de todo Marisol siguió cantando en el coro de la Catedral. Poco a poco el dolor de su alma iba calmándose, ya que la música la distraía. Pasaron meses, y con el principio del verano cuando la chica ya había cumplido quince años, Doña Encarnación la volvió a enviar a su finca, a Andalucía.
Sin embargo ahora se iba sin compañía de su amiga Elena. Marisol tenía ganas de quedarse sola. Le gustaba soñar, crear fantasías en donde se veía junto a Rodrigo. A veces estaba ansiosa y deseaba que sucediera un milagro y que entonces pudiera unirse a él; no obstante luego volvía a la realidad persuadiéndose a sí misma que lo que imaginaba, era imposible. Los curas católicos aceptaban el voto de celibato para toda la vida y con esto tenía que resignarse mientras se acordaba de Enrique, pensando que a su lado podría olvidarse de sus sentimientos hacia el cantante.
Mientras tanto Enrique había sido mandado a otra provincia y por eso no pudo visitarla.
Marisol se acordaba de su promesa y esperaba que al cabo de un año, al cumplir su servicio al rey, el muchacho volvería a Madrid e iría a su casa para pedir su mano. Y con esto se consoló.
Al cabo de unas semanas llegó a la finca toda la familia: Doña Encarnación, Isabel, hermana menor de Marisol y Jorge Miguel, su hermano menor que acababa de cumplir nueve años y estaba preparándose para ingresar en la escuela para los caballeros jóvenes en la corte. Pronto apareció también Roberto, hijo mayor de Doña Encarnación, a quien le habían concedido unas pequeñas vacaciones por su fiel servicio.
Roberto era uno de los mejores caballeros de Su Majestad y el hombre de confianza del mismo regente.
La presencia de los familiares distraía a Marisol de su soledad. La familia recibía a huéspedes y también iba de visitas. A pesar de todo eso, la chica prefería pasar tiempo en el jardín, donde le gustaba pasear, descansar y soñar. Y a veces se apartaba a un rincóncito pintoresco para escribir algo o tocar el laúd.
Otro verano voló, y ya era tiempo para volver a Madrid. Marisol regresó a sus ensayos en el coro de la Catedral. Ya cantaba con otros participantes en los oficios. Logró hacer amistad con algunas chicas de su grupo y así se entretenía y se sentía bien. En la casa se sentía aburrida ya que su hermana Isabel había vuelto al monasterio para continuar sus estudios, y Jorge Miguel ya vivía en la corte con otros chicos de la escuela para futuros caballeros. A la chica no le gustaba su austera casa de Madrid, allí se sentía incómoda y extrañaba su querida finca de Andalucía.
Marisol seguía visitando también a su amiga Elena, pero sus encuentros poco a poco iban siendo más raros y escasos, pues las chicas ya tenían intereses y aficiones diferentes.
Elena estaba loca por bailar y no dejaba de visitar tertulias y acogidas que se celebraban en las casas más prestigiosas de la ciudad. Le gustaba la vida laica. La muchacha era muy atractiva y comunicativa, así que por ello tenía éxito en los altos círculos de Madrid. Siempre era el centro de atención, atrayendo todas las miradas y aceptando galanteos de los mejores caballeros; le gustaba saber de intrigas e incluso por ello la conocían en la corte.
Marisol en cambio intentaba evitar todo eso, ya que siempre se aburría en aquellas fiestas y acogidas. A veces visitaba bailes, pero no tenía ganas de conocer a alguien o buscar aventuras. Nadie en el mundo podría compararse con Rodrigo, salvo Enrique, pero este se encontraba lejos. Le gustaba la privacidad, y tan sólo a veces, cantaba para sus familiares y huéspedes en su casa.
Doña Encarnación estaba preocupada por su hija, al pensar que un día podría retirarse a un monasterio. Sin embargo la vida eclesiástica no atraía mucho a la chica, aunque los domingos regularmente iba a misas, confesaba y comulgaba; esto no lo hacía por la llamada de su corazón, sino porque así era de costumbre.
En donde tenía puesto el corazón su hija, Doña Encarnación no tenía ni idea, ella no era parecida a las demás chicas de su edad. No obstante, la señora sospechaba que seguía suspirando por aquel cantante del coro, de quien se había enamorado hacía un año, pero Marisol de ninguna manera revelaba sus sentimientos. Tras vivir aquella triste historia la muchacha se hizo muy introvertida, solía aislarse de todos, se mostraba cerrada hablando poco, y salía de casa solamente cuando tenía alguna necesidad, portándose así como lo requerían las reglas de la urbanidad.
Uno de los parientes lejanos de la familia, primo segundo de Marisol – se llamaba José María López – la vio una vez en un baile y empezó a mostrarle atención, intentando relacionarse más estrechamente con ella. Su familia procedía de un abolengo noble pero empobrecido; quizás pensando en mejorar su situación económica, y a llegar a ser otro miembro más de la familia Echevería de la Fuente.
Sin embargo la chica ni siquiera quería hacer oídos de aquel hombre, no quería escucharle, ni prestarle la más mínima atención. Le pareció muy antipático y no le gustaba. Doña Encarnación no insistía, pues prefería que su hija buscara a su novio con sus propias fuerzas.
Capítulo 7
Entre tanto pasó el invierno, ya empezaron a brotar las hojas en los árboles y aparecieron las primeras flores.
Marisol se daba cuenta de que de nuevo quería irse a su finca de Andalucía, sin embargo estaba esperando a que llegara Enrique; entonces Elena le comunicó a su amiga, que el muchacho cumpliría con sus servicios al rey a finales del mes de Mayo.
Marisol empezó a prepararse para este evento y se probaba nuevos vestidos y adornos pasando muchas horas ante el espejo.
Doña Encarnación se alegraba de que su hija volviera a demostrar un interés hacia la vida.
La chica se puso a soñar con una cita con el hermano de Elena, imaginándose que guapo, galante y elegante estaría el muchacho al volver del servicio militar y como se presentaría ante Doña Encarnación, para pedir su mano, que posteriormente se celebraría una bendición nupcial en una de las grandes iglesias de Madrid y una boda pomposa en su casa, y que luego los cónyuges jóvenes se irían de viaje de boda…
Llegó el mes de Mayo y la chica vivía saboreando lo que más adelante sería un grato acontecimiento, así que de esta manera casi se olvidó de Rodrigo. La imagen de Enrique que la chica dibujaba en sus fantasías, soñando con sus citas, e imaginando en detalle como se realizaría todo, todo esto, era algo que ocupaba totalmente su corazón y su mente.
Pronto llegó la noticia de que un grupo de caballeros acababan de venir a Madrid, tras cumplir el servicio militar. Al saberlo Marisol, se dispuso enseguida a ir a la casa de su amiga para ver a Enrique, pero Doña Encarnación le explicó que sería una conducta inapropiada de su parte, pues tenía que ser, que el mismo muchacho debía venir a la casa de su novia, eso era lo correcto.
Entre tanto, pasó un día y otro, luego una semana, pero nadie apareció en la casa de la familia Echevería de la Fuente para pedir la mano de la chica.
Marisol se consolaba a si misma pensando que Enrique, probablemente, tenía que poner sus asuntos en orden después del servicio, y prepararse para aquel evento tan importante. Sin embargo pasaron otras dos semanas, y nada, ninguna noticia de la casa de Rodríguez. Y Elena también, lo mismo, como si se hubiera olvidado de la existencia de su amiga.
Así que la chica se encontraba preocupada y se sentía muy inquieta, llena de incertidumbre. Vagos presentimientos se colaron en su alma. Ya había cumplido dieciseis años, pero el cumpleaños se celebró de forma muy modesta entre los familiares.
Doña Encarnación volvió a preocuparse por su hija; ya se daba cuenta que el muchacho en realidad era “un calavera”, un joven “de esos” los llamados “alegres de cascos”, esos a quienes les gustaba enamorar a las mujeres, dándoles promesas que no estaban dispuestos a cumplir.
Por no dar él señales de vida, Marisol se puso deprimida y apenas salía de la casa. Y por esta razón, Doña Encarnación poco menos que a la fuerza la hacía pasear al aire libre.
A finales del mes volvió del monasterio Isabel, hermana menor de Marisol, para pasar con