veces su sosiego, su vida y hasta su deber. Desde la noble emulación que inspira al héroe en el campo de batalla y al sabio en su gabinete, al bestial arrojo del torero, y el artificio costoso de la coqueta elegante, hay un mundo de esenciales diferencias, pero se nota un factor común, el deseo de distinguirse; es tan fuerte este deseo, que anima al hombre en las circunstancias más varias de la vida; sofoca el ¡ay! del enfermo que siente penetrar en sus carnes el cuchillo de amputación, y la voz de la conciencia de la mujer de moda se mezcla á los motivos nobles del hombre virtuoso y á los viles del criminal. Seguramente hay servidores, y aun mártires, de la religión, de la ciencia y de la humanidad, en quienes no influye el deseo de distinguirse y hacer que su nombre no se confunda con los otros, pero son excepciones; la regla general es que el individuo, siempre que puede, procura hacerse notable por alguna cosa; que si halla grados establecidos procura colocarse en los superiores, y que sólo los que están en el último piden nivelación. Hay, pues, que tener presente el hecho de que en lo íntimo de la naturaleza humana existe un impulso antagónico á la igualdad: el deseo de distinguirse.
Siendo el hombre un compuesto complicadísimo de elementos que se combinan de diversos modos, no es cosa sencilla y fácil de estudiar la igualdad: puede referirse á la fuerza, á la belleza física, á la resistencia para el trabajo, la fatiga, el dolor, y contra las causas que alteran la salud; á la nobleza ó vileza de carácter, á su entereza ó debilidad, á la actividad ó apatía, al cumplimiento ú olvido del deber, al egoísmo ó la abnegación, y, en fin, á las varias facultades intelectuales. Las aptitudes diversas, las variaciones combinadas de diverso modo, dan lugar á diferencias infinitas en lo físico, en lo moral, en lo intelectual. La igualdad y la desigualdad están constituídas por un gran número de igualdades y desigualdades que modifican y son modificadas: así como del mismo peso ó estatura de dos hombres no se puede inferir su igualdad física, porque uno puede ser feo ó enfermo, otro bello y hermoso, tampoco por ninguna cualidad moral ó aptitud de la inteligencia se puede saber si será igual á otro que tenga aquella misma aptitud ó cualidad. Y como esto sucede, no sólo al comparar un individuo con otro, sino todos entre sí; como hay que ir reconociendo diferencias y combinaciones de ellas para conocer igualdades, este conocimiento es muy difícil, y muy común, careciendo de él, resolver como si se tuviera. El que habla resueltamente de igualdad, ¿puede responder siempre á esta pregunta? ¿De qué igualdad se trata? No; y la física, la moral y la intelectual constituyen clases muy diferentes, y dentro de ellas, variedades infinitas. Sólo clasificando estas diferentes especies de igualdad pueden conocerse, y sólo conociéndolas negar y concederse con razón.
Siendo los elementos de la igualdad físicos, morales é intelectuales, hay que tenerlos todos presentes para establecerla; si se prescinde de ellos, la igualdad es una palabra, un abuso de la fuerza, la ilusión que desaparece ó el rodillo que nivela aplastando lo que sobresale, jamás el equilibrio de una armonía duradera.
La igualdad tiene, sin duda, profundas raíces en el corazón humano; pero además de que halla otros espontáneos impulsos igualmente arraigados que la contrarían, ninguna planta vive por la raíz sola: no basta decir que una aspiración es natural para que sea realizable; al contrario, el hombre está lleno de aspiraciones que rara vez ó nunca realiza. No creemos que sean inútiles; pero no es éste el lugar de discutir cómo pueden utilizarse, sino de consignar que las aspiraciones no son, ni profecías, ni oráculos, sino impulsos que es necesario enfrenar, ó cuando menos dirigir. Para apreciar los grados de realidad que pueden tener las aspiraciones, cierto que ha de tenerse en cuenta la naturaleza humana, pero cuidando de distinguir que hay inmensas diferencias entre el natural de un salvaje, de un bárbaro ó de un hombre civilizado, y aun dentro de la civilización, según sus grados, tendencias y lugar que en ella se ocupa, entre unos hombres y otros; de modo que, cuando se habla de conformarse á las aspiraciones naturales, es necesario investigar cuáles son, porque el natural varía.
Aun cuando la igualdad sea aspiración legítima y realizable, no puede prescindir del principio no hay derecho contra el derecho, ni afirmar que el suyo es el más sagrado, que no tiene límites fijos, que su uso no está sujeto al abuso, y, en fin, que puede sustituirse con una maza la balanza de la justicia. Pero desde que la igualdad es derecho, es sagrado como cualquier otro, indestructible como todos; y siendo preciado como pocos, y haciendo como ninguno fácil la alianza de la razón y las pasiones, negarle es tan imprudente como injusto.
De todo lo cual se infiere que la igualdad es un problema social de los más complicados y difíciles de resolver.
CAPÍTULO II.
DE LA IGUALDAD, DE LA IDENTIDAD, DE LA SEMEJANZA Y DE LA EQUIVALENCIA.
La igualdad sin diferencia alguna entre las personas, sabido es que no existe, y aun las cosas que no acertamos á distinguir no son idénticas. Si lo parecen las hojas de un árbol ó las arenas del mar, es porque no las observamos bien, ó porque no tenemos medios adecuados de observación: á medida que ésta se perfecciona más, halla más diferencias; tanto, que conocer es distinguir. Nos parecen iguales las ovejas de un rebaño que el pastor no confunde, y dos gotas de agua que ponemos como ejemplo de cosas idénticas, con el auxilio del microscopio se ve que no lo son.
Si la igualdad entre los hombres no es, no puede ser la identidad, resultará, pues, de cierto grado de semejanza. Pero ¿qué grados de semejanza bastan para constituir la igualdad? ¿Cómo se miden estos grados? Hé aquí dos preguntas que es preciso hacer y difícil contestar. Por difícil que sea hay que contestarlas, porque ya se conceda la igualdad ó se niegue, necesario es razonar la concesión ó la negativa: reflexionemos, pues, sobre el asunto.
Hay que poner ruedas á un vagón, y han de ser iguales. ¿Qué necesitamos para decir que lo son? No que sean idénticas, sino que su semejanza sea bastante para resistir igualmente por cierto tiempo, para que se adapten á la vía de un modo análogo, no tengan demasiado rozamiento al rodar por ella, no descarrilen en las circunstancias normales, y no produzcan movimientos violentos y grandes desniveles en los carruajes.
Necesitamos una balanza: los brazos, los platillos, han de ser iguales. ¿Cuándo decimos que lo son? Cuando tienen la suficiente semejanza para que los pesos que hacemos con ella tengan la necesaria exactitud. Según tengamos que pesar patatas, oro ó gases, exigiremos entre las partes simétricas del aparato más igualdad, grados de semejanza proporcionados á los de exactitud que deseamos en el peso.
Necesitamos varios aparatos para elevar agua, iguales, y decimos que lo son cuando los cuerpos de bomba y los émbolos tienen bastante semejanza para efectuar próximamente el mismo trabajo.
Construímos una escalera con peldaños, que tenemos por iguales si á la vista lo parecen, asemejándose bastante para que al andar por ella no se tenga la molestia que resultaría de su mucha desigualdad.
Podrían multiplicarse los ejemplos, resultando siempre que en las obras materiales se llama igualdad cierto grado de semejanza.
Debe observarse, además, que tácita ó expresamente se prescinde, al calificar de iguales las cosas, de diferencias que, aun cuando grandes, no influyen de una manera apreciable en su utilidad para el servicio que han de prestar. Así, decimos que dos bombas son iguales si tienen las mismas dimensiones y efectúan el mismo trabajo, aunque estén pintadas de un color diferente.
Si de las obras pasamos á los operarios, observaremos que éstos se califican también de iguales cuando sus productos se asemejan lo bastante para ser igualmente útiles. Llamamos iguales á dos zapateros que nos hacen por el mismo dinero botas que no difieren de un modo apreciable en apariencia y servicio.
Pero en cuanto pasamos de la obra al obrero, surgen multitud de elementos que hacen el problema complicado, de sencillo que era. En la balanza podíamos prescindir de todas las diferencias que no influyesen para la exactitud del peso; en el zapatero no podemos prescindir de todas las que no se refieran á la hechura de las botas. Puede ser un hombre que padece una enfermedad contagiosa transmisible por el calzado que manipula; un tramposo que