y cierra la puerta, estás atado por manos y pies a la cama, los guardias no han hecho demasiado bien su trabajo, pues con un poco de esfuerzo podrías liberarte, ¿pero entonces qué? Analizas lo que hay a tu alrededor, material médico, un ordenador viejo y una ventana, podría ser una posible vía de escape, sabes que la enfermería está en un piso alto y lo que te espera al otro lado de esa ventana es un misterio, pero quizás valga la pena intentarlo, sería jugárselo todo a una carta. Todo o nada. Por otra parte, si vuelves a tu celda y le das los somníferos al Jefe es posible que consigas escapar sin poner en juego tu vida.

      Si intentas liberarte y salir por la ventana, ve a la página 47

      Si prefieres esperar a que te lleven a tu celda y dar los somníferos al Jefe, ve a la página 62

      …

      No puedes resistirte, la sed es el peor de los sufrimientos para un ser humano. Coges el vaso y te bebes hasta la última gota. Sientes como un líquido denso pasa por tu garganta, no parece Coca Cola, no te importa, la sensación de beber es placentera, por un momento sientes que estás en el paraíso. Miras fijamente a los guardias, están comentando algo sobre el partido de baloncesto.

      – Pues he oído que Jorge ha apostado mil euros a que va a ganar.

      – No me extraña, era profesional, dicen que incluso había un equipo de la NBA interesado en él. Podría haber sido una estrella y mira donde ha terminado.

      – Lo que no sabe es que nosotros…

      Las palabras se pierden, no puedes escuchar lo que dicen los guardias, poco a poco las siluetas se vuelven borrosas, te sientes mareado, tu respiración comienza a fallar, todo se vuelve negro. Los guardias se acercan a ti y se interesan por tu estado de salud. Escuchas una última palabra mientras caes al suelo.

      – …Veneno…

      FIN

      …

      Tu mirada se centra en el frasco que tienes entre tus manos, el color verde no te inspira ninguna confianza, pero, dada tu situación, debes apostar fuerte. Todo o nada. No lo piensas dos veces, tu compañero está durmiendo, el silencio en la celda es absoluto. Abres la pequeña botella con decisión y bebes todo el líquido de un trago, el sabor es amargo e intenso.

      No tardas en empezar a sentir los efectos, tu estomago empieza a reaccionar, notas gases moviéndose por todo tu interior. De repente, una gran cantidad de espuma sale propulsada por tu boca, pareces una fuente. Armando se despierta y se levanta de la cama de un salto.

      – ¡Ayuda! ¡Un médico!

      Un guardia entra rápidamente en la celda.

      – ¿Qué ha pasado?

      – Mi compañero está muy mal, se muere, necesita ver a un médico ya. – Armando dramatiza todo lo que puede la situación, ve el frasco en el suelo de la celda y con un ligero golpe con el pie lo esconde debajo de la cama. – Yo te ayudo a llevarle, vamos, el tiempo es oro.

      El guardia duda unos instantes. Tu compañero le mete más presión.

      – Se está muriendo, hay que hacer algo, yo tengo 60 años, no voy a intentar escapar.

      Finalmente, el vigilante acepta.

      – De acuerdo, vamos, tú sujétale por las piernas.

      De camino a la enfermería la espuma sigue saliendo por tu boca casi sin descanso, llegáis a una habitación blanca, Armando y el guardia te tumban en la cama, pierdes la consciencia.

      Cuando despiertas te das cuenta de que Armando está esposado a una silla y tú estás atado a la cama, no hay nadie más en la habitación. En la boca tienes un sabor horrible.

      – ¿Qué ha pasado?

      – Tranquilo, esta vez yo he hecho el trabajo sucio. – Armando se mete la mano en el bolsillo y saca dos frascos de cristal, los lanza a la cama. – Somníferos, era eso lo que venías buscando, ¿no?

      Contestas al tiempo que guardas la mercancía en tu bolsillo.

      – Sí, ¿cómo lo has sabido?

      – No sé si es que normalmente hablas en sueños, o si es por la mierda esa que te has tomado, pero mientras la doctora Cristina te examinaba no parabas de decir que el Jefe necesitaba somníferos, así que te los he conseguido.