Блейк Пирс

Antes De Que Necesite


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alguien la tarea de investigar los historiales financieros de los Sterling del año pasado? Cuentas corrientes, tarjetas de crédito, hasta PayPal, si lo utilizaban.”

      “Por supuesto,” dijo Harrison. Al momento, sacó su teléfono para completar la tarea.

      Puede que no me importe tanto trabajar con él después de todo, pensó Mackenzie.

      Escuchó cómo Harrison hablaba con Dagney mientras ella cerraba el secreter y volvía la vista hacia las escaleras.

      Alguien subió esas escaleras hace cuatro noches y asesinó a un matrimonio, pensó, intentando visualizarlo. ¿Pero por qué? Y de nuevo, ¿por qué no había señales de entrada forzada?” La respuesta era sencilla: igual que en el caso de los Kurtz, habían invitado a entrar al asesino. Y eso quería decir que o conocían al asesino y le invitaron a pasar o que el asesino estaba representando algún rol… actuando como alguien que ellos conocían o alguien en apuros.

      Aunque la teoría parecía endeble, sabía que había algo que sacar de ella. Por lo menos, creaba un vínculo frágil entre las dos parejas.

      Y por el momento, era una conexión lo bastante importante como para investigarla a continuación.

      CAPÍTULO SEIS

      A pesar de que estaba deseando evitar tener que hablar con los familiares de los recién fallecidos, Mackenzie se percató de que estaba terminando con su lista de tareas más rápido de lo que se había esperado. Cuando dejaron atrás el domicilio de los Sterling, el siguiente paso natural donde ir en busca de más respuestas era con los familiares más íntimos de los matrimonios. En el caso de los Sterling, su familia más cercana era una hermana que vivía a menos de diez millas de la mansión de los Kurtz. El resto de la familia vivía en Alabama.

      Por otra parte, los Kurtz tenían bastante familia en sus cercanías. Josh Kurtz no se había mudado muy lejos de su primer domicilio, y vivía a veinte millas no solo de sus padres, sino también de su hermana. Y ya que el departamento de policía de Miami ya había hablado en profundidad con los Kurtz por la mañana, Mackenzie optó por visitar a la hermana de Julie Kurtz.

      Sara Lewis no tuvo ningún reparo en quedar con ellos, y a pesar de que las noticias de la muerte de su hermana tuvieran menos de dos días, parecía haberlas aceptado todo lo bien que cabía esperar de una chica de veintidós años.

      Sara les invitó a que pasaran por su casa en Overtown, una casa de planta baja bastante pintoresca que era algo más grande que un apartamento pequeño. Estaba escasamente decorada y albergaba ese tipo de silencio tenso que Mackenzie había sentido en tantas otras casas en las que se estaba lidiando con una pérdida cercana. Sara estaba sentada al extremo del sofá, acariciando una taza de té con ambas manos. Era obvio que había estado llorando lo suyo últimamente; también tenía aspecto de no haber dormido demasiado.

      “Supongo que, si han implicado al FBI,” dijo, “¿eso significa que ha habido más asesinatos?”

      “Sí, los ha habido,” dijo Harrison por detrás de Mackenzie. Ella frunció brevemente el ceño, deseando que él no hubiera divulgado esa información con tantas ganas.

      “No obstante,” dijo Mackenzie, interponiéndose antes de que Harrison pudiera continuar, “sin duda alguna, somos incapaces de afirmar nada sólido sobre un vínculo sin que primero haya una investigación exhaustiva. Y esa es la razón por la que nos han llamado.”

      “Ayudaré en lo que pueda,” dijo Sara Lewis. “Pero ya respondí a las preguntas de la policía.”

      “Sí, entiendo, y se lo agradezco,” dijo Mackenzie. “Solo quiero repasar unas cuantas cosas que se les pueden haber pasado por alto. Por ejemplo, ¿tiene alguna idea de cuál era la situación financiera de su hermana y su cuñado?”

      Era obvio que Sara pensaba que era una pregunta extraña, pero a pesar de ello, hizo todo lo que pudo por responderla. “Era buena, supongo. Josh tenía un buen trabajo y la verdad es que no gastaban mucho dinero. En ocasiones, Julie hasta me regañaba por gastar con demasiada frivolidad. En fin, ciertamente no estaban forrados… no por lo que yo sé, pero les iba bastante bien.”

      “Y bien, la vecina nos dijo que a Julie le gustaba dibujar. ¿Solamente se trataba de un hobby o estaba ganando dinero con ello?”

      “Más bien era un hobby,” dijo Julie. “Lo hacía bastante bien, pero ella ya sabía que no era nada del otro mundo, ¿entiende?”

      “¿Qué hay de ex novios? ¿O quizá ex novias que pudiera tener Josh?”

      “Julie tiene unos cuantos, pero ninguno de ellos se lo tomó muy a mal. Además, todos vivían en la otra punta del país. Eran una pareja realmente buena. Eran tan lindos juntos—hasta asquerosamente dulces en público. Ese tipo de pareja.”

      La visita había resultado demasiado breve como para concluir, pero a Mackenzie solo le quedaba otra ruta que seguir y no estaba del todo segura de cómo referirse a ella sin repetirse. Pensó de nuevo en esas anotaciones extrañas en la libreta del banco de los Sterling, y seguía sin entender lo que significaban.

      Seguramente no sea nada, pensó. La gente anota sus libretas de maneras distintas, nada más. Aun así, merece la pena investigarlo.

      Pensando en las abreviaturas que había visto en la libreta de los Sterling, Mackenzie continuó. En el instante que abrió los labios para hablar, escuchó cómo le sonaba el teléfono en el bolsillo a Harrison. Él lo miró brevemente y después ignoró la llamada. “Lo siento,” dijo.

      Ignorando la interrupción, Mackenzie preguntó: “¿Sabría por casualidad si Julie o Josh eran miembros de alguna organización o incluso de algún club o gimnasio? ¿El tipo de sitio al que se paga una tarifa de manera rutinaria?”

      Sara pensó en ello durante un momento, pero sacudió la cabeza. “Que yo sepa, no. Como ya les he dicho… la verdad es que no gastaban mucho dinero. El único pago mensual del que puedo hablar que Julie tuviera además de sus recibos habituales era a su cuenta de Spotify, y solo son diez dólares.”

      “¿Y ya se ha puesto alguien en contacto con usted, como un abogado, para hablar de lo que va a pasar con sus finanzas?” preguntó Mackenzie. “Lamento muchísimo tener que preguntarlo, pero podría ser urgente.”

      “No, todavía no,” dijo ella. “Eran tan jóvenes, que ni siquiera creo que tuvieran un testamento redactado. Mierda… supongo que ahora tengo todo eso por delante, ¿no es cierto?”

      Mackenzie se puso de pie, incapaz de responder a la pregunta. “Una vez más, gracias por hablar con nosotros. Por favor, si piensa en cualquier otra cosa en relación con las preguntas que le he hecho, le agradecería que me llamara.”

      Dicho eso, entregó a Sara su tarjeta de visita. Sara la aceptó y se la metió al bolsillo mientras les guiaba hacia la entrada. No estaba siendo grosera, pero era obvio que quería que le dejaran en paz lo más rápido que fuera posible.

      Con la puerta ya cerrada detrás de ellos, Mackenzie se quedó parada en el porche de Sara con Harrison. Pensó en corregirle por decirle tan deprisa a Sara que había habido más asesinatos que podían estar relacionados con el de su hermana. Pero había sido un error honesto, uno que ella también había cometido en sus comienzos. Así que lo dejó pasar.

      “¿Puedo preguntarte algo?” preguntó Harrison.

      “Claro,” dijo Mackenzie,

      “¿Por qué estabas tan enfocada en las finanzas? ¿Tenía algo que ver con lo que viste en la casa de los Sterling?”

      “Sí. Por ahora no es más que una corazonada, pero algunas de las transacciones eran—”

      El teléfono de Harrison comenzó a vibrar de nuevo. Lo rebuscó en su bolsillo con una mirada de vergüenza en su rostro. Miró la pantalla, casi la ignora, pero decidió dejarlo fuera mientras regresaban al coche.

      “Lo siento, pero tengo