algún tipo de revolución. Las leyendas locales dicen que era una âautopistaâ subterránea para la actividad demonÃacaâ.
âDiablos, me alegro de no estar en su lugar, muchachos. Estar en su lugar ahora sà que apestaâ, dijo Toya con una sonrisa burlona. âEy, Shinbe, Tasuki, ¿creen que pueden venir a ayudar a estas muchachas?â.
âMis humildes disculpas, Toyaâ, dijo Shinbe por la radio. âPero Tasuki y yo estamos al otro extremo de la cuadra y, desafortunadamente, en este momento estamos ocupados en nuestro propio trabajoâ.
âSÃâ, afirmó Tasuki y luego gritó.
â¿Tasuki?â, preguntó Kyoko. â¿Estás bien?â
âEstá bienâ, dijo Shinbe intentando no reÃrse. âSolo se llevó el susto de su vida por culpa de un viejo y un intento de zombie adolescente. Ey, Tama, me encanta el disfrazâ.
âCambiamos de opinión, allà vamosâ, gruñó Tasuki. âMaldito viejo, siempre me hace cagar de miedoâ.
Kyoko rio nerviosamente junto con Suki. Al parecer, el abuelo Hogo habÃa encontrado a Tasuki.
âSaluda al abuelo de mi parte, y dile que lo llamaré mañanaâ, dijo Kyoko.
â¡No le diré nada a ese vejestorio!â, exclamó Tasuki de mal humor.
âDile, o de lo contrarioâ¦â, le advirtió Kyoko, con sus ojos esmeralda agitándose en tormenta.
Kotaro, Yohji y Toya retrocedieron dos grandes pasos lejos de la mujer de cabello rojizo. Cuando el rostro de Kyoko adoptaba esa expresión, solo habÃa una alternativa⦠correr.
âUm, vamos a avanzar y revisar la parte de adentroâ, dijo Kotaro con vacilación. âLos mantendremos informados de lo que sucedeâ.
Yohji ni siquiera necesitó una indicación. Retrocedieron un par de pasos más como si Kyoko fuera a atacarlos cuando se hubieran dado la vuelta, y luego recorrieron apresuradamente el camino hacia a la casa.
âKyokoâ, dijo Toya perplejo. âDas miedo, ¿lo sabes?â.
Kyoko sonrió con suficiencia, âEs de familiaâ.
âNo me digasâ, murmuró Tasuki al auricular.
Se podÃa escuchar a Suki riéndose otra vez, âY se preguntan por qué amo trabajar con ustedesâ.
âSuki, queridaâ, dijo suavemente Shinbe. âTú puedes dar miedo todo lo que quieras⦠eso solo me hace desearte másâ.
âCállate, Shinbeâ, dijo Suki con frustración.
CapÃtulo 3 âCasas embrujadasâ
Darious se encontraba de pie en la sombra, mirando cómo el pequeño grupo se dispersaba. No se habÃa molestado en hacerse invisible porque, entre todas las noches, esta noche se confundirÃa bien entre ellos. Entornó los ojos al ver que Toya tomaba a la mujer por los hombros. ¿Por qué ellos eran tan aceptados dentro del cÃrculo humano⦠mientras que a él siempre lo habÃan rechazado? ¿Qué hacÃa a los guardianes tan especiales?
Su mirada taciturna acarició el rostro de Kyoko mientras sonreÃa, y supo que ella no les temÃa, sino que se mezclaba entre ellos como si perteneciera. ¿Qué no darÃa por recibir una sonrisa asÃâ¦como si fuera un hombre y no un monstruo?
Algo se tensó en su pecho, pero Darious se sacudió su melancolÃa al tiempo que su atención volvÃa a dirigirse a los dos policÃas que entraban a la burda casa embrujada.
PodÃa sentir la actividad demonÃaca en su interior, pero le interesaba más la fuente de dicha actividad. El patrón que controlaba a los peones era lo que debÃa encontrar. Destruye al jefe y destruirás a sus subordinados. Era un concepto que la mayorÃa ignoraba con demasiada facilidad⦠hasta que realmente debÃan enfrentarse a un jefe en combate. Solo que entonces no parecÃa tan fácil.
Primero y principal, necesitaba encontrar a los demonios jefes y matarlos. Los guardianes podrÃan encargarse del resto de las alimañas que andaban sueltas esa nocheâ¦los blancos fáciles. Lentamente volteó la cabeza y miró en dirección al cementerio antes de desaparecer del lugar.
Kamui sorbió ruidosamente su granizado de arándano y luego mordió el sorbete por un momento. Presenció el acto de desaparición del hombre que habÃa acechado a Kyoko desde que ella y Toya habÃan llegado, y eso lo hizo sonreÃr. Girándose hacia otro de los portátiles abiertos frente a él, echó un vistazo al fotograma congelado de Darious.
âAsà que finalmente nos has encontradoâ, pensó Kamui para sÃ, asegurándose de mantener ese pensamiento inaccesible para Amni y Yuuhi. A menudo se habÃa preguntado si el ángel oscuro todavÃa merodeaba por las tierras.
Agrandó la foto y su sonrisa se desvaneció al ver la mirada solitaria que atormentaba los ojos de Darious.
*****
Kotaro y Yohji se acercaron a la mujer que estaba de pie en la entrada de la casa de los gritos, y comenzaron a entrar. Inmediatamente advirtieron un cartel afuera que indicaba que no se permitÃa la entrada de ninguna persona menor de dieciocho años, lo cual significaba que estaban controlando las tarjetas de identificación.
â¿Por qué tanto problema con el lÃmite de edad? ¿Acaso tienen zombies desnudos o algo asÃ?â, bromeó Yohji, esperando secretamente estar en lo cierto.
âLo siento caballerosâ, dijo la mujer. âTienen que pagar una entrada de diez dólares para entrarâ.
Yohji se ahogó. â¿Veinte dólares? Eso es un robo a mano armadaâ.
Kotaro mostró su insignia y sonrió. âTú no quieres nuestro dinero, y ya es hora que te tomes un descansoâ.
La insignia llamó la atención de la mujer, que la siguió con la mirada, incapaz de apartar la vista, ya que ésta emitÃa un tenue brillo azul.
âNo quiero su dineroâ, repitió con voz embobada.
Kotaro le echo un vistazo a Yohji, cuya sonrisa se habÃa esfumado. âVamosâ.
Caminaron hacia adentro, dejando a la mujer de la entrada meneando la cabeza confundida, hasta que miró su reloj, decidiendo que era hora de ir por un bocadillo.
La puerta delantera se cerró tras ellos, y los dos hombres miraron a su alrededor. La habitación delantera tenÃa forma hexagonal, con pequeñas mesas redondas a cada esquina. En el centro se encontraba una mesa redonda más grande con flores marchitas y fruta podrida falsa dentro de un tazón, todo lo cual se hallaba cubierto de aserrÃn y telas de araña de fantasÃa.
Ambos hombres siguieron en alerta máxima al notar un cartel con la palabra âEntreâ, garabateada con letras torcidas junto a una puerta cubierta por una cortina, sin que hubiera ningún guÃa. Los parlantes reproducÃan una espeluznante música de órgano de tubos, dándole a la habitación lo que se suponÃa que era cierto ambiente, pero que al final solo resultaba cursi.
âParece una funerariaâ, murmuró Yohji. âIncluso tienen un ataúd aquÃâ.
Yohji caminó hacia el ataúd, y por mórbida curiosidad levantó la tapa. Fue una decisión que lamentó al instante, arrugando la nariz ante el olor.
âKotaroâ¦