se quedó junto a Ruth, respirando con dificultad. Miró a su alrededor a los cinco muchachos tirados alrededor de ellas, ninguno se movía. Y entonces, se dio cuenta: ella los había vencido.
Ya no era la Scarlet de antes.
Durante horas, Scarlet vagó por los callejones con Ruth a su lado, alejándose de los chicos lo más que pudo. Bajo el calor, dobló en callejón tras callejón hasta perderse en el laberinto de las estrechas callejuelas de la vieja ciudad de Jerusalén. El sol del mediodía caía a plomo sobre ella, y estaba empezando a sentirse exhausta; también por la falta de comida y agua. Mientras serpenteaban por entre la multitud, Ruth jadeaba a su lado y también estaba sufriendo.
Un niño pasó junto a Ruth y acarició su espalda, tirando de ella juguetonamente, pero con demasiada fuerza. Ruth se volvió y reaccionó, gruñendo y mostrándole los colmillos. El niño gritó, lloró, y se fue corriendo. No era propio de Ruth comportarse de esa manera; por lo general, era muy tolerante. Pero el calor y el hambre la estaban afectando. También estaba canalizando la rabia y la frustración de Scarlet.
Por mucho que lo intentara, Scarlet no sabía cómo calmar la rabia que aun sentía. Era como si algo en su interior se hubiera desatado, y no pudiera controlarlo. Sentía cómo sus venas palpitaban y su ira aumentaba y, al pasar junto a los vendedores que ofrecían todo tipo de comida que ella y Ruth no podían darse el lujo de comer, su ira crecía. También se daba cuenta de que lo que estaba experimentando, sus intensos dolores del hambre, no eran por el hambre típico. Era otra cosa. Era algo más profundo, más primario. No sólo quería comida. Quería sangre. Necesitaba alimentarse.
Scarlet no sabía lo que le estaba pasando y no sabía cómo manejarlo. Olía un pedazo de carne y se metía entre la gente solo para mirarlo. Ruth se apretaba a su lado.
Scarlet se estaba abriendo paso a codazos cuando un hombre en la multitud la empujó.
“¡Hey chica, mira por dónde caminas!", espetó.
Sin siquiera pensarlo, Scarlet se volvió y empujó al hombre. Él era más de dos veces su tamaño, pero salió volando derribando varios puestos de fruta cuando cayo al suelo.
Él se puso de pie, conmocionado, y observó a Scarlet, tratando de entender cómo una niña pequeña había podido golpearlo de esa manera. Luego, con una mirada de miedo, prudentemente se volvió y se alejó.
El vendedor frunció el ceño a Scarlet, intuía que provocaría problemas.
"¿Quieres carne?", espetó. “¿Tienes dinero para pagar?"
Pero Ruth no pudo contenerse. Se lanzó hacia adelante, hundió sus colmillos en el pedazo enorme de carne, arrancó un trozo, y se la tragó. Antes de que alguien pudiera reaccionar, se lanzó de nuevo hacia otro trozo.
Esta vez, el vendedor bajó su mano lo más fuerte que pudo para golpear a Ruth en la nariz.
Pero Scarlet lo vio venir. De hecho, algo le estaba sucediendo a su sentido de la velocidad, su sentido de la oportunidad. Mientras la mano del proveedor comenzaba a descender, Scarlet se vio levantando su propia mano y agarrando la muñeca del vendedor antes de que tocara a Ruth.
Con los ojos bien abiertos, el vendedor miró a Scarlet, sorprendido de que una niña tan pequeña pudiera agarrarlo con tanta fuerza. Scarlet apretó la muñeca del hombre hasta que todo su brazo empezó a temblar. Incapaz de controlar su rabia, Scarlet lo miraba con furia.
"No te atrevas a tocar mi lobo," Scarlet gruñó al hombre.
"Yo… lo siento," dijo el hombre, agitando el brazo del dolor, con los ojos abiertos de miedo.
Finalmente, Scarlet lo soltó y se alejó del puesto con Ruth a su lado. Mientras se alejaba, oyó un silbido detrás de ella, y luego los gritos de la gente llamando a los guardias.
“Vamos, Ruth!" Scarlet dijo, y las dos se fueron corriendo por el callejón, perdiéndose en la multitud. Al menos Ruth había comido.
Pero Scarlet tenía un hambre abrumadora, y no creía poder contenerla por más tiempo. No sabía lo que le estaba pasando, pero mientras caminaba por calle tras calle, se encontró observando la garganta de las personas. Se enfocaba en sus venas, veía el pulso de la sangre. Se lamía los labios, deseando -necesitando hundir sus dientes allí. La abrumaba la idea de beber su sangre e imaginaba lo que podría sentir cuando la sangre corriera por su garganta. No lograba entenderlo. ¿Ya no era para nada humana? ¿Se estaba convirtiendo en un animal salvaje?
Scarlet no quería hacerle daño a nadie. Racionalmente, trató de detenerse.
Pero físicamente, algo se estaba apoderando de ella. Estaba creciendo, desde los dedos de sus pies, las piernas, a través de su torso, hasta la coronilla de la cabeza y hasta la punta de sus dedos. Era un deseo. Un deseo insaciable e imparable. Estaba controlando sus pensamientos, diciéndole qué pensar, cómo actuar.
De repente, Scarlet detectó algo: a lo lejos, detrás de ella, un grupo de soldados romanos la estaba persiguiendo. Su oído, ahora hiper-sensible, la alertó con el sonido de sus sandalias golpeando la piedra. Lo sabía a pesar de que estaban a unas cuadras de distancia.
El sonido de sus sandalias golpeando contra la piedra la irritó aún más; el ruido se mezclaba en su cabeza con el sonido de los gritos de los vendedores, los niños riendo, los perros ladrando .... Era demasiado para ella. Su oído se estaba volviendo demasiado fuerte y le molestaba la cacofonía del ruido. El sol también se sentía más fuerte, como si estuviera brillado justo encima de su cabeza. Todo era demasiado. Sentía como si estuviera bajo el microscopio del mundo, y estaba a punto de explotar.
Rebosante de rabia, Scarlet se recostó y, de repente, sintió una nueva sensación en sus dientes. Sintió que su dos dientes incisivos crecían y le sobresalían unos colmillos afilados cada vez más grandes. No sabía lo que estaba experimentando, pero sabía que estaba cambiando a algo que no podía reconocer ni controlar. De repente, vio a un hombre gordo, grande, borracho, tambalearse por el callejón. Scarlet supo que tenía que alimentarse, o moriría. Y algo dentro de ella quería sobrevivir.
Cuando Scarlet se escuchó gruñir, se sorprendió. Por lo primigenio, el ruido la asombró con creces. Sentía que estaba fuera de su cuerpo mientras se abalanzaba y saltaba por el aire directamente hacia el hombre. Vio en cámara lenta como él se volvía hacia ella con los ojos muy abiertos por el miedo. Y sintió cuando sus dos dientes delanteros se hundieron en la carne, en las venas de su garganta. Y un instante después, sintió la sangre caliente del hombre vertirse en su garganta llenando sus venas.
Oyó el grito hombre, que duró sólo un momento. Un segundo más tarde, él cayó sobre el suelo, ella estaba encima de él, chupando toda su sangre. Poco a poco, empezó a sentir una nueva vida, una nueva energía fluir por su cuerpo.
Quería detenerse y soltar al hombre. Pero no podía. Lo necesitaba. Lo necesitaba para sobrevivir.
Necesitaba alimentarse.
CAPÍTULO SEIS
Ardiendo de rabia, Sam corría gruñendo por las callejuelas de Jerusalén. Quería destruir, destrozar todo a la vista. Cuando pasó junto a una fila de vendedores, se acercó y derribó sus stands que cayeron uno sobre otro como si fueran fichas de dominó. Golpeaba a la gente a propósito, tan fuerte como podía, y los enviaba volando en todas direcciones. Se lanzó por el callejón como una bola de demolición fuera de control, derribando todo a su paso.
Sobrevino el caos; se escuchaban más y más gritos. No bien la gente se daba cuenta, huía para salir de su camino. Era como un tren de destrucción.
El sol lo estaba volviendo loco. Caía a plomo sobre su cabeza como si fuera un ser vivo, aumentando su rabia. Nunca había sabido lo que era la verdadera rabia hasta ahora. Nada parecía satisfacerlo.
Vio un hombre alto y delgado y se lanzó sobre él, hundiendo los colmillos en su cuello. Lo hizo en una fracción de segundo, succionó la sangre, y luego se apresuró a hundir los colmillos en el cuello de otra persona. Iba de persona en persona, hundiendo sus colmillos y chupándoles la sangre. Se movía tan rápidamente que nadie tenía tiempo para reaccionar.