Блейк Пирс

Una Vez Abandonado


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posible hablar con ambos?”.

      “Él sabe que está aquí”.

      Su respuesta desarmó a Riley, pero trató de no demostrarlo. La mujer miró a Riley fijamente con sus ojos azules y fríos. Riley no vaciló. Solo mantuvo la mirada, preparándose para batallar.

      Riley dijo: “La Unidad de Análisis de Conducta está investigando un número inusual de suicidios aparentes en la Universidad de Byars”.

      “¿Suicidios aparentes?”, dijo Webber, arqueando una sola ceja. “No describiría el suicidio de Deanna como ‘aparente’. A mi esposo y a mí nos pareció bastante real”.

      Riley podría jurar que la temperatura de la sala había descendido unos grados. Webber no había mostrado ni la más mínima expresión cuando mencionó el suicidio de su propia hija.

      “Tiene sangre fría”, pensó Riley.

      “Quisiera que me explicara lo que pasó”, dijo Riley.

      “¿Por qué? Estoy segura de que ha leído el informe”.

      Obviamente Riley no lo había hecho, pero tenía que seguírselas ingeniando.

      “Escucharlo con sus propias palabras sería de gran ayuda”, dijo.

      Webber permaneció en silencio por un momento. Su mirada era inquebrantable. Pero la de Riley también lo era.

      “Deanna resultó herida en un accidente montando a caballo el verano pasado”, dijo Webber. “Se fracturó bastante la cadera. Parecía probable que tendría que ser reemplazada por completo. Sus días de montar a caballo en competencias se habían acabado. Estaba desolada”.

      Webber hizo una pausa por un momento.

      “Estaba tomando oxicodona para el dolor. Se tomó una sobredosis de pastillas. Fue intencional y punto”.

      Riley sintió que no le estaba contando todo.

      “¿Dónde sucedió esto?”, preguntó.

      “En su dormitorio”, dijo Webber. “Estaba cómoda en su cama. El médico forense dijo que murió de un paro respiratorio. Parecía estar profundamente dormida cuando la criada la encontró”.

      Y entonces Webber parpadeó.

      Había flaqueado en su batalla.

      “¡Está mintiendo!”, pensó Riley.

      El pulso de Riley se aceleró.

      Ahora tenía que presionar, sondear con las preguntas correctas.

      Pero antes de que Riley pudiera siquiera pensar en qué hacer, la puerta de la oficina se abrió. La mujer que había traído a Riley a la oficina entró.

      “Congresista, necesito hablar con usted, por favor”, dijo.

      Webber se veía aliviada a lo que se levantó de su escritorio y salió con su asistente.

      Riley respiró profundamente.

      Deseaba no haber sido interrumpida.

      Estaba segura de que había estado a punto de resquebrajar la fachada engañosa de Hazel Webber.

      Pero aún tenía chance para hacerlo.

      Cuando Webber regresara, Riley comenzaría de nuevo.

      Después de menos de un minuto, Webber volvió. Parecía haber recuperado su seguridad en sí misma.

      Se quedó parada cerca de la puerta abierta y dijo, “Agente Paige, si realmente es la agente Paige, me temo que debo pedirle que se vaya”.

      Riley tragó grueso.

      “No entiendo”.

      “Mi asistente acaba de llamar a la UAC. No están investigando suicidios en la Universidad de Byars. Ahora...”.

      Riley sacó su placa.

      “Sí soy la agente especial Riley Paige”, dijo con determinación. “Y haré todo lo posible para asegurarme de que tal investigación se ponga en marcha tan pronto como sea posible”.

      Salió de la oficina.

      En su camino fuera de la casa, entró en cuenta de que había hecho una enemiga, y una muy peligrosa.

      Era un tipo de peligro diferente al que generalmente tenía que enfrentar.

      Hazel Webber no era una psicópata cuyas armas de preferencia eran cadenas, cuchillos, armas de fuego o sopletes.

      Era una mujer sin conciencia, y sus armas eran el dinero y el poder.

      Riley prefería el tipo de adversario que podía noquear o disparar. Aún así, estaba dispuesta a lidiar con Webber y sus amenazas.

      “Me mintió respecto a su hija”, dijo Riley.

      Y ahora Riley estaba decidida a descubrir la verdad.

      La casa se veía vacía ahora. A Riley le sorprendió que no se topó con ni una sola persona en su camino a su carro. Sentía que podía robar la casa sin que nadie se diera cuenta.

      Salió, se metió en su carro y comenzó a conducir.

      A lo que se acercó a la puerta de la mansión, ella vio que estaba cerrada. El guardia corpulento que la había dejado entrar y el mayordomo enorme estaban parados allí. Ambos tenían sus brazos cruzados, y obviamente estaban esperándola.

      CAPÍTULO SIETE

      Los dos hombres definitivamente se veían amenazantes. También se veían un poco ridículos, el más pequeño de los dos con su uniforme de guardia, su compañero más grande con su traje formal de mayordomo.

      “Parecen payasos de circo”, pensó.

      Pero sabía que no estaban tratando de ser graciosos.

      Riley detuvo su carro justo en frente de ellos. Bajó su ventanilla, sacó la cabeza y los llamó.

      “¿Hay algún problema, señores?”.

      El guardia se colocó justo en frente de su carro.

      El mayordomo inmenso se acercó a la ventanilla del pasajero.

      Habló en una voz retumbante.

      “A la representante Webber le gustaría aclarar un malentendido”.

      “¿Cuál malentendido?”.

      “Quiere que entienda que los hurgones no son bienvenidos aquí”.

      Ahora Riley entendía todo.

      Webber y su asistente habían llegado a la conclusión de que Riley era una impostora, no una agente del FBI. Probablemente sospechaban que era una reportera que se estaba preparando para escribir una historia de la congresista.

      Estos dos chicos estaban más que acostumbrados a lidiar con reporteros metiches.

      Riley sacó su placa de nuevo.

      “Creo que ha habido un malentendido”, dijo. “Realmente soy una agente especial del FBI”.

      El gran hombre sonrió. Evidentemente creía que la placa era falsa.

      “Bájese del carro, por favor”, dijo.

      “No, gracias”, dijo Riley. “Realmente agradecería si abriera la puerta”.

      Riley había dejado la puerta de su carro abierta. El gran hombre la abrió.

      “Bájese del carro, por favor”, repitió.

      Riley gruñó en voz baja.

      “Esto no terminará bien”, pensó.

      Riley se bajó del carro y cerró la puerta. Los dos hombres se pararon lado a lado cerca de ella.

      Riley