Concepción Arenal de García Carrasco

La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad


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que entra en ella para combinar, con otros malvados, el modo de asaltarla. ¿Puede parecemos igual al que está sano de cuerpo y es exacto en sus cuentas y honrado en sus procederes? Seguramente que no.

      Si en vez de calzar se trata de enseñar á un hijo, todavía notaremos más diferencias importantes entre dos maestros iguales respecto á ciencia, y habilidad y celo en transmitirla. No nos basta ya que no sean tramposos, ni cometan ninguna acción penada por la ley; necesitamos que sus maneras sean cultas, su lenguaje decoroso, su proceder digno, su conducta intachable, á fin de que no dé mal ejemplo, haciendo más daño con su obra inmoral que provecho con su obra científica: en este caso la igualdad necesita mucho mayor número de semejanzas. Estas han de ser más para que haya igualdad entre dos amigos.

      Podemos decir (y con exactitud muchas veces) que nos son iguales dos operarios que trabajan del mismo modo; mas para afirmar la misma igualdad en dos personas que aspiran á la mano de una hija, ¡cuánto mayor número de semejanzas no necesitamos! La comparación se extiende entonces á lo físico, á lo moral, á lo intelectual. Edad, robustez, belleza, costumbres, ideas, carácter, aptitud, posición social, todo lo comparamos, observando analogías y diferencias, inconvenientes y ventajas, perjuicios y compensaciones; son aquí tantas las semejanzas que se necesitan para establecer la igualdad, que será muy raro que un padre, aun obrando con fría razón y recta conciencia, sin dejarse llevar de simpatías ciegas, ni vanidades locas, piense que es igual un hombre á otro para marido de su hija.

      Se ve que en las relaciones de los hombres, aun las más sencillas y del orden físico, aun para la obra más mecánica, la igualdad que se establece no es puramente material; y se ve también que entran en ella más elementos físicos, morales é intelectuales, á medida que la relación se establece en más amplia esfera, aumentando entonces el número de semejanzas necesarias para constituir igualdad.

      Parece, pues, bastante claro que al contestar á la pregunta: ¿Qué grados de semejanza se necesitan para establecer la igualdad?, no podemos referirnos á escala y números fijos, ni aplicar la misma regla comparando balanzas y escaleras, que hombres, ni éstos lo mismo si se trata de hacer calzado ó la felicidad de las personas que amamos.

      De todo lo cual se infiere que igualdad es aquel grado de semejanza NECESARIA para el fin á que se destinan las cosas ó personas que se comparan. Ya sacaremos las consecuencias de este principio, á nuestro parecer muy importante.

      ¿Qué es equivalencia? La etimología de la palabra lo indica: equivalente es lo que vale igual. La igualdad aquí se refiere, no á la naturaleza de la cosa comparada, sino al aprecio que de ella se hace, al valor que tiene. Una moneda de oro, una medida de trigo, una pieza de paño, un pedazo de hierro, cosas son que se parecen muy poco entre sí, y, no obstante, pueden ser equivalentes, cambiarse unas por otras, y tomarse indistintamente como pago de una deuda. La equivalencia de las personas se establece según condiciones que varían mucho más que respecto á las cosas: las circunstancias, los errores, las pasiones, la abnegación, el egoísmo, el vicio, la virtud, el crimen, la inocencia, todo contribuye á que una persona sea tenida en poco ó en mucho, y á que se considere que vale más, menos ó lo mismo que otra con quien se la compara.

      Menos fuerza muscular puede suplirse con mayor destreza; una cualidad moral, una aptitud intelectual con otra ó con mayor perseverancia en el trabajo y constancia para el bien. Aunque no se suplan las disposiciones ó las obras, pueden éstas tener un valor igual y ser equivalentes. Un albañil y un cantero no se suplen, ni un cantante y un director de orquesta; pero siendo igualmente necesarios éstos para ejecutar una ópera y aquéllos para hacer una casa, dadas ciertas circunstancias su trabajo podrá tener un valor igual, y sus servicios considerarse como equivalentes. Un médico y un abogado no se suplen en lo relativo á su profesión, pero los servicios que prestan, aunque muy diversos, pueden valer lo mismo. La muerte del que la arrostra voluntariamente por la patria en el campo de batalla, ó por la humanidad en una epidemia, con ser muy distintas son igualmente heroicas. Hay equivalencias en el arte y en la industria, en lo intelectual y en lo moral, en todo.

      Pero estas equivalencias, ¿qué grados de analogías necesitan? Aquí empieza la gran dificultad; porque un valor, cualquiera que sea, es cosa relativa á los medios, necesidades é ideas de quien le calcula y determina, y dos cosas análogas y equivalentes para uno, para otro no tienen analogía, ni pueden ser comparadas, ó si lo son es para apreciarlas de muy diferente modo. El entusiasta por la música y el que la considera como un ruido menos desagradable que otros; el aficionado á toros y el que detesta esta diversión, ¿podrán ponerse de acuerdo sobre la equivalencia de los servicios que presta un torero y un cantante? El que llama sueños á las especulaciones filosóficas, y el que cree no hay elevación ni dignidad sino en ellas; el que no considera como verdadero trabajo sino al manual, y el que le califica de degradante, ¿podrán convenir en la equivalencia de la obra de un filósofo y de un picapedrero?

      Es un gran auxiliar de la igualdad la equivalencia; por medio de ella pueden ponerse al mismo nivel social los que tienen aptitudes, méritos, posiciones diferentes, estableciendo compensaciones armónicas y durables en vez de esas especies de rodillos que quieren pasarse por la sociedad como por las carreteras para igualar por presión, aplastando todo lo que sobresale. El que observa la variedad de aptitudes que especifica y aumenta la división de trabajo, y duda tal vez de poder hallar bastantes semejanzas para establecer la igualdad, ve un modo de suplir á la semejanza con la equivalencia, y se apresura á señalarla como poderoso elemento de equilibrio estable. Y como el ánimo al discurrir sobre los grandes problemas sociales es raro que no esté inquieto; como el asunto es carne viva que palpita, que siente, que sufre; como estas palpitaciones y estos sufrimientos se comunican al que los estudia con deseo de calmarlos, cuando se halla ó se cree hallar un calmante, es difícil que al desear su eficacia no se exagere.

      Fácil es, por tanto, caer en exageración al graduar lo que al equilibrio social puede contribuir la equivalencia; mas sin considerarla como una panacea, parécenos que puede calificarse de remedio en algunos casos, y siempre de elemento armónico de razonable igualdad. Al congratularse de que exista, y al contar con él, hay que precaverse de exagerar su poder, y, sobre todo, de no imaginar que es independiente. La equivalencia puede penetrar muy adentro en el organismo social, pero no influir sin ser influída, y sin un previo, largo y difícil trabajo para calmar pasiones, desvanecer errores, satisfacer intereses y hacer concurrir al bien elementos cuyas armonías no se sospechan al ver sus aparentes antagonismos.

      Pero si parece indudable que la equivalencia puede contribuir de un modo eficaz á establecer la igualdad, tampoco tiene duda que su cooperación ofrece dificultades cuya magnitud conviene apreciar bien, para que no se conviertan en insuperables obstáculos. Por una parte, si pueden ponerse al mismo nivel, no sólo los que son iguales, sino también aquellos que valen igualmente, claro es que aumenta el número de personas que se igualaron, socialmente consideradas; pero este aumento requiere condiciones difíciles, es más dificultoso determinar equivalencias que igualdades. Comparar dos médicos entre sí, un médico con un naturalista ó un abogado, un poeta con un piloto, un ingeniero con un albañil, un artista con un artesano, ofrece dificultades crecientes á medida de las diferencias: ya no se buscan semejanzas que se llaman igualdades, hay que observar analogías para determinar equivalencias. Este trabajo se ve claramente es mucho más delicado y difícil, aunque se hiciera con toda calma, despreocupación y justicia; pero suele faltar esta justicia, esta despreocupación, esta calma, y suele medirse el valor de las diferentes clases como miden la temperatura los que no tienen termómetro, y según sienten calor ó frío, dicen que una casa está fría ó caliente. ¿Qué escala, qué regla hay para graduar las equivalencias sociales? Si no nos pagamos de palabras y de apariencias, veremos que no existen reglas fijas; y reflexionando sobre el caso, notaremos que las escalas es inevitable que sean variables con las ideas, las pasiones, las necesidades y la manera de ser de los que las forman. El pueblo guerrero y descreído no puede conceder equivalencia entre el combatiente impávido y el piadoso sacerdote; el ignorante y vicioso, entre el sabio que le quiere instruir y el cómico, el cantante ó el torero que le divierten: donde se cree en la diferencia real de las castas y de las clases, no hay equivalencia posible entre los que figuran en las primeras y los que pertenecen á las últimas. Cada cambio