Блейк Пирс

Un Rastro de Muerte


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mantuvo su expresión neutral a pesar del súbito incremento en su presión arterial.

      —¿Sabe alguien quién tiene una van negra?

      —Nadie.

      Keri caminaba ya de prisa por el pasillo. Mia Penn trató desesperadamente de mantener el paso.

      —Mia, necesito que llames al teléfono de los detectives en la estación, el número con el que me conseguiste. Dile a quienquiera que te atienda, probablemente un hombre llamado Suarez, que te he pedido que llames. Dale la descripción física de Ashley y díle cómo iba vestida. Dale también los nombres y la información de contacto de cada uno de los que me mencionaste: Thelma, Miranda, el novio Denton Rivers, todos ellos. Dile entonces que me llame.

      —¿Por qué necesitas toda esa información?

      —Vamos a tener que entrevistarlos a todos.

      —Estás empezando a asustarme de verdad. ¿Esto es malo, no es así? —preguntó Mia.

      —Probablemente no. Pero mejor asegurarnos que lamentarnos.

      —¿Qué puedo hacer?

      —Necesito que permanezcas aquí en caso de que Ashley llame o aparezca.

      Terminaron de bajar. Keri miró en derredor.

      —¿Dónde está tu marido?

      —Lo llamaron del trabajo.

      Keri se mordió la lengua y se dirigió a la puerta principal.

      —¿Adónde vas? —le gritó Mia.

      Por encima de su hombro Keri respondió:

      —Voy a encontrar a tu hija.

      CAPÍTULO TRES

      Lunes

      Al atardecer

      Afuera, mientras se daba prisa por regresar al auto, Keri trató de ignorar el calor que se levantaba de la acera. En apenas un minuto, su frente mostró perlas de sudor. Mientras marcaba el número de Ray, se reprendía sí misma.

      Aquí estoy, fastidiándome la vida a seis cuadras del Océano Pacífico y en pleno mes de septiembre. ¿Adónde me llevará esto?’

      Después de seis repiques, Ray finalmente contestó.

      —¿Qué? —preguntó, su voz sonaba tensa y molesta.

      —Necesito que nos encontremos en Main, en el cruce con la Secundaria West Venice.

      —¿Cuándo?

      —Ahora, Raymond.

      —Espera un segundo —podía escucharlo moviéndose de un lado a otro y musitando por lo bajo. No sonaba como si estuviera solo. Cuando volvió a comunicarse, a ella le dio la impresión de que había cambiado de habitación.

      —Estaba ocupado en otra cosa.

      —Bueno, pues desengánchate, Detective. Tenemos un caso.

      —¿Es este asunto de Venice? —preguntó él, claramente exasperado.

      —Lo es. Y podrías por favor dejar ese tono. Claro, a menos que pienses que la desaparición en una van negra de la hija de un senador de los Estados Unidos, no es algo que valga la pena revisar.

      —Jesús. ¿Por qué la madre no mencionó esa cosa del senador cuando habló por teléfono?

      —Porque él le pidió que no lo hiciera. Él se empeñó en quitarle importancia, se empeñó incluso más que tú. Espera un segundo.

      Keri había llegado hasta su auto. Puso el altavoz del teléfono, lo lanzó al asiento del pasajero, y se subió. Mientras arrancaba, le dio el resto de los detalles: la falsa identificación, el casquillo de proyectil, la chica que vio a Ashley subirse a la van—posiblemente en contra de su voluntad—, el plan para coordinar las entrevistas. Cuando estaba finalizando, su teléfono emitió un bip y ella miró la pantalla.

      —Me está entrando una llamada de Suárez. Quiero darle los detalles. ¿De acuerdo? ¿Ya te desenganchaste?

      —Ahora mismo me estoy subiendo al auto —contestó él, haciendo caso omiso a la indirecta—. Puedo estar allí en quince minutos.

      —Espero que le hayas ofrecido mis disculpas, quienquiera que haya sido ella —dijo Keri, incapaz de no sonar sarcástica.

      —Ella no era el tipo de chica que necesite disculpas —replicó Ray.

      —¿Por qué no estoy sorprendida?

      Pasó a atender la otra llamada sin decir adios.

      *

      Quince minutos más tarde, Keri y Ray caminaban por el tramo de Main Street donde Ashley Penn pudo o no haber sido raptada. No había nada que obviamente se saliera de lo ordinario. El parque canino cercano a la calle estaba animado con alegres ladridos y dueños que llamaban a sus mascotas con nombres como Hoover, Speck, Conrad, y Dalila.

      Ricos y bohemios dueños de perros. Ah, Venice.

      Keri trató de sacar de su cabeza los pensamientos extraños y enfocarse. No parecía haber mucho que llevara a algún lado. Ray a las claras sentía lo mismo.

      —¿Es posible que ella simplemente despegara o se escapara? —aventuró él.

      —No lo estoy descartando —replicó Keri—. Ella definitivamente no es la inocente princesita que su mamá cree que es.

      —Nunca lo son.

      —Sea lo que sea lo que le haya pasado, es posible que ella haya jugado un papel en ello. Mientras más profundicemos en su vida, más sabremos. Necesitamos hablar con gente que no nos de la versión oficial. Como ese senador. No sé qué pasa con él, pero definitivamente le incomodaba que yo estuviera investigando su vida.

      —¿Alguna idea de por qué?

      —Todavía no, más allá de una fuerte sensación de que él oculta algo. Nunca he conocido a un padre tan indiferente ante la desaparición de su hijo. Estuvo contando historias de borracheras con cerveza a los quince. Lucía forzado.

      Ray se estremeció visiblemente.

      —Me alegra que no lo hayas censurado por eso —dijo—. La última cosa que necesitas es un enemigo con la palabra Senador delante de su nombre.

      —No me importa.

      —Bueno, pues debe importarte —dijo él—. Unas pocas palabras de él a Beecher o Hillman, y eres historia.

      —Soy historia desde hace cinco años.

      —Vamos...

      —Sabes que es verdad.

      —No empieces —dijo Ray.

      Keri vaciló, le dirigió una mirada, luego volteó hacia el parque canino. A unos metros de ellos, un pequeño y peludo cachorro de color marrón se revolcaba feliz en el suelo.

      —¿Quieres saber algo que nunca te dije? —preguntó ella.

      —No estoy seguro.

      —Después, de lo que pasó, tú sabes...

      —¿Evie?

      Keri sintió su corazón oprimido al oír el nombre de su hija.

      —Correcto. Hubo un tiempo justo despuès de lo que sucedió, cuando estuve como loca tratando de quedar embarazada. Pasó durante dos o tres meses.. Stephen no lo pudo soportar.

      Ray no dijo nada. Ella continuó.

      —Entonces me levanté una mañana y me odié a mí misma. Me sentía como alguien que perdió un perro y fue al depósito a buscar un reemplazo. Me sentí como una cobarde, como lo que había estado siendo, en lugar de enfocarme donde debía. Estaba