href="#litres_trial_promo">CAPÍTULO DIECINUEVE
PRÓLOGO
Mientras crecía, Olivia nunca creyó que llegaría el día en el que de veras le contentara estar en casa. Como la mayoría de los adolescentes, había pasado sus años de la escuela secundaria soñando con largarse de casa, ir a la universidad, iniciar su propia vida. Había seguido su plan, al salir de Whip Springs, Virginia, para asistir a la Universidad de Virginia. Estaba ahora en el tercer año, rumbo a un verano que estaría en sazón para las oportunidades laborales y, al final del verano, para la búsqueda de un apartamento. Olivia disfrutaba vivir en el campus, pero como estudiante de cuarto año pensaba que ya era tiempo de vivir en algún otro lugar de la ciudad.
Por ahora, sin embargo, pasaría todo un mes con sus padres en Whip Springs. Sabía que la estudiante de secundaria que llevaba por dentro, nunca le perdonaría el amor y el consuelo que sintió surgir al ingresar al camino que llevaba a la casa de sus padres. Vivían junto a un camino secundario de Whip Springs —un sosegado y pequeño pueblo en el centro de Virginia con una población de menos de cinco mil, rodeado de bosques por los cuatro costados, además del tramo forestal que se extendía por la mayor parte de Whip Springs.
Comenzaba a oscurecer cuando llegó al acceso de entrada. Había esperado que su madre le hubiera encendido la luz del porche, pero nada brillaba en la puerta principal. Su mamá sabía que ella llegaría esa tarde; habían hablado de ello por teléfono hacía dos días, e incluso Olivia le había enviado un mensaje de texto hacía tres horas para decirle que estaba en camino.
Cierto era que su madre no le había escrito en respuesta, algo inusual en ella. Pero Olivia supuso que probablemente estaría trabajando tiempo extra para dejar presentable el dormitorio infantil de Olivia, y había olvidado escribirle un mensaje.
Al acercarse a la casa, Olivia advirtió que no solo la luz del porche estaba apagada, parecía que todas las luces de la casa también lo estaban. Ella sabía que estaban en casa, sin embargo. Ambos vehículos estaban aparcados en la vía de acceso, el auto de su madre estacionado justo detrás de la camioneta de su padre, como lo habían estado haciendo desde que Olivia podía recordar.
Si estos pobres están tratando de darme una fiesta sorpresa de bienvenida, quizás me eche a llorar, pensó Olivia mientras aparcaba junto al auto de su madre.
Abrió la cajuela y sacó su equipaje —solo dos maletas, aunque una parecía pesar una tonelada. Las llevó con esfuerzo por el acceso, en dirección al porche. Casi un año había pasado desde que había estado allí de visita, y casi había olvidado lo absolutamente apartado que era el sitio. Los vecinos más cercanos estaban a menos de quinientos metros, pero los árboles que rodeaban la propiedad hacían que se percibiera completamente aislada... sobre todo al compararla con los abarrotados dormitorios de la escuela.
Luchó con las maletas para subir las escalinatas del porche y estirar el brazo para tocar el timbre. Al hacerlo, se percató de que la puerta estaba parcialmente abierta.
De repente, la ausencia de luz en el interior pareció siniestra —como algo alarmante. —¿Mamá? ¿Papá? — dijo en voz alta mientras lentamente abría la puerta con su pie.
Esta se abrió del todo, dejando ver el vestíbulo y el pequeño corredor que ella conocía tan bien. La casa estaba en verdad a oscuras, pero al entrar haciendo caso omiso a lo que le aconsejaba su creciente miedo, de inmediato se relajó. Venido de algún lugar de la casa, escuchó el sonido de la televisión —los familares dins y aplausos de la Rueda de la Fortuna, una fija en su hogar desde que Olivia podía recordar.
Al aproximarse al final del corredor y acercarse a la sala, vio la rueda en la TV, montada sobre la chimenea, una enorme pantalla en realidad, que hacía que Pat Sajak pareciera estar justo allí en la sala.
—Hey, chicos —dijo Olivia, paseando la mirada por la sala a oscuras—, muchas gracias por ayudarme con mis cosas. Dejar la puerta apenas abierta fue un...
Se suponía que era un chiste, pero cuando las palabras se agolparon en su garganta, no había nada gracioso en ello.
Su madre estaba en el sofá. Podía muy bien haber estado dormida y nada más si no fuera por toda la sangre. Cubría todo su pecho y empapaba el sofá. Había tanta que la mente de Olivia no pudo comprenderlo al principio. Ver eso con el traqueteo de la rueda en la Rueda de la Fortuna lo hacía de alguna manera aún más difícil de entender.
—Mamá...
Olivia sentía como si su corazón se hubiera detenido. Retrocedió lentamente en tanto la realidad de lo que estaba viendo iba siendo asimilada. Sentía como si una pequeña parte de su mente se hubiera desprendido y estuviera flotando por allí.
Otra palabra se formó en su lengua —Papá— mientras retrocedía lentamente para alejarse.
Pero entonces fue cuando lo vio. Estaba justo allí, en el piso, echado delante de la mesa de café y con tanta sangre sobre él como sobre su madre. Descansaba boca abajo, inmóvil. Pero se veía como si estuviera de alguna forma a gatas, como si hubiera intentado escapar. Mientras se hacía cargo de todo esto, Olivia vio en su espalda lo que parecían seis heridas bien visibles, causadas por arma blanca.
De pronto comprendió por qué su madre no había respondido su mensaje. Su madre estaba muerta. Su padre, también.
Sintió que un grito subía por su garganta mientras hacía un esfuerzo por destrabar sus piernas. Sabía que quienquiera que hubiese hecho esto podría todavía estar allí. Ese pensamiento logró que saliera el grito, que afloraran las lágrimas, y que se destrabaran sus piernas.
Olivia salió volando de la casa y corrió —y corrió— y no dejó de correr hasta que se atragantó con sus gritos.
CAPÍTULO UNO
Era gracioso lo rápido que había cambiado la actitud de Kate Wise. En el año pasado como jubilada, había hecho todo lo que había podido para evitar la jardinería. Jardinería, tejido, clubes de bridge —e incluso clubes de lectura—, a todos los había evitado como la plaga. Todos parecían lugares comunes sobre lo que hacían las mujeres retiradas.
Pero unos meses de regreso a las riendas del FBI habían hecho algo con ella. No era tan ingenua como para pensar que la habían reinventado. No, simplemente le habían devuelto el vigor. De nuevo tenía un propósito, una razón para esperar anhelante el siguiente día.