Блейк Пирс

Un Rastro de Muerte


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sé dónde o cómo, pero lo está.

      Él apretó su mano

      —Lo sé.

      —Tiene trece ahora.

      —Lo sé.

      Caminaron el resto de la cuadra en silencio. Cuando llegaron a la intersección con la Avenida Westminster, Ray finalmente habló.

      —Escucha —dijo, en un tono que indicaba que volvía a enfocarse en el caso—, podemos seguir cada pista que surja. Pero esta es la hija de un senador. Y si ella no se fue solo de juerga, los de arriba se harán cargo de esto. En poco tiempo los Federales se involucrarán. Los mandos allá en el centro lo querrán también. Para mañana a las nueve, a ti y a mí nos habrán arrojado a la acera.

      Era probablemente cierto pero a Keri no le importaba. Se las vería con la mañana siguiente, a la mañana siguiente. Ahora mismo tenían un caso en el cual trabajar.

      Ella suspiró profundamente y cerró sus ojos. Después de ser su pareja por un año, Ray había aprendido a no interrumpirla cuando estaba tratando de captar algo de la zona.

      Después de cerca de treinta segundos, abrió los ojos y miró en derredor. Al cabo de un instante, apuntó a un negocio al otro lado de la intersección.

      —Por allá —dijo ella y comenzó a caminar.

      Este tramo de Venice, desde norte del Boulevard Washington hasta la Avenida Rose, era una extraña encrucijada de humanidad. Estaban las mansiones de los Canales Venice al sur, las sofisticadas tiendas del Boulevard Abbot Kinney directamente hacia el este, el sector comercial al norte, y la desaliñada sección de los surfistas y patinadores a lo largo de la playa.

      Pero a lo largo y ancho de toda el área había pandillas. Eran más conspicuas de noche, especialmente cerca de la costa. Pero la División Pacífico del Departamento de Policía de Los Ángeles estaba rastreando a catorce pandillas activas en Venice y sus alrededores, de las cuales, al menos cinco consideraban el punto donde Keri estaba parada parte de su territorio. Había una pandilla negra, dos hispanas, una de moteros y supremacistas blancos, y otra compuesta principalmente por surfistas que traficaban con arma y drogas. Todas ellas coexistían a su pesar en las mismas calles, junto a milenials asiduos a los bares, prostitutas, turistas boquiabiertos, veteranos sin hogar, y residentes de camisetas desteñidas y dieta de granola.

      Como resultado de lo anterior, los negocios en el área abarcaban todo el espectro, desde antros de tendencia urbana y salones de tatuaje, a dispensarios de marihuana medicinal y oficinas de prestamistas, como la del local delante del cual Keri se hallaba parada.

      Estaba ubicada en el segundo piso de un edificio recién restaurado, arriba de un bar de jugos naturales.

      —Observa eso —dijo ella. Encima de la puerta del frente, había un letrero que rezaba Briggs Bail Bonds.

      —¿Qué hay con ello? —dijo Ray.

      —Mira encima del letrero, arriba de ‘Bail’.

      Ray lo hizo. Confuso al principio, entornó entonces su ojo bueno y vio una pequeña cámara de seguridad. Miró la dirección hacia la que apuntaba la cámara. Estaba enfocada en la intersección. Más allá estaba el tramo de Main Street cerca del parque canino, donde Ashley supuestamente había ingresado a una van.

      —Buena observación —dijo él.

      Keri retrocedió y estudió el área. Estaba más activa ahora de lo había estado hacía unas horas. Pero esta no era exactamente un área tranquila.

      —Si tú fueras a secuestrar a alguien, ¿sería aquí donde lo harías?

      Ray meneó su cabeza.

      —¿Yo? No, soy más un tipo de callejón.

      —Entonces, ¿qué tipo de persona es tan descarada como para llevarse a alguien a plena luz del día, y cerca de una intersección con mucho tráfico?

      —Averigüémoslo —dijo Ray, dirigiéndose a la puerta.

      Subieron por la estrecha escalera hasta el segundo piso. La puerta de Briggs Bail Bonds estaba abierta. Justo a la entrada, a la derecha, un hombre grande con una panza aún más grande estaba echado en una silla reclinable, hojeando un ejemplar de Guns & Ammo.

      Levantó la vista cuando Keri y Ray entraron, decidió rápidamente que no eran una amenaza, y volteó hacia el fondo de la habitación. Un hombre de pelo largo y barba incipiente sentado detrás de un escritorio les hizo señas de que pasaran adelante. Keri y Ray tomaron asiento enfrente del escritorio del hombre y esperaron pacientemente mientras hablaba con un cliente. El asunto no era el diez por ciento de inicial, sino la garantía para el monto total. Necesitaba la garantía de una casa, o la posesión de un auto con un título en regla, algo así.

      Keri podía escuchar a la persona en el otro lado de la línea suplicando, pero el tipo de pelo largo no se conmovió.

      Treinta segundos más tarde colgó y se enfocó en las dos personas que estaban enfrente de él.

      —Stu Briggs —dijo—, ¿qué puedo hacer por ustedes, Detectives?

      Nadie había mostrado su placa. Keri estaba impresionada.

      Antes de que pudieran responder el hombre miró más detenidamente a Ray, y entonces casi gritó.

      —Ray Sands, ¡Sandman! Yo ví tu última pelea, aquella con el zurdo, ¿cuál era su nombre?

      —Lenny Jack.

      —Cierto, cierto, sí, eso es, Lenny Jack, Jack al Ataque. ¿Perdió un dedo o algo así, no? ¿Un meñique?

      —Eso fue después.

      —Sí, bueno, meñique o no, pensé que lo tenías, realmente, sus piernas eran de goma, su cara una masa sanguinolenta. No podía consigo mismo. Un golpe más, era todo lo que necesitabas, uno más. Diablos, medio puñetazo hubiera sido suficiente. Probablemente pudiste haberle pegado de cualquier manera y hubiera caído

      —Eso es lo que yo también pensé —admitió Ray—. Ahora que lo recuerdo, pienso que eso fue lo que me hizo bajar la guardia. Aparentemente él tenía una izquierda de la que no le había hablado a nadie.

      El hombre se encogió de hombros.

      —Aparentemente . Perdí dinero en esa pelea —pareció darse cuenta que su pérdida no era tan grande como la de Ray, y añadió—. Quiero decir no tanto así. No se compara contigo. No se ve tan mal el ojo. Sé que es falso porque conozco la historia. No creo que la mayoría de la gente pueda darse cuenta.

      Hubo un largo silencio mientras él aguantaba la respiración y Ray dejaba que se revolviera incómodo. Stu lo intentó de nuevo.

      —¿Así que ahora eres un policía? ¿Por qué está Sandman sentado enfrente de mi escritorio con esta bonita oficial, perdón, bonita y pacífica oficial?

      A Keri no le gustó la condescendencia, pero la dejó pasar. Tenían prioridades más importantes.

      —Necesitamos mirar lo grabado por tu cámara de seguridad el día de hoy —dijo Ray—. Específicamente desde las dos cuarenta y cinco a las cuatro PM.

      —No hay problema —contestó Stu como si recibiera este tipo de solicitud todos los días.

      La cámara de seguridad estaba operativa, algo necesario, dada la clientela del establecimiento. No transmitía en vivo a un monitor, pero estaba conectada a un disco duro, donde se almacenaba la grabación. Los lentes eran de ángulo ancho y captaban toda la intersección de Main y Westminster. La calidad del video era excepcional.

      En un cuarto trasero, Keri y Ray miraron la grabación en un monitor de escritorio. La sección de Main Street enfrente del parque canino era visible hasta la mitad de la cuadra. Solo podían esperar que cualquier cosa sucedida hubiese tenido lugar en ese tramo del camino.

      Nada de relieve sucedió hasta cerca de las 3:05. Era la salida de la escuela, a juzgar por los chicos que comenzaban