el MesÃas anunciado por los profetas y se habÃa convertido. No teniendo hijos a los que dejar sus bienes, habÃa vendido su propiedad, se habÃa mudado con su mujer a Jerusalén y habÃa donado lo ingresado a la Iglesia. Luego habÃa empezado a colaborar con Pedro. Al hablar griego, la lengua internacional del imperio, y tener cultura bÃblica, habÃa encontrado enseguida trabajo como enviado en diversas regiones.
Entretanto, en el bando opuesto, un hombre natural de Tarso que se llamaba Saulo, que con Bernabé y durante algún tiempo con Marcos iba a tener parte importante en nuestra historia, habÃa empezado a perseguir a cristianos por encargo del sanedrÃn, consiguiendo éxitos relevantes.
Saulo era ciudadano romano por nacimiento, bajo el nombre de Pablo, seguidor del gran maestro Gamaliel de Jerusalén. Era una persona muy inteligente y también, gracias a sus estudios personales, habÃa adquirido una profunda cultura. Disfrutaba de un gran vigor fÃsico y de una fortaleza mental que se desbordaba en una capacidad hipnótica y su persona producÃa una gran fascinación a pesar de su fealdad: a diferencia de Bernabé y Marcos, personas altas, delgadas, de rasgos finos y con mucho pelo y frondosas barbas, Saulo era calvo desde joven, gordo y pequeño de estatura, tenÃa unas cejas muy pobladas y pelos ralos en el rostro, en que exhibÃa una nariz gigantesca. Ahora no importaban sus miserias fÃsicas, pero de joven no habÃa sido asÃ: habÃan sido objeto de burlas y de apodos haciendo que su carácter se volviera propenso a la ira. Sin embargo, gracias a largos ejercicios, la habÃa vencido hacÃa mucho tiempo y cuando encontraba un obstáculo o, peor, un comportamiento hostil, en lugar de cólera sabÃa extraer una indignación constructiva enérgica pero tranquila. Viudo prematuramente, habÃa decidido dedicar su vida a Dios y, considerando servirle, en el 787,11 se habÃa puesto a las órdenes de sanedrÃn, convirtiéndose en cazador de cristianos, pero esa tarea durarÃa solo tres años, pues luego Saulo entrarÃa él mismo en el grupo de los perseguidos. En el 790,12 mientras por encargo de sus superiores estaba dirigiéndose a pie a Damasco, con guardias, para identificar y capturar a seguidores de Cristo y estaba a la cabeza de los suyos, estando ya cerca de la ciudad habÃa caÃdo de golpe al suelo13 como golpeado por un rayo invisible. HabÃa visto, solo él, al Resucitado envuelto en un fulgor de luz cegadora, mientras que sus hombres solo habÃan oÃdo las palabras que Saulo iba pronunciando entretanto: Primero habÃa dicho con voz potente, con los ojos cerrados, como si estuviera repitiendo involuntariamente lo que estaba oyendo:
âSaulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Luego habÃa preguntado en un susurro, abriendo los ojos:
â¿Quién eres, Señor?
Se habÃa respondido, de nuevo con voz potente y con los ojos cerrados:
âSoy aquel a quien tú persigues. Ahora levántate y ve a Damasco y haz lo que te será dicho que hagas.
Se habÃa levantado ciego, con los ojos ensangrentados y doloridos. Luego la sangre se habÃa transformado en costra y le habÃa llenado de dolor. Conducido de la mano a la ciudad por sus hombres, que habÃan pensado que le habÃa atacado e inmovilizado algún mal repentino, Saulo habÃa sido alojado en la casa de un hebreo llamado Judas. Durante tres dÃas no habÃa comido ni bebido a pesar de la insistencia del dueño de la casa, que sabÃa que era un emisario importante de Jerusalén. Durante la tercera noche habÃa soñado, u oÃdo en el duermevela, la voz de Jesús: le anunciaba que serÃa visitado por el cristiano AnanÃas, que le impondrÃa las manos haciéndole recuperar la vista. A la mañana siguiente se habÃa presentado realmente un hombre llamado AnanÃas, que le habÃa dicho:
âMientras dormÃa y soñaba que estaba en bellÃsimo jardÃn, he oÃdo pronunciar: «AnanÃas». Sintiendo con seguridad que la voz era la del Resucitado, he respondido de inmediato: «¡Aquà estoy Señor!». Ãl me ha ordenado: «Ve a la calle llamada Recta, entra en la casa de un tal Judas y pregunta por Saulo de Tarso, que en este mismo instante está oyendo tu nombre en su mente: está ciego, pero tú le impondrás las manos y él verá». «Señor», respondà con aprensión, «sé que ha hecho todo el mal que ha podido a tus seguidores en Jerusalén. Además, se sabe que ha venido aquà a Damasco para detenernos». La voz del Señor me tranquilizó: «Ve, es para mà un instrumento elegido para llevar mi nombre tanto a los hijos de Israel como los demás pueblos y a sus gobernantes y cuando sea bautizado le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre».
AnanÃas habÃa impuesto las manos sobre Saulo, a quien se le habÃan desprendido de los ojos las escamas de sangre coagulada y de inmediato habÃa recuperado la vista: habÃa entendido que se habÃa tratado de una señal divina de la oscuridad espiritual en la que habÃa vivido al perseguir a los seguidores de Jesús y de la luz en la que estaba entrando. DÃas después, en casa de AnanÃas, Saulo habÃa sido bautizado. Luego se habÃa dirigido al desierto de Arabia para un retiro espiritual. Durante dÃas habÃa reflexionado sobre qué hacer y habÃa orado a Dios para conseguir la iluminación, pero sin obtener respuesta: ¿Volver a Damasco y anunciar a Cristo con AnanÃas y los demás bautizados? ¿Andar por el mundo predicando al Resucitado a quien encontrara? ¿O bien dirigirse a Judea, a Jerusalén, donde estaban escondidos los jefes de la Iglesia, buscarlos, encontrarlos y presentarse arrepentido ante ellos, ofreciéndose a colaborar? ¿Pero cómo reaccionarÃan, no le considerarÃan tal vez un espÃa del sanedrÃn? Una noche, habiendo ya decidido volver a la mañana siguiente, habÃa tenido un sueño revelador. HabÃa subido hasta el tercer cielo y habÃa llegado a conocer al trascendente, casi cara a cara con Dios: nunca iba a conseguir explicar claramente esta experiencia a otros, muy viva, aunque fuera dentro de un sueño, y que le habÃa dado una alegrÃa inefable. Sin embargo, a pesar de la dicha inicial, se le habÃa aparecido al durmiente un demonio espeluznante que le habÃa abofeteado con violencia ambas mejillas. Ese diablo habÃa desaparecido poco después, pero no el dolor: Saulo habÃa sufrido dolores desgarradores en la carne, como si se le clavaran largas espinas y en ese momento habÃa oÃdo la voz de Jesús:
âHe aquà las innumerables dificultades que encontrarás en tu apostolado: abandono de amigos, malentendidos, persecuciones, cárceles y dolencias y finalmente la muerte violenta en Roma por decapitación.
âSeñor âle habÃa rogado Saulo con palabras contritas por el dolorâ, si quieres que sea tu apóstol, dame la posibilidad de anunciar el evangelio hasta cuando muera: no me pongas obstáculos en el camino.
âPara cumplir con tu tarea te bastarán mi amor y mi benevolencia. ¡Yo te amo! No te preocupes y estate seguro de que, a pesar de los muchos sufrimientos, tendrás éxito. Habrá obstáculos que te impedirán llevar a cabo esos proyectos que yo mismo te encargaré, pero ¿qué te importa? Piensa en mi amor sin lÃmites, que no solo se manifiesta en la fuerza absoluta de Dios, sino también en la misteriosa disminución de su poder, en mi dolor y en mi muerte para mi gloriosa Resurrección. Que te sea suficiente ser amado por mÃ, Dios, y ser hecho partÃcipe del misterio pascual de mi debilidad y mi fuerza. Y será sobre todo este escándalo aparente lo que predicarás.
Saulo habÃa visto entonces en el abandono de los amigos, en la enfermedad y en los numerosos otros obstáculos que habÃa encontrado su participación en la debilidad del Dios-hombre crucificado y se habÃa sentido tan amado y sostenido por él como para poder cumplir, por voluntad divina, en su propia carne todo lo que faltaba a la Pasión de Jesús, aunque al mismo tiempo habÃa entendido perfectamente que el único y verdadero salvador de la humanidad era Cristo y también que el único autor del éxito de su apostolado serÃa él, el Resucitado.
Jesús le habÃa dicho entonces,