Amy Blankenship

Ángel De Alas Negras


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en total, si se tenía en cuenta que la cabeza estaba colocada en ángulo.

      Se trataba de un humano inocente que probablemente se habría ofrecido como voluntario para una noche de diversión, fingiendo levantarse del ataúd y dando un susto a quienes buscaban emociones fuertes al entrar a la habitación. Pero este hombre nunca se levantaría otra vez… o al menos Kotaro esperaba que no lo hiciera.

      Kotaro cerró la tapa del ataúd sabiendo que no había nada que pudieran hacer por ese hombre.

      â€œCreo que eso responde a la pregunta de por qué no hay un guía”, reflexionó Yohji mientras retrocedía lejos del ataúd y miraba con ansias a la puerta por donde habían entrado.

      â€œPara esto te apuntaste, Yohji”, afirmó Kotaro. “Lo sabías cuando Kyou te ofreció el trabajo. Lo único que podemos hacer es asegurarnos de que no maten a nadie más como a este pobre tipo”.

      Colocó la mano en el auricular, sabiendo que los demás estaban escuchando. “Comenzó el recuento de cadáveres”.

      â€œY empezó la noche de los demonios”, dijo Kamui suavemente.

      Kotaro bajó la cabeza, con la esperanza de que la vida en el más allá fuese más amable con ese hombre destrozado, pero algo le llamó rápidamente la atención en el piso junto al ataúd…huellas de sangre.

      â€œEy, Yohji”, dijo suavemente Kotaro y se movió en dirección opuesta al ataúd, caminando lentamente sobre el piso. “Mira esto”, terminó por decir, señalando la alfombra.

      Yohji miró fijamente lo que parecían ser huellas, que recorrían la alfombra y desaparecían detrás de la cortina de la puerta… No eran humanas. Según podía ver, éstas tenían una forma extraña, con unos dedos anormalmente largos y uñas todavía más largas, que dejaban unas sangrientas impresiones en forma de puntos.

      Kotaro se llevó un dedo a los labios, indicando silencio, y Yohji asintió, extrayendo su PPK de la pistolera. Cubriendo la retaguardia, Yohji siguió a Kotaro hacia la próxima habitación detrás de la cortina.

      Recorrieron varias habitaciones por el laberinto de luces estroboscópicas y los gritos activados por movimiento, comenzando a relajarse al pensar que el resto de la casa estaba vacía. Doblando la esquina hacia la siguiente habitación, se quedaron inmóviles al encontrar a un grupo de visitantes que saltaban y chillaban, y algunos de ellos se reían ante la escena que presenciaban.

      Contra la pared, detrás de un cordón rojo, había un montaje de una de las películas de la Masacre de Texas… una de las favoritas de Kotaro. El único problema era que el tipo que hundía la motosierra en el cuerpo sobre la mesa ensangrentada… no era humano. Sin embargo, el cuerpo sobre la mesa era muy real… y todavía estaba vivo. La mujer estaba atada y gritaba, suplicando ayuda, pero los visitantes pensaban que eso era parte del show.

      Kotaro sintió cómo la bilis le subía por la garganta, y miró furiosamente al monstruo que lucía una piel humana real estirada sobre su rostro. Sin duda era de otro pobre humano que había caído víctima del demonio esa noche.

      â€œÂ¿Por qué no escuchamos los gritos desde la entrada?”, susurró Yohji horrorizado.

      Kotaro se movió cuando la motosierra comenzó a descender hacia la pierna ya ensangrentada de la mujer. Justo en el momento en que las luces parpadeantes se apagaron, saltó por encima del cordón y acuchilló el techo, reventando una tubería por encima suyo, haciendo que lloviera agua fría sobre los buscadores de terror.

      â€œAsegúrate de que estas personas salgan por la puerta delantera”, resopló Kotaro al auricular para que Yohji oyera, mientras sacaba su Berretta. “Yo me encargo de esto”.

      Yohji asintió y condujo a las personas hacia afuera de la habitación y de regreso por la sala. Cerró la puerta tras ellos y puso el candado para que nadie pudiera volver a entrar. Yohji tenía el presentimiento de que a muchas personas les tendrían que devolver el dinero, pero era mejor estar decepcionado que muerto.

      Con una ruidosa exhalación, giró apartándose de la puerta y se congeló de terror al ver que el cadáver del ataúd se había incorporado súbitamente. Se movía de forma rígida… y de él emanaba un líquido que Yohji ni siquiera quiso identificar, que chorreaba por los costados del ataúd hasta el piso. Su reacción se vio retardada por la conmoción cuando el cadáver se irguió y arremetió contra el detective, hundiéndole los dientes en el hombro.

      Yohji fue derribado por la fuerza del cadáver, y entró en pánico a medida que el dolor le explotaba en el cuello. Había dejado caer su PPK, de modo que usó sus puños para aporrear a la cosa antes de finalmente lograr quitarse sus dientes de encima.

      Tomando su pistola del piso, Yohji hizo una mueca al ver que el cable de su auricular estaba cortado, de modo que no podía llamar a Kotaro para pedirle ayuda…algo que de todas maneras no podría haber hecho, ya que su socio se encontraba peleando su propia batalla.

      La criatura fue por él una vez más y, esta vez, Yohji hizo lo único que se le ocurrió… gritar y correr como un loco.

      El demonio, viéndose interrumpido, balanceó torpemente la motosierra sobre Kotaro. Éste se agachó para esquivarla, dejando caer su pistola en busca de un arma mucho más eficaz. El único problema era superar la motosierra. Cuando el demonio recuperó el equilibrio, lo hizo a costa de la vida de la mujer. La motosierra la cortó por la barriga y se incrustó dentro de ella, salpicando sangre por todos lados.

      Volviendo a mirar para asegurarse de que Yohji estuviera fuera de vista, Kotaro elevó la mano y emitió una luz azul directamente sobre la criatura. Confundida, ésta levantó la motosierra, y luego giró el estruendoso aparato sobre sí misma. La motosierra cayó sobre su hombro, añadiendo presión mientras lo cortaba diagonalmente por el pecho, saliendo por el otro lado. Cuando la cabeza y uno de los brazos del demonio cayeron sobre el piso, Kotaro pulsó su auricular.

      â€œYohji, lo tengo”, dijo Kotaro y esperó un momento antes de fruncir el ceño. “¿Yohji?”.

      El silencio fue ensordecedor, hasta que escuchó un grito aterrorizado que le recordó al personaje de dibujos animados Johnny Bravo, quien era famoso por gritar más fuerte que un grupo de chicas en un concurso de gritos.

      Kotaro presenció abruptamente cómo Yohji corrió dentro de la habitación, pasó al lado suyo, y siguió corriendo hacia la siguiente puerta, tan rápido que produjo una brisa. Luego escuchó los repugnantes pasos que solo un cadáver poseído podía dar. Desplazándose hasta interponerse en su camino, lo esperó en silencio.

      La cosa rengueó hacia la habitación y se detuvo, llegando a verse cara a cara con el apuesto detective. Los ojos azul hielo de Kotaro brillaron con un regocijo sádico al embestir a la criatura en el rostro con la palma de su mano.

      â€œÂ¡Abajo!”, le gruñó Kotaro al cuerpo poseído que ahora tenía un hueco en su rostro, lo suficientemente grande como para atravesarlo con el puño. Volviéndose, se largó por la puerta por la que Yohji acababa de retirarse.

      Yohji ni siquiera había reducido la marcha al pasar junto a Kotaro, ya que creía ciegamente que el cadáver todavía lo perseguía a una corta distancia. Lo último que quería hacer era pasar por toda la casa embrujada, de modo que cuando divisó una puerta parcialmente oculta, internamente cantó alabanzas al dios que estuviera oyendo por haber encontrado una salida. Pero, al abrir la puerta, el envión fue demasiado fuerte y no pudo detenerse a tiempo.

      Había abierto la puerta a