deprisa y no convirtáis la ciudad en un circo mientras lo hacéis.”
“Parece que queremos las mismas cosas, entonces,” dijo Mackenzie,
“Pues bien, aquí Joey tiene todos los documentos existentes que tenemos sobre el caso,” dijo. “Los informes del forense acaban de llegar esta mañana y nos dijeron justo lo que nos esperábamos. A los Kurtz les acuchillaron y se desangraron. No había drogas en su organismo. Totalmente limpios. Hasta el momento no hemos hallado vínculos entre los dos crímenes. Así que, si tenéis algunas ideas, me encantaría escucharlas.”
“Agente Nestler,” dijo Mackenzie, “¿tienes todas las fotos de las escenas de ambos crímenes?”
“Sí,” dijo él. A Mackenzie le recordaba mucho a Harrison—ansioso, un tanto nervioso, y obviamente deseando complacer a sus superiores y a sus compañeros.
“¿Podrías sacar las fotos de cuerpo entero y ponerlas juntas en la pantalla, por favor?” preguntó Mackenzie.
Él se afanó y puso las imágenes en la pantalla del proyector, una junto a la otra, en menos de diez segundos. Ver las imágenes con una luz tan brillante en una sala en semi-oscuridad resultaba espeluznante. Como no quería que los presentes en la sala se enfocaran en la gravedad de las heridas y perdieran la concentración, Mackenzie fue directa al grano.
“Creo que podemos afirmar con seguridad que estos asesinatos no fueron el resultado de un típico allanamiento de morada o invasión de propiedad. No se robó nada y, de hecho, no hay una clara indicación de un allanamiento de ninguna clase. Ni siquiera hay señales de lucha. Eso significa que, seguramente, quienquiera que les matara fue invitado a entrar o, al menos, tenía la llave. Y los asesinatos tuvieron que suceder deprisa. Además, la ausencia de sangre en cualquier otra parte de la casa da la impresión de que los asesinatos tuvieron lugar en el dormitorio—y que no pasó nada peculiar en ninguna otra parte de la casa.”
Decirlo en voz alta le ayudó a entender lo extraño que parecía todo.
Al tipo no solo le invitaron a entrar, sino que, por lo visto, le invitaron al dormitorio. Eso quiere decir que la posibilidad de que realmente le invitaran era muy leve. Tenía una llave. O sabía dónde encontrar una de repuesto.
Continuó adelante antes de perder el hilo con nuevas ideas y proyecciones.
“Quiero mirar estas fotos porque hay dos cuestiones extrañas que me llaman la atención. La primera… mirad cómo los cuatro están tumbados perfectamente sobre su espalda. Sus piernas están relajadas y en buena postura. Es casi como si lo hubieran preparado para que tuviera ese aspecto. Y entonces hay otra cosa—y si se trata de un asesino en serie, puede que esto sea lo más importante que notar. Mirad la mano derecha de la señora Kurtz.”
Les dio a los otros cuatro presentes en la sala la oportunidad de mirar. Se preguntó si Harrison percibiría lo que quería decir y lo soltaría sin pensar. Les dio unos tres segundos y, cuando nadie dijo nada, continuó.
“Su mano derecha está apoyada en la pierna derecha de su marido. Es la única parte de su cuerpo que no está totalmente alineada. Así que, o esto es una coincidencia, o el asesino fue quien colocó sus cuerpos en esta posición, moviendo su mano a propósito.”
“¿Y qué si lo hizo?” preguntó Rodríguez. “¿Por qué importa?”
“Bueno, ahora mirad a los Sterling. Mirad la mano izquierda del marido.”
En esta ocasión, no llegó a los tres segundos. Dagney fue la que notó a que se refería. Y cuando respondió, su voz sonaba tensa y débil.
“Está extendida y colocada sobre el muslo de su mujer,” dijo ella.
“Exactamente,” dijo Mackenzie. “Si solo fuera una de las parejas, ni siquiera lo mencionaría. Pero ese mismo gesto está presente en ambas parejas, lo que hace bastante obvio que el asesino lo hizo con alguna intención.”
“¿Pero para qué?” preguntó Rodríguez.
“¿Simbolismo?” sugirió Harrison.
“Podría ser,” dijo Mackenzie.
“Pero eso no es gran cosa con la que continuar, ¿no es cierto?” preguntó Nestler.
“En absoluto,” dijo Mackenzie. “Pero al menos es algo. Si es simbólico para el asesino, hay una razón para ello. Así que aquí es donde me gustaría empezar: me gustaría obtener una lista de sospechosos que hayan salido en libertad condicional hace poco por crímenes violentos vinculados a invasiones domiciliarias. Todavía sigo pensando que esto no se trata de una invasión propiamente dicha, pero es el lugar más lógico por el que empezar.”
“Muy bien, podemos conseguirte eso,” dijo Rodríguez. “¿Alguna otra cosa?”
“Nada más por el momento. Nuestra próxima línea de acción es hablar con la familia, amigos, y los vecinos de las parejas.”
“Sí, hablamos con la familia más cercana de los Kurtz—un hermano, una hermana y los dos pares de padres. No tengo ninguna pega en que vuelvas a hablar con ellos, pero no es que nos proporcionaran gran cosa. El hermano de Josh Kurtz dijo que, por lo que él sabía, tenían un matrimonio excelente. La única ocasión en que se peleaban era durante la temporada de fútbol cuando los Seminoles jugaban con los Hurricanes.”
“¿Qué hay de los vecinos?” preguntó Mackenzie.
“También hablamos con ellos, pero brevemente. Principalmente acerca del problema del ruido que denunciaron por los aullidos del perro.”
“Pues empezaremos por ahí,” dijo Mackenzie, mirando a Harrison.
Y sin decir ni una palabra más, se pusieron en pie y salieron por la puerta.
CAPÍTULO CUATRO
A Mackenzie le resultó un tanto desasosegante revisitar las mansiones. Mientras se aproximaban a la casa de los vecinos, rodeados de ese clima delicioso, el hecho de saber que en la mansión de al lado había una cama cubierta de sangre le parecía surrealista. Mackenzie reprimió un escalofrío y desvió la mirada de la mansión de los Kurtz.
Cuando Harrison y ella iban subiendo las escaleras a la puerta principal de los vecinos, sonó el teléfono de Mackenzie, informándola de que había recibido un mensaje de texto. Sacó su teléfono y vio que era un mensaje de Ellington. Entornó la mirada al leerlo.
¿Cómo te está resultando el novato? ¿Ya me echas de menos?
Casi le responde, pero no quería animarle. Y tampoco quería parecer reservada o distraída delante de Harrison. Sabía que era un tanto pretencioso por su parte, pero estaba bastante segura de que él la consideraba como un ejemplo a emular. Teniendo esto en consideración, se metió el teléfono al bolsillo y caminó hasta la entrada principal. Dejó que Harrison llamara a la puerta y él lo hizo con mucha atención y delicadeza.
Varios segundos después, una mujer de aspecto aturdido abrió la puerta. Parecía tener unos cuarenta y tantos años de edad. Llevaba puesta una camiseta sin mangas bastante amplia y un par de pantalones cortos que podían no ser más que un par de braguitas. Parecía ser una visitante habitual de la playa, y era obvio que había pasado por las manos de un cirujano plástico para hacerse la nariz y seguramente los senos.
“¿Puedo ayudarles?” les preguntó.
“¿Es usted Demi Stiller?”
“Lo soy. ¿Por qué?”
Mackenzie sacó su placa con la velocidad experta que cada vez le salía mejor. “Somos los agentes Harrison y White del FBI. Esperábamos poder hablar con usted sobre sus vecinos.”
“Está bien, supongo,” dijo Demi. “Aunque ya hablamos con la policía.”
“Lo sé,” dijo Mackenzie. “Esperaba poder profundizar un poco. Por lo que tengo entendido, hubo cierta