favor ¡no me molesten!
El portero inclinó su cabeza con cortesía.
Marisol prosiguió hasta su habitación, se quitó su aborrecido vestido de corsé, vistiéndose con la suave bata de casa, se echó a la cama y se puso a sollozar. Luego se quedó profundamente dormida.
Capìtulo 9
Por la noche despertó a la chica Doña Encarnación.
– ¿Qué te pasa, mi niña? – le preguntó, alarmada, pasándole la mano por la cabeza. En sus ojos grises Marisol leyó una gran preocupación.
– ¿Qué hora es? – preguntó la chica, mirando a todos lados – no recuerdo como me dormí.
– Ya es de noche, está oscuro. No pudimos retirarnos del baile más temprano, habría sido indecoroso, – le contestó Doña Encarnación – tuve que explicar que te tenías dolor de la cabeza por no soportar el bochorno.
– Gracias, mamá.
– ¿Sigues sufriendo por aquel dichoso Enrique? – volvió a preguntarle Doña Encarnación.
– No lo sé, mama. Intentaba quitármelo de la cabeza, ya que comprendo que no vale nada, no es un hombre decente, pero cuando le ví con esta … – se quedó callada por un rato, – me puse mal. Además apareció este dichoso Jose María. No lo soporto, me parece muy antipático, y no sé porqué le invité a acompañarme a la sala de entremeses, por culpa de eso ahora va a perseguirme.
Doña Encarnación abrazó a su hija.
– ¡Pobrecita niña mía! Si, es verdad, nuestro pariente lejano es una persona muy desagradable. Tiene algo siniestro adentro. Es mejor que estés apartada de él. Intentaré a arreglarlo todo.
Las dos salieron de la habitación de Marisol, dirigiéndose al salón, allí les estaba esperando Roberto, sentado en el sofá.
– Marisol ¿cómo estás? – le preguntó a su hermana levantándose de su asiento – Todos estábamos muy preocupados por ti ¿qué te pasa, quién te hizo daño, hermanita?
– Estoy bien, mi hermano – le contestó la chica con voz baja, sentándose en un sillón grande, en el rincón del salón. Se veía que no tenía ganas de hablar.
Doña Encarnación se acercó a su hijo, le cogió del brazo y se sentó a su lado.
– Tu hermana está muy disgustada con Enrique Rodriguez – le dijo – porque se había portado mal con ella. Hace dos años, cuando Marisol y Elena, hermana de Enrique, estaban en nuestra finca en Andalucía, este hombre las visitaba varias veces y se prendió de María Soledad. Le propuso hacerse su novio y le prometió pedir su mano cuando cumpliera con su servicio militar, pero como ves, de momento está a punto de casarse con otra. Así son estos Rodríguez ¡personas de poca confianza!
Roberto se puso muy enfadado, se levantó del sofá e incluso se puso rojo de la ira.
– ¡Y este se llama caballero de Su Majestad! – exclamó con indignación.
El hermano de Marisol, normalmente, era un hombre bastante reservado y sabía controlarse a si mismo, pero de vez en cuando le sucedían reventones de rabia, y en aquel preciso momento no pudo mantener su calma. ¡Insultaron el honor de su familia! En estos asuntos Roberto era implacable y nunca lo podría perdonar.
– ¡Este canalla maltrató a mi hermana! ¡la engañó y la hizo sufrir! ¿cómo pudo tratarla de esta manera, como si fuera una sirviente? – gritaba Roberto, caminando muy rápido por el salón de aquí para allá – ¡se lo haré pagar todo! ¡todas las lágrimas de mi querida hermana! – exclamó arrancando su espada.
Doña Encarnación y Marisol se levantaron bruscamente de sus sitios y se acercaron corriendo al muchacho, intentando calmar la tempestad de sus sentimientos.
– Tranquilízate, querido hermano, – le decía Marisol, – este hombre no vale lo suficiente como para ir con venganzas hacia él. Todo pasará, yo ya comprendo que no es una pareja adecuada para mí.
– ¿Cómo que no vale? ¡insultó a toda nuestra familia!. No puedo dejarlo así, o ¡no soy un caballero de Su Majestad! ¡tiene que responder por todo!
– ¿Qué piensas hacer, Roberto? – le preguntó Doña Encarnación muy alarmada. Marisol también parecía perpleja.
– ¡Ahora mismo me voy a su casa para desafiarle!, hablaremos como dos hombres!, me lo tiene que aclarar todo!
Las dos mujeres se pusieron a persuadirlo para que no lo hiciera, pero Roberto parecía implacable. Se liberó de sus manos, cogió su capa y salió corriendo de la casa.
– ¡Oh, Dios! y ahora ¿qué será? – le preguntó la chica a su madre, muy pasmada y sobresaltada.
Doña Encarnación suspiraba dolorosamente.
– Lamentablemente, no lo podremos retener – dijo con tristeza – soy yo quien tiene la culpa, no debí contárselo. Ahora habrá un escándalo, ya sabes, para Roberto la cuestión de honor está por encima de todo.
Entre tanto, Roberto montado en su caballo corría a todo correr hacia la casa de los Rodríguez. Como vivían cerca, al cabo de unos minutos ya estaba allí, se desmontó a la entrada y llamó a la puerta.
El portero le abrió y al reconocerlo, inclinó su cabeza con respetuosidad y le hizo pasar.
Roberto prosiguió a la sala donde se encontraban sólo, el dueño de la casa, Don Luis, y la abuela de Elena y Enrique. Al ver al huésped a esa hora en su casa, los dos se pusieron de pie ante lo inesperado.
– ¡Mis respetos, señores! – les saludó Roberto con reverencia – He venido para ver a Enrique, tengo que conversar con él, ¿está en casa?
El muchacho intentaba mantener la calma, pero su aspecto agitado y enfurecido les provocó un desagradable escalofrío a los dueños de la casa. Entre tanto al oír el ruido, entró en la sala el mismo Enrique, y seguidamente apareció Elena. Todos miraban con gran asombro al huésped inesperado.
– Buenas noches, señor Echevería, – le contestó Don Luis, muy alarmado, – pero ¿qué es lo que pasa, a que debemos su visita a esta hora?
– He venido por ti, – dijo Roberto dirigiéndose directamente a Enrique, – salgamos para hablar como dos caballeros de Su Majestad.
Enrique sin contestar nada, cogió su capa y siguió a Roberto. Los demás presentes los miraban con ansiedad, y los dos muchachos salieron a la calle.
Enrique conjeturaba el motivo por el que había venido el hermano de Marisol, pero guardaba silencio.
La calle estaba tranquila, parecía que sólo las estrellas en el cielo nocturno los observaban a los dos.
– Te hago el desafío – empezó a decir Roberto directamente, sin rodeos, mirando directamente a los ojos del joven – creo que sabes cuál es la razón. Prometiste casarte con mi hermana, pero la engañaste; esto es un insulto para mi abolengo, que se lavará sólo con la sangre.
Enrique se puso pálido y alterado, su respiración y corazón se aceleró. Roberto era uno de los mejores tiradores de espada en el país y uno de los caballeros de Su Majestad más fieles. Batirse con él significaba condenarse a si mismo a una muerte verdadera.
– Era simplemente un enamoramiento que pasó pronto – masculló el muchacho.
– Supongamos que así fue – le contestó Roberto – pero nadie te tiraba de la lengua. ¿Para qué le diste una promesa a mi hermana si no estabas seguro de que pudieras cumplirla?. La palabra de un caballero es ley. Marisol te creyó y te estaba esperando todos estos años, sin embargo ni siquiera moviste un dedo para explicarle todo o pedirla perdón. Te portaste como un cobarde.
Enrique se quedó callado, no tenía nada que responder.
– Mañana