Guido Pagliarino

Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano


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la zona y se volvieran a su Galilea. Más todavía, añadía para sí, porque, tras haber cumplido con la obligación de la fiesta pascual en Jerusalén, no tenían ningún otro motivo para quedarse.

      Marcos no había resistido mucho y había preguntado uno de ellos, algo menor que los demás, Juan Bar Zebedeo, que estaba a la cola del grupo a su lado y era el único que parecía completamente tranquilo:

      â€”¿Por qué tu condiscípulo ha abandonado casi corriendo la cena y no ha vuelto?

      â€”Ha recibido un encargo imprevisto del maestro —había respondido el otro, confirmando su hipótesis—, pero no sabría decirte cuál, porque le ha hablado en voz baja. Sé que, en un tono más alto, le ha exhortado finalmente diciéndole: «¡Lo que tengas que hacer, hazlo rápido!». Había supuesto que le había enviado a buscar más provisiones, pero, visto que Judas no ha vuelto todavía, ahora no sé qué pensar, ni me atrevo a preguntárselo al rabino.

      Había intervenido Jacobo Bar Alfeo, pariente del maestro, que marchaba justamente delante de los dos y, girando al cabeza había susurrado a su condiscípulo:

      â€”No estoy en absoluto tranquilo desde que en la cena el rabino nos ha anunciado que uno de nosotros le traicionará y él será arrestado, mientras que nosotros huiremos.

      â€”¿No podría ser Judas el traidor? —había intervenido Marcos.

      â€”No —había considerado Bar Alfeo, siempre en voz baja—, ¿le haría el maestro un encargo de confianza su hubiera sospechado de él? Y, además, solo después de que Judas se ha ido nos ha dicho que le abandonaríamos, así que pienso que el renegado está entre nosotros once, aunque sin duda no soy yo.

      â€”… ¡Ni mucho menos yo! —se había picado Juan, como si el otro hubiera sospechado de él, y había proseguido—: Te has olvidado de añadir que el maestro también ha dicho que uno de nosotros sin embargo no huirá y estará con él hasta su muerte y creo que seré ese discípulo —Su voz apasionada había atraído la atención de todo el grupo, incluido el rabino, que se había detenido y girado hacia él. En este momento había empezado un vocerío en torno al maestro, en primer lugar, por parte de un tal Simón Pedro, que había exclamado:

      â€”¡No te abandonaré nunca, nunca, nunca!

      Su hermano Andrés, para no ser menos había dicho con furor:

      â€”… ¡Y no pienses que yo me iré, rabbonì! —Palabra que significa maestro mío e imprime la máxima devoción posible hacia el propio rabino.

      De Jacobo Bar Alfeo había salido un grito, o casi:

      â€”¡No escuchéis a Juan! Yo soy el que no le abandonará.

      Uno de nombre Tadeo había dicho:

      â€”¿Y quién podría abandonar a un maestro como tú?

      En resumen, uno por uno, todos habían prometido fidelidad absoluta, así que, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, habían dicho al unísono:

      â€”¡Ninguno de nosotros te abandonará nunca, oh, rabbonì!

      â€”Pedro, tu que has prometido el primero, has de saber que, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres —había profetizado el maestro—, y como os había anunciado, todos vosotros escapareis dentro de poco, salvo uno: y ahora os digo que este es el joven Juan —Luego, tras dar la orden de no hablar más, el maestro se volvió a sumir en sus propios pensamientos.

      Llegados al terreno de Getsemaní, Marcos y ocho de los once habían entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habían tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discípulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habían intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.

      Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se había sabido que el traidor anunciado era Judas, como había sospechado Marcos. Entonces había aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrín que empuñaban espadas y bastones y había identificado al rabino, que había sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discípulo debía haber informado a los jefes de Israel, que habían visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al día siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pediría a Pilatos que el arrestado fuera eliminado.9

      A Judas, como se sabría luego en Jerusalén, le habían dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le había lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podía tener además un significado. Podía tratarse, como había pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debía haberse dado cuenta de que no tenía escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrían encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debía haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discípulo que sabía todo, debía haberlo exhortado a no demorarse.

      Con el alboroto que había seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habían despertado y habían corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormía sin ropas envuelto en la tela, había salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la había arrancado violentamente y el joven, desnudo, había huido precipitadamente en la oscuridad. Se había parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frío de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. Había oído pasar a muchos hombres huyendo: había sabido enseguida que se trataba de los discípulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarían nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habían abandonado el lugar del arresto y Getsemaní había quedado desierto, el joven había vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se había dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, había relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que había corrido marcos, le habría gritado con gran severidad;

      â€”¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? —Solo después de desfogarse se había preocupado por el maestro arrestado.

      Madre e hijo habían conocido el resto de los acontecimientos por los discípulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habían huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habían vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habían seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se había refugiado en casa de María y Marcos y les había referido lo que había visto, mientras que Juan había asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino había sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrín que había podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con