Блейк Пирс

Si Ella Viera


Скачать книгу

chicos allá en Washington. Tenemos programada una reunión con uno de los hombres del Departamento de la Policía Estatal de Virginia, a las cuatro y treinta en la residencia Nash.

      —¿La residencia Nash? —preguntó Kate.

      —La última pareja en ser asesinada.

      Se encaminaron a la puerta principal. Ya de salida, Kate apagó las luces de la sala y tomó su bolso. Estaba excitada con lo que podría esperarles más adelante, pero también sintió que estaba dejando su casa de una manera más bien alocada. Después de todo, solo hacía unas horas, su nieta de dos meses dormitaba en su cama. Y ahora aquí estaba ella, a punto de dirigirse a una escena del crimen.

      Vio el sedán del Buró aparcado delante de su casa, a lo largo del borde de la acera. Parecía irreal, pero al mismo tiempo tentador.

      —¿Quieres conducir? —preguntó DeMarco.

      —Seguro —dijo Kate, preguntándose si la agente más joven le estaba haciendo esa oferta como una muestra de respeto, o simplemente porque quería tomar un descanso después de haber conducido.

      Kate se puso detrás del volante mientras DeMarco buscaba la ruta para llegar a la localidad del asesinato más reciente. Era en el pueblo de Whip Springs, Virginia, una minúscula población al pie de las Montañas Azules, justo en las afueras de Roanoke. Charlaron un rato de sus cosas —Kate contándole a DeMarco lo que se sentía al ser abuela, mientras DeMarco permanecía mayormente en silencio, mencionando solo otra relación fallida luego que su compañera la había dejado. Esto resultó una sorpresa, porque Kate no había etiquetado a DeMarco como lesbiana. En todo caso, demostraba que realmente necesitaba conocer a la mujer que era más o menos su pareja. Lo de la puntualidad lo había captado. Lo de la homosexualidad, se le había escapado. ¿Qué diablos decía eso acerca de ella como pareja?

      Al acercarse a la escena de crimen, DeMarco repasó los reportes relativos al caso que Durán les había enviado. Mientras ella los leía, Kate se mantenía atenta al despunte del sol en el horizonte, pero nada se vislumbraba.

      —Dos parejas de edad —dijo DeMarco—. Lo siento… una llegando a los sesenta… sin ofender.

      —Nada de eso —dijo Kate, sin saber si esto era un extraño intento de parte de DeMarco para decir algo con humor.

      —A primera vista, no parecen tener nada en común, aparte de la localización. La primera escena estaba justo en el corazón de Roanoke, y esta, la más reciente, estaba a no más de cincuenta kilómetros de distancia, en Whip Springs. No parecían haber señales de que el marido o la esposa fueran los objetivos preliminares. Cada asesinato fue horripilante y con algo de ensañamiento, indicando que el asesino lo disfruta.

      —Y eso por lo general apunta a los que sienten que han sido perjudicados de alguna manera por las víctimas —señaló Kate—. Eso o un retorcido deseo psicológico de sangre y violencia.

      —Las víctimas más recientes, los Nash, habían estado casados por veinticuatro años. Tienen dos hijos, uno que vive en San Diego y otra que en la actualidad estudia en la UVA. Ella es la que descubrió los cuerpos cuando vino ayer a casa.

      —¿Que hay de la otra pareja? —preguntó Kate— ¿Tienen hijos?

      —No, de acuerdo a los reportes.

      Kate meditó en torno a todo esto y por razones que no pudo determinar, se encontró pensando en la pequeña niña con la se había topado en la calle el día anterior. O más bien, el recuerdo que esa pequeña niña había hecho aflorar en su mente.

      Cuando llegaron a la residencia Nash, el horizonte finalmente había empezado a iluminarse con la luz de un sol que nacía pero todavía estaba ausente. Se filtraba por entre la arboleda que rodeaba la mayor parte del patio de los Nash. Bajo esa luz, pudieron ver un único auto aparcado delante de la casa. Un hombre se hallaba recostado del capó, fumando un cigarrillo y sosteniendo una taza de café.

      —¿Son ustedes Wise y DeMarco? —preguntó el hombre.

      —Lo somos —dijo Kate, adelantándose y mostrando su identificación—. ¿Quién eres tú?

      —Palmetto, del Departamento de la Policía Estatal de Virginia. Criminalística. Hace unas horas recibí una llamada en la que me dijeron que ustedes dos se harían cargo del caso. Supuse que bien podía estar aquí para pasarles lo que tengo. Que, en todo caso, no es mucho.

      Palmetto le dio una última chupada a su cigarrillo y lo echó al suelo, apagándolo con su pie. —Los cuerpos obviamente han sido movidos y por doquier había muy poca evidencia. Pero entren de todas formas. Es... revelador.

      Palmetto hablaba con el tono ausente de emoción de un hombre que ha estado haciendo esto por un buen tiempo. Las llevó por el sendero de la casa que llevaba al porche. Cuando abrió la puerta y las hizo entrar, Kate pudo percibirlo: el olor de una escena de crimen donde mucha sangre había sido derramada. Había algo químico en ello, no solo el olor ferroso de la sangre, sino el reciente trajín y la gente con guantes de goma examinando la escena.

      Palmetto encendía cada lámpara a medida que se internaban en la casa —por el vestíbulo, el corredor, y en la sala de recibo. Bajo la brillante luz de las lámparas de techo, Kate vio el primer charco de sangre sobre el piso de madera. Y luego otro y otro.

      Palmetto las llevó hasta la parte delantera del sofá, señalando las manchas de sangre como un hombre que simplemente estuviera confirmando el hecho de que el agua es de hecho húmeda.

      —Los cuerpos estaban aquí, uno en el sofá y el otro en el piso. Parece que mataron primero a la madre, probablemente con el corte en el cuello, aunque uno pareció aterrizar muy cerca de su corazón, pero desde atrás. Tenemos la teoría de que hubo una lucha con el padre. Hay golpes en sus antebrazos, sangre saliendo de su boca, y la mesa de café había sido ladeada.

      —¿Alguna idea preliminar sobre cuánto tiempo pasó entre los asesinatos y que la hija los descubrieran? —preguntó Kate.

      —No más de un día —contestó Palmetto—, y es más probable que sean entre doce y dieciséis horas. Estoy seguro de que el médico forense tendrá algo un poco más concreto en el transcurso del día de hoy.

      —¿Alguna otra cosa a destacar? —preguntó DeMarco.

      —Sí, de hecho. Es una pieza de evidencia... una sola pieza —buscó en el bolsillo interno de su delgada chaqueta y sacó una pequeña bolsa de evidencia—. Conserve esto. Pedí permiso, así que no se asusten. Supuse que la querrían. Es la única evidencia que encontramos, pero es bastante desconcertante.

      Le extendió la pequeña bolsa transparente a Kate. Ella la tomó y miró el contenido. Hasta donde podía ver, era un simple pedazo de tela, de unos seis por tres pulgadas. Era grueso, de color azul, y de una textura esponjosa. El lado derecho en su totalidad estaba manchado de sangre.

      —¿Dónde lo encontraron? —preguntó Kate.

      —Dentro de la boca de la madre. Lo empujaron hacia atrás, casi hasta la garganta.

      Kate lo levantó para verlo bajo la luz —¿Alguna idea de dónde vino? —preguntó.

      —No tengo idea. Parece un retal cualquiera.

      Pero Kate no estaba tan segura. De hecho, su intuición de abuela comenzó a ponerse al frente. Esto no era un pedazo de tela al azar. No… era suave, era azul claro, y lucía bastante esponjoso.

      Esto era parte de una manta. Quizás de una frazada de seguridad de un niño.

      —¿Nos tiene otra evidencia sorpresa? —preguntó DeMarco.

      —No, eso está fuera de mi alcance —dijo Palmetto, dirigiéndose ya a la puerta—. Si ustedes señoras necesitan alguna ayuda a partir de ahora, siéntanse libres de hacer una llamada al Departamento de Policía Estatal.

      Kate y DeMarco intercambiaron una mirada de enfado a espaldas de él. Sin tener que decir nada, cada una sabía que el término ustedes señoras había molestado a la otra.