Ramon Diez Galan

La prisión, elige tu propia aventura


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llamo Cristina, soy la doctora de la prisión, estás en la enfermería. Llevas tres días en coma. ¿Recuerdas algo de lo que pasó?

      – Me dispararon por la espalda. – Incluso hablar te resulta doloroso. – Estaba ya casi arriba, me faltó muy poco.

      – Muy poco te faltó para morir. – Cristina comprueba tu temperatura con un termómetro mientras te habla. – Hay una cosa que no entiendo, ¿por qué intentaste escapar de la prisión en tu primer día? Normalmente la gente espera un poco más.

      – Estoy aquí injustamente. Yo no soy una mala persona. Tengo que salir de aquí.

      Cristina escucha tus palabras con indiferencia.

      – Vas a tener que hacer mucho más para impresionarme, eso dicen todos.

      – Lo mío es cierto, puedes mirarlo en mi historial. – Tu voz suena desesperada. – Yo no he hecho nada, soy policía, investigaba a ARTUS, la empresa para la que trabajas.

      Algo despierta la curiosidad de Cristina.

      – He buscado tu historial por todas partes y no he encontrado nada, ni siquiera tu nombre está en los registros de la prisión. ¿Qué dices que investigabas?

      Decides contar tu historia, la doctora parece ser una buena persona.

      – ¿Sabes cómo funciona ARTUS? Tienen prisiones por todo el país, el gobierno paga una cantidad de dinero por cada prisionero que hay aquí dentro, como en un hotel. Pues hace poco tiempo descubrí que hacen informes falsos, para ganar más dinero, hay facturas con nombres de personas que no existen.

      Cristina parece estar sorprendida por tu historia.

      – Dios mío, alguna vez me han pedido que rellene actas médicas de pacientes sin haberlos visto. Espero no haber hecho nada ilegal. – La voz de la doctora suena a preocupación. – ¿Y cómo has terminado dentro de la prisión?

      – Hablé de todo esto con la persona equivocada, un alto cargo de la policía que, al parecer, trabaja para ARTUS. Fui detenido al instante. Me metieron aquí sin permitirme hacer ni una llamada. La red de corrupción llega hasta el gobierno del país, debo salir y contarlo todo. Temo por mi vida, si mi nombre no está en el registro de la prisión es porque quieren que desaparezca. Van a intentar matarme.

      La doctora se horroriza con la idea, piensa en cada una de tus palabras, parece que empieza a replantearse muchas cosas.

      – En tu estado de salud, tienes difícil volver a correr y saltar vallas, creo que deberías hablar con el director de la prisión. Él sabrá qué hacer. – Cristina tiene una voz dulce e inocente, parece que realmente quiere ayudarte. – Le voy a decir que venga inmediatamente.

      Con la emoción del momento olvidas el dolor, parece que ya puedes hablar sin problemas, incluso consigues girar la cabeza de un lado a otro.

      – No, todavía no sé en quién puedo confiar aquí dentro, y el director de la prisión puede que pertenezca a la organización corrupta de ARTUS.

      – No lo creo, es una persona responsable. Conozco bien al director, a su esposa y a sus tres hijos, el mayor estudia medicina en la mejor universidad del país. – Cristina cierra la puerta para que los guardias no puedan escuchar la conversación. – Viven todos en una casa preciosa en el barrio rico de la ciudad. Son una familia muy unida, de las que solo se ven en las películas. El director tiene una vida perfecta, no creo que lo arriesgue todo por una organización corrupta. Puedo darle un mensaje de tu parte si quieres.

      – ¿Y qué sabes del Jefe? – Preguntas por la persona que crees tiene más poder en la prisión. – No sé cómo lo ha hecho, pero tiene mi teléfono móvil y ha conseguido mi código PIN.

      Cristina se acerca a ti.

      – Todo el mundo conoce al Jefe, se rumorea que tiene información delicada de personas importantes y gracias a ello hace lo que quiere, creo que se siente más cómodo y protegido dentro de la prisión que fuera de ella. Él también podría ayudarte, pero según tengo entendido es una persona que simplemente actúa por interés.

      – ¿Y quién no lo hace hoy en día? – Ves dos caminos abrirse ante ti. – Has dicho que puedes llevarle un mensaje al director de la prisión, ¿crees que también podrías ponerme en contacto con el jefe?

      La doctora duda un momento y, finalmente, contesta.

      – Sí, el Jefe tiene varios informadores, suelen pasar por la enfermería una o dos veces a la semana. Creo que podría darles tu mensaje. Voy a ayudarte, pero por favor, no puedes decirle nada a nadie, mi puesto de trabajo correría peligro. ¿Qué quieres que haga?

      Si quieres ponerte en contacto con el Jefe, ve a la página 71

      Si prefieres darle un mensaje al director de la prisión, ve a la página 28

      …

      Quieres parecer un tipo duro, de esos que se ríen de la muerte y no temen ni al mismísimo diablo.

      – Nada, simplemente es que no me gusta estar encerrado, una cosa tengo clara en esta vida y es que moriré como un hombre libre.

      Tu discurso suena creíble, te tumbas en la cama y dejas que tu compañero continúe con sus preguntas.

      – ¿Y cómo has acabado en esta prisión? ¿Cuál es tu historia?

      – Tuve un problema con un comisario de la policía, acabé quemando su casa. Estuve unos meses en el centro penitenciario de máxima seguridad de Herrera de la Mancha, el sábado pasado conseguí escapar organizando un motín. Llegué hasta la frontera con Francia escondido en un maletero, allí me descubrieron en un control que había organizado el ejército y me trajeron aquí. Ni te lo imaginas, el dispositivo de seguridad era espectacular.

      Armando se sorprende con la historia, parece recordar algo.

      – Sí, creo que escuché a unos guardias hablando sobre un motín en Herrera de la Mancha, decían que uno de los prisioneros había muerto al intentar escapar.

      Pones voz triste para responder.

      – Sí, era uno de mis compañeros, le dispararon por la espalda.

      Tu compañero se levanta de golpe y se acerca a ti.

      – Es una historia muy interesante, podría ser una buena película de Hollywood, incluso tiene una parte dramática, ¿alguien se la ha creído? Porque a mí no me engañas.

      – ¿Cómo? – Pones voz de sorprendido, aunque tu actuación suena poco creíble.

      – Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Y, amigo mío, creo que tengo unos cuantos años más que tú. – Armando parece que controla la situación y sabe de qué hable. – Casualmente mi primo está en la prisión de Herrera de la Mancha, regularmente nos enviamos cartas y el domingo me escribió por última vez, no me dijo nada de ningún motín, ni de presos muertos. Pero tranquilo, aprecio tu creatividad, podrías ser un buen director de cine.

      No sabes cómo reaccionar, tu compañero de celda ha descubierto tu mentira, piensas en contarle la verdad. No puedes ni abrir la boca pues la puerta se abre con un fuerte ruido. Valero entra en la habitación y grita.

      – ¡Fuera los dos! Es la hora de vuestra carne de rata. ¡Rápido!

      Os dirigís hacia el comedor, allí están la mayoría de los presos. La sala está dividida en dos zonas, Valero os intenta separar.

      – Armando, tú a la zona A, y tú, nuevo, a la zona B.

      Armando interviene.

      – Disculpe Valero, ¿el Jefe está en la zona A?

      – Sí, ¿por qué? – El guardia responde agresivamente. – No me toques los huevos ya de buena mañana.

      – Es que mi compañero tiene que hablar con él. Es importante.

      – De