Amy Blankenship

Ángel De Alas Negras


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del sótano. Retuvo al hombre contra sí, advirtiendo que el policía se había desmayado del susto… pero ese no era el problema. El problema era la enorme mordida que el demonio le había hecho a Yohji en el hombro.

      â€œDiablos”, exclamó Kotaro pulsando su auricular. “Kamui, tenemos un problema. Derribaron a Yohji. Repito, derribaron--”

      No pudo terminar la frase porque un montón de demonios comenzaron a salir de un hueco bastante grande en la pared. Kotaro usó su aguda vista para ver a través de ellos hacia el túnel subterráneo que, estaba seguro, Kamui había dicho que conectaba la casa con el cementerio.

      â€œÂ¿Kotaro?”, respondió Kamui, y luego dijo una sarta de groserías que hubieran enorgullecido a un marinero. “¡Suki!”

      â€œÂ¡Estoy en eso!”, exclamó Suki mientras conducía a toda velocidad por las calles traseras hacia la casa embrujada. “¿Tenemos idea a qué nos enfrentamos?”

      â€œDemonios necrófagos”, dijo la escalofriante voz de Yuuhi por el intercomunicador.

      â€œÂ¡Fuego! Puedes matarlos con fuego”, añadió Kamui rápidamente.

      Suki sonrió al doblar la esquina y detenerse con una ruidosa frenada. Luego de conducir la camioneta hacia dentro del parque, salió y abrió la puerta trasera. Con una enorme sonrisa en la cara, tomó el lanzallamas de entre el arsenal y ató el tanque de combustible a su espalda.

      Levantando el arma inusualmente pesada, Suki corrió a toda velocidad hasta la entrada de la casa embrujada.

      Llevaba un uniforme militar verde y unas botas de combate. Dos cinturones de balas cruzados sobre el pecho y un cinturón común alrededor de la cintura, junto con una espada y un cuchillo dentro de una funda sobre las caderas. Alrededor de su cuello colgaban un par de placas con su nombre y un número de identificación.

      El atuendo se completaba con un pañuelo color rojo sangre atado a su frente, y su cabello estaba suelto y al viento. Se veía como recién salida de un campo de batalla, lo cual hizo que más de un hombre se le quedara mirando.

      Las balas, el cuchillo y el lanzallamas parecían adornos falsos de Halloween, pero nadie sabía que eran cien por ciento reales.

      â€œRayos, Suki”, susurró Kamui. “¿Acaso podrías verte más sádica?”.

      Suki le sonrió a la cámara montada sobre el semáforo de la esquina. “¿Te gusta?”.

      â€œÂ¡Claro que sí!”, exclamó Kamui. “Pero a Shinbe le gustaría todavía más”.

      â€œÂ¿Que me gustaría qué?”, la voz de Shinbe sonó por el transmisor, pero Suki lo ignoró mientras caminaba hacia la puerta de entrada y le daba una dura patada, haciéndola volar contra la pared.

      â€œOh, nada”, dijo Kamui inocentemente. “A menos que te guste el aspecto cabrón de Suki, sosteniendo un lanzallamas y mostrando suficiente escote como para avergonzar a una chica de revista”.

      Suki también ignoró ese comentario mientras se adentraba en la casa embrujada. Se encargaría del genio de la informática más tarde. Atravesando la cortina, se acercó al demonio muerto que yacía en el piso, y arrugó la nariz al ver a la otra criatura cortada al medio.

      â€œEsos dos policías son más caóticos que unos niños de tres años a la hora de la cena”, murmuró. Apretó los labios cuando vio a la mujer arriba de la mesa. Cruzando la habitación, notó que había una puerta abierta al costado y un terrible alboroto que venía de la oscuridad de abajo. Alzando el lanzallamas, Suki comenzó a bajar por las escaleras.

      â€œBueno, aquí voy”, informó a quien estuviera escuchando.

      Kotaro recostó a Yohji suavemente sobre el escalón inferior y se volteó para encarar a la mortífera multitud que se encontraba frente a él. Con el fin de mantenerlos alejados de su socio herido, avanzó. Era como vadear por un espeso barro, que olía espantosamente.

      El dolor estalló sobre su mejilla derecha cuando uno de los demonios lo mordió, haciéndole rechinar los dientes. Levantó al que lo había mordido y lo arrojó hacia los demás por el túnel, derribando a muchos que querían entrar al sótano.

      Estirándose hacia atrás, Kotaro extrajo un chuchillo de hoja larga que llevaba oculto en la parte trasera del pantalón. Movió el brazo dibujando un amplio arco y lo levantó, perforando carne y salpicando sangre para todos lados.

      Pegó un grito cuando otros dientes se hundieron en su brazo izquierdo, y sumergió el cuchillo dentro de la cabeza del demonio. Un gruñido salvaje emergió de su garganta, y luego sintió tres mordidas más en sus piernas. Retirando la hoja, Kotaro volvió a mover el cuchillo, esta vez decapitando al demonio que tenía más cerca.

      Un agudo chasquido, seguido de un fuerte siseo, hicieron que los monstruos miraran hacia la cima de las escaleras, tras lo cual Kotaro sonrió ante los demonios que lo rodeaban.

      â€œÂ¿Trajiste la salsa barbacoa?”, le preguntó a la dama que había captado la atención de todos.

      *****

      Darious se encontraba en el patio trasero de la casa embrujada con los ojos cerrados, no solo presenciando la batalla que se desenvolvía adentro, sino además escuchándola. Había jugado con la idea de atravesar la casa hasta llegar a los túneles subterráneos, pero al darse cuenta de que esto lo demoraría, se quedó con su plan original.

      Los guardianes podrían cuidarse solos… como cuando lo habían abandonado, hacía tanto tiempo.

      Retirando su poder de videncia del sótano, Darious enterró los sentimientos de odio y apartó sus emociones inútiles. Inhaló profundamente, oliendo el aroma de los demonios jefes por detrás del tumulto…los había olido antes. Arpías del infierno… los humanos las llamaban brujas, pero él sabía lo que eran, y sabía que había tres de ellas en la ciudad esa noche. No era una sorpresa, ya que por lo general viajaban en grupos de tres.

      Debería matarlas antes de que los demonios regresaran al infierno al que pertenecían.

      Encontrando el camino fácilmente, Darious empezó a caminar casi con indiferencia por los callejones de la ciudad. Una vez que abandonó el centro principal, se vio rápidamente envuelto en los sonidos de la noche. En las oscuras esquinas acechaban los demonios…escondidos, escupiendo y siseando su nombre mientras pasaba. Los ignoró, sabiendo que tenía pescados más grandes que freír en esta víspera de todos los santos.

      A medida que se acercaba al cementerio, Darious sintió una presencia muy familiar, y gruñó. Lo irritó el hecho de que solo los jefes más débiles se hubieran despertado primero, mientras que la amenaza real dormía en algún lugar debajo de la ciudad.

      Lo que más lo enojaba era que nunca había deseado regresar aquí después de leer los pergaminos por segunda vez. Luego de que el monasterio fuese destruido, los monjes habían regresado a reconstruirlo…solo para dejar que cayese en ruinas al darse cuenta de que la tierra estaba maldita. Habían abandonado este terreno, sabiéndolo inútil.

      Ahora los olvidadizos humanos habían construido una pujante metrópolis sobre el corazón de la maldad durmiente.

      *****

      Kyou estaba parado en medio del cementerio, explorando el área con su aguda vista. Había escuchado a los demás hablar por el intercomunicador, y si bien se había divertido un poco, sabía que el problema no estaba adentro de la casa embrujada. El cementerio era el verdadero