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días.

      —Sí, suena como un asesino en serie en pleno desarrollo —dijo Kate.

      Pensó en el caso de 1996 que Durán había mencionado. Al final, una mujer enloquecida que había estado trabajando como niñera había acabado con las vidas de tres parejas en el término de solo dos días. Resultó que había trabajado para las tres parejas en un período de diez años. Kate capturó a la mujer cuando se encaminaba a asesinar a una cuarta pareja para luego, de acuerdo a su testimonio, darse muerte.

      ¿En verdad iba a decirle no a esto? Después de la intensa reminiscencia que había tenido hoy, ¿podía realmente dejar pasar otra oportunidad de detener a un asesino?

      —¿Cuánto tiempo tengo para pensar en ello? —preguntó.

      —Te doy una hora. Ni un minuto más. Necesito a alguien en esto ahora. Y pensé que tú y DeMarco podrían trabajar bien en esto. Una hora, Wise… antes, si puedes.

      Antes de que pudiera decir okey o gracias, Durán finalizó la llamada. Solía ser cálido y amigable, pero cuando las cosas no resultaban como quería podía ponerse muy irritado.

      Tan silenciosamente como pudo, fue hasta la cama y se sentó en el borde. Observó a Michelle dormir, con el suave subir y bajar de su pecho, tan lento y metódico. Podía recordar con claridad a Melissa cuando era así de pequeña y no tenía idea de cómo había pasado el tiempo. Y de allí venía su problema: sentía que se había perdido mucho de su vida como madre y esposa debido a su trabajo, pero aún así tenía un fuerte sentido del deber hacia el mismo. Especialmente cuando sabía que podía estar allí ahora mismo, haciendo su parte para llevar a un asesino ante la justicia.

      ¿Qué clase de persona sería si rechazaba esta oferta, dejando que Durán escogiera a otro agente que no tendría el mismo conjunto de habilidades que ella?

      Pero qué clase de madre y abuela era si tenía que llamar a Melissa, decirle que viniera a recoger a su hija y pusiera término a su velada porque el FBI la había llamado de nuevo?

      Kate contempló a Michelle por unos cinco minutos, incluso acostándose junto a ella y colocando su mano sobre el pecho de la bebé solo para sentir su respiración. Y el ver ese pequeño aleteo de vida, de una vida que todavía nada sabía de los males que había en el mundo, facilitó la decisión de Kate.

      Frunciendo el ceño por primera vez ese día, Kate levantó el teléfono y llamó a Melissa.

      ***

      Una vez, cuando Melissa tenía dieciséis, metió a un chico en su habitación, tarde en la noche, cuando ya Kate y Michael estaban dormidos. Kate se despertó con un ruido (que más tarde determinó que era como la rodilla de alguien golpeando la pared de la habitación de Melissa) y se levantó para ir a investigar. Al abrir la puerta de su hija y encontrarla con los pechos al aire y un chico en su cama, había sacado a este de la cama y gritado que se largara.

      La furia de esa noche en los ojos de Melissa era poca cosa, comparada con lo que Kate vio en la actitud de su hija mientras aseguraba a Michelle en el asiento de bebé a las 9:30—poco más de una hora después que Durán la había llamado con respecto al caso de Roanoke.

      —Esto no sirvió para nada, mamá —dijo.

      —Lissa, lo siento tanto. ¿Pero qué diablos se suponía que debía hacer?

      —Bueno, a mi entender, la gente permanece retirada una vez que se ha retirado. ¡Quizás deberías intentarlo!

      —No es tan fácil —replicó Kate.

      —Oh, lo sé, mamá —dijo Melissa—. Eso nunca lo fue contigo.

      —Eso no es justo...

      —Y no creo que esté molesta porque cortaste una noche de relax. Eso no me importa. No soy así de egoísta. A diferencia de algunos, estoy molesta porque tu trabajo —que se supone habías dejado hace más de un año, piensa en ello— continúa pesando más que tu familia. Incluso después de tantas cosas... después de Papá...

      —Lissa, no nos hagamos esto.

      Melissa levantó el asiento de bebé con una delicadeza ausente en su voz y en la rigidez de su postura.

      —Estoy de acuerdo —replicó Melissa—. No nos lo hagamos.

      Y diciendo eso, salió por el frente, dando un portazo.

      Kate alargó la mano al picaporte pero se detuvo. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a continuar la discusión afuera, en el patio? Además, conocía bien a Melissa. Al cabo de unos días se habría tranquilizado y de hecho escucharía el otro lado de la historia. Aceptaría incluso las disculpas de su madre.

      Kate se sintió como una traidora al tomar su teléfono. Al llamar a Durán, este le informó que había anticipado que ella se presentaría de todas formas. De momento, tenía a alguien de la Policía Estatal de Virginia asignado para encontrarse con ella y DeMarco a las 4:30 de la mañana, en Whip Springs. En cuanto a DeMarco, había salido de Washington hacía media hora en un auto de la agencia. Llegaría a casa de Kate hacia la medianoche. Kate se dio cuenta de que pudo haberse quedado con Michelle hasta la hora de las once en punto originalmente planeada, y haber evitado la confrontación con Melissa. Pero no podía detenerse en eso ahora.

      Lo repentino de todo había tomado a Kate algo desprevenida. Incluso aunque el último caso que había tomado pareció haber salido de la nada, al menos había tenido una especie de estructura estable. Pero había pasado tiempo desde que le habían asignado un caso a una hora como esa. Era intimidante pero también estaba muy excitada —tanto, como para ser capaz de poner en el fondo de su mente la cólera de Melissa.

      Con todo, mientras arreglaba un bolso esperando que llegara DeMarco, un pensamiento la atravesó. Y es eso mismo —tu capacidad para hacer a un lado todo en aras del trabajo —lo que causaba tantos problemas entre ustedes dos en primer lugar.

      Pero ese pensamiento fue hecho a un lado con facilidad.

      CAPÍTULO TRES

      Una de las muchas cosas que Kate había aprendido con respecto a DeMarco, en el transcurso del último caso, era que ella era puntual. Era un rasgo que recordó al escuchar que tocaban la puerta a las 12:10.

      No recuerdo la última vez que recibí una visita tan tarde, pensó. ¿Sería en la universidad, quizás?

      Camino hacia la puerta, llevando consigo su único bolso empacado. Pero cuando abrió la puerta, vio que DeMarco no tenía intención de salir corriendo a la escena del crimen.

      —A riesgo de parecer grosera, realmente necesito usar tu baño —dijo DeMarco—. Beberme dos Coca-Colas para mantenerme despierta fue una mala idea.

      Kate sonrió y se hizo a un lado para dejar entrar a DeMarco. Dada la velocidad y urgencia que Durán le había comunicado con sus llamadas telefónicas, la brusquedad de DeMarco era la clase de inesperada salida cómica que necesitaba. La hacía también sentir confortable el saber que incluso después de casi dos meses sin verse, ella y DeMarco retomaban el mismo nivel de cómoda confianza que habían compartido antes de separarse al término de su último caso.

      DeMarco salió del baño unos minutos después con una sonrisa de embarazo en su rostro.

      —Y buenos días para ti —dijo Kate. Quizás fue por la ingesta de caféína, pero DeMarco no se veía para nada cansada, aparentemente no la perturbaba lo temprano de la hora.

      DeMarco miró su reloj y asintió. —Sí, supongo que es de día.

      —¿Cuándo te llamaron? —preguntó Kate.

      —Alrededor de las ocho o las nueve, supongo. Hubiera partido más temprano, pero Durán quería estar cien por ciento seguro de que vinieras a bordo.

      —Lo siento —dijo Kate—. Estaba cuidando a mi nieta por primera vez.

      —Oh no. Wise… qué mal. Siento que esto