humildes en la Galilea sobre la costa noroeste de Israel. Pero no habían pasado ningún pueblo en horas -de hecho no había ni un alma a la vista, y no había ninguna señal de un mar- y mucho menos agua.
Entonces, justo cuando lo estaba pensando, volaron sobre la cima de una montaña, y ante ella se abrió el otro lado del valle. La vista le quitó el aliento. Allí, se extendía un mar brillante. Era del azul más profundo que jamás había visto en su vida, y brillaba bajo la luz del sol, parecía el cofre de un tesoro. Lo bordeaba una magnífica costa de arena blanca, y las olas se estrellaban contra la costa que parecía interminable.
Caitlin sintió un estremecimiento de emoción. Se dirigían en la dirección correcta; la costa debía llevarlos a Cafarnaúm.
"Allí," dijo la voz de Caleb.
Entrecerrando los ojos hacia el horizonte, ella miro hacia donde él señalaba, y apenas pudo distinguirlo: a lo lejos se veía un pequeño pueblo. No era una ciudad, casi ni un pueblo. Tal vez, había dos docenas de casas y una gran estructura junto a la costa. A medida que se acercaban, Caitlin entrecerró los ojos para observar con mayor precisión pero no vio a a nadie: sólo unos pocos aldeanos caminaban por las calles. Se preguntó si era por el sol del mediodía, o porque el pueblo estaba deshabitado.
Caitlin miró hacia abajo buscando alguna señal del mismísimo Jesús pero no vio nada. Más importante aún, no lo percibía. Si lo que le había dicho Caleb era cierto, ella podría sentir su energía desde lejos. Pero no percibía ninguna energía fuera de lo común. Una vez más, comenzó a preguntarse si estaban en la época y el lugar adecuados. Tal vez ese hombre había estado equivocado: tal vez Jesús había muerto muchos años antes. O tal vez ni siquiera había nacido.
De repente, Caleb se lanzó hacia abajo, hacia el pueblo y Caitlin lo siguió. Encontraron un lugar escondido fuera de la muralla, en un bosque de olivos. Luego, atravesaron la puerta de la ciudad
Caminaron por la pequeña aldea polvorienta, hacía mucho calor, el sol lo quemaba todo. Los pocos aldeanos que deambulaban apenas los notaban; sólo parecían interesados en encontrar una sombra o en abanicarse. Una anciana se acercó al aljibe, levantó una cuchara grande, bebió, y luego se limpió el sudor de la frente con la mano.
Por las callejuelas, el lugar parecía completamente desierto. Caitlin observaba con cuidado buscando alguna señal, cualquier cosa que pudiera conducirlos a alguna pista, una señal de Jesús, o su padre, o el escudo, o Scarlet, pero no veía nada.
Se volvió hacia Caleb.
"¿Y ahora qué?", le preguntó.
Caleb la miró sin responder. Estaba tan perdido como ella.
Caitlin se volvió para observar las paredes del pueblo, su arquitectura humilde y, cuando miró a través de la ciudad, notó un camino estrecho, muy transitado que descendía hacia el mar. Al seguir su rastro a través de una puerta de la ciudad, a lo lejos vio el brillo del mar.
Le dio un codazo a Caleb, y él también lo vio y la siguió mientras salían de la ciudad.
Al acercarse a la costa, Caitlin vio tres pequeños botes de pesca de colores brillantes, gastados medio varados en la arena, flotando en las olas. Había un un pescador sentado en uno, y junto a los otros dos había dos pescadores de pie con el agua hasta los tobillos. Eran hombres de edad avanzada con barba y cabello de color gris, sus rostros se veían tan gastados como sus barcos, estaban bronceados y llenos de arrugas. Vestían túnicas blancas y capuchas blancas para protegerse del sol.
Mientras Caitlin los observaba, dos elevaron una red de pesca y la arrastraron lentamente hacia las olas. La jalaban mientras luchaban con las olas, y un niño pequeño saltó de uno de los barcos y corrió hacia ellos para ayudarlos a jalar la red. Cuando regresaron a la orilla, Caitlin vio que habían capturado decenas de peces que se retorcían y tiraban contra el suelo. El niño gritaba de alegría mientras que los ancianos permanecían serios.
Caitlin y Caleb se habían acercado en silencio -sobre todo por el romper de las olas- y los pescadores no se habían dado cuenta de que estaban allí. Caitlin se aclaró la garganta para no asustarlos.
Todos se dieron vuelta y los miraron, se veían sorprendidos. Ella no los culpaba: debían dar un espectáculo impactante, los dos vestidos de negro de pies a cabeza, con cuero y equipo de batalla. Debían verse como si hubieran caído del cielo.
"Lamentamos molestarlos," comenzó Caitlin, “pero, ¿es aquí Cafarnaum?", le preguntó al hombre que tenía más cerca.
Él la miró y luego a Caleb, y nuevamente a ella. Él asintió lentamente con la cabeza.
"Estamos buscando a alguien", continuó Caitlin.
"¿Y a quién?", preguntó el otro pescador.
Caitlin estaba a punto de decir "mi padre", pero luego se detuvo, dándose cuenta de que no serviría. ¿Cómo iba a describirlo? Ni siquiera sabía quién era o qué aspecto tenía.
Así que, en su lugar, nombró a la única persona que se le vino a la mente, la única persona que ellos podrían reconocer: "Jesús."
Casi esperaba que se burlarían de ella, se reirían y la mirarían como si estuviera loca, como si no tuviera idea de quién era Jesús.
Pero, para su sorpresa, su pregunta no pareció sorprenderlos; la tomaron en serio.
"Se fue hace dos semanas", dijo uno de ellos.
El corazón de Caitlin dio un vuelco. Entonces. Era cierto. Él estaba realmente vivo. Estaban en su misma época. Y realmente él había estado allí, en ese pueblo.
"Y todos sus seguidores", dijo el otro. "Sólo los viejos como nosotros y los niños no lo seguimos."
“¿Así que él es real?", preguntó Caitlin, en estado de shock. Todavía podía creerlo; era demasiado para que pudiera comprenderlo.
El chico se levantó y se acercó a Caitlin.
“Él curó la mano de mi abuelo", dijo el muchacho. "Míralo. Él era un leproso. Ahora ha sanado. Muéstrale abuelo ", dijo el muchacho.
El anciano se volvió lentamente y echó la manga hacia atrás. Su mano se veía perfectamente normal. De hecho, cuando Caitlin miró de cerca, vio que la mano se veía mucho más joven que la otra. Era extraño. Tenía la mano de un muchacho de 18 años. Rosada, color de rosa y de aspecto saludable, era como si le hubieran dado una mano nueva.
Caitlin no lo podía creer. Jesús era real. Realmente sanaba a las personas.
Al ver la mano de ese hombre, ese hombre que había sido un leproso, perfectamente curado, sintió un escalofrío por la espalda. Todo se hizo uno. Por primera vez, tuvo la esperanza de que realmente lo podría encontrar, y también a su padre y el Escudo. Y que podrían conducirla con Scarlet.
"¿Sabe a dónde se fue?", preguntó Caleb.
“A Jerusalén, por lo que oímos," otro pescador gritó por sobre el sonido de las olas.
Jerusalén, pensó Caitlin. Sentía que estaba muy lejos. Habían volado hasta allí, a Cafarnaúm. Y ahora sentía que había sido una búsqueda inútil. Después de todo eso, tendrían que regresarse e irse con las manos vacías.
Pero ella sentía la estrella de David quemándole la mano, y de que había una razón por la que los habían enviado a Cafarnaúm. Sentía que había algo más, algo que necesitaban encontrar.
"Uno de sus discípulos está todavía aquí", dijo un pescador. "Pablo. Puedes preguntarle. Puede ser que sepa exactamente a dónde fueron.”
"¿Dónde está?", preguntó Caitlin
"Donde todos pasan el tiempo. En la antigua sinagoga ", dijo el hombre. Se dio vuelta y señaló por encima del hombro con su pulgar.
Caitlin se volvió y miró por encima de su hombro, y allí, sobre una colina, mirando el mar, vio un hermoso templo pequeño de piedra caliza. Incluso en esa época, se veía antiguo. Adornado con columnas intrincados, miraba hacia el mar. Incluso desde esa distancia, Caitlin sintió de que se trataba de un