Concepción Arenal de García Carrasco

La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad


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en su fuerza física, en su robustez, en su belleza y en su inteligencia.

      Los elementos intelectuales y físicos que fatalmente parecen establecer una inevitable desigualdad, están neutralizados por el elemento moral que no pasa un nivel ciego aplastando lo que sobresale, sino que ordena justas compensaciones, suprime naturales desigualdades y establece otras que son consecuencia de una voluntad firme ó débil, torcida ó recta, y parecen premios merecidos y castigos justos.

      Así, pues, aquella desigualdad congénita que parecía tan grande y tan fatal, observada de cerca no es tan fatal, ni tan grande; porque además de ser en parte necesaria para la armonía social, en parte está condicionada moralmente: no es el destino ciego que eleva ó rebaja, sino una ley en virtud de la cual pueden descender ó sobresalir, según quieran emplear bien ó mal las facultades recibidas.

      Esto no es decir que siempre suceda así, ni que muchas veces no suceda lo contrario. Hay organizaciones tan débiles que el régimen más severo no fortifica; deformidades cuya fealdad no puede dejar de ser repulsiva; entendimientos tan cortos que no logra poner al nivel común el trabajo más perseverante; y dolores terribles de noble origen que contraen el rostro y le desfiguran: la voluntad, que basta siempre para ser bueno, no en todas ocasiones tiene poder bastante contra un físico enfermizo ó desagradable ó una inteligencia muy limitada. Es innegable, pues, que hay desigualdades congénitas inevitables, dichosas para unos, desdichadas para otros; hay misterio en esta desigualdad original: este es un hecho; pero no debe exagerarse su importancia, ni darle más alcance del que tiene, ni dejar de ver, al lado del elemento fatal de la desigualdad, un correctivo en la voluntad del hombre y su libre albedrío, que condiciona moralmente inconvenientes y ventajas que parecían haberse recibido sin condición alguna.

      Así, pues, al estudiar la desigualdad la vemos desde su origen resultar de las diferencias congénitas de los hombres, fatales para ellos, pero condicionadas por el elemento voluntario de la voluntad libre. Y esto es tan cierto, tan esencial de la naturaleza humana, que en las hordas salvajes, en los pueblos bárbaros, en las naciones civilizadas, donde quiera que estudiemos la igualdad, veremos siempre el fatalismo modificado, neutralizado ó vencido por el elemento moral, que en ningún caso deja de ejercer grande influencia en el modo de establecer las jerarquías sociales ó de suprimirlas. La pasión ó el espíritu de secta ó de escuela, ni el delirio de las iras populares, no son los que nos dan niveladores tan ciegos é insensatos como ellos, sino que la naturaleza humana, y á nuestro parecer la voluntad divina, nos ofrece compensaciones para las diferencias y medios de realizar la igualdad en el elemento moral, en la voluntad y libre albedrío del hombre.

      El origen de la desigualdad, en parte misteriosa, en parte de fácil explicación, fatal en alguna manera y hasta cierto punto consecuencia de la voluntad del hombre, está siempre en la naturaleza humana, y, por tanto, puede variar en sus grados y formas, pero no desaparecer.

      ¿Y la desigualdad aumenta ó disminuye con la civilización? ¿Sus progresos están en razón directa ó inversa de los del pueblo donde se estudia?

      Los primeros progresos de las sociedades deben ser desfavorables á la igualdad, y podrá favorecerla ó perjudicarla una civilización más adelantada, según circunstancias que varían casi al infinito: tal vez podría decirse, respecto á la cultura de los pueblos, que la igualdad está en los extremos, y en medio la desigualdad; pero si esto se estableciera como regla tendría demasiadas excepciones, que, bien estudiadas, pondrían de manifiesto la influencia del elemento moral que hemos señalado.

      La igualdad debe estar en su máximo grado en los pueblos salvajes. En lo físico, los débiles perecen al nacer ó en la infancia; hay un mínimum muy elevado de robustez y de fuerza indispensable para vivir: los que tienen menos sucumben; sólo pueden distinguirse los que tienen más. No viviendo los lisiados, enfermizos, enfermos ni deformes, disminuyen los elementos de la fealdad, y tampoco tiene muchos la hermosura en medio de una existencia materialmente tan penosa y con tan escasos recursos para embellecerse: esto no es decir que todos sean igualmente fuertes y bellos; pero están muy limitadas las diferencias físicas, y en su grado máximo la igualdad.

      En lo intelectual, la esfera de acción se halla también muy reducida: ni artes, ni ciencias, ni industria, ni comercio; ninguno de los infinitos medios que sirven para poner de manifiesto la diferencia de aptitudes y la superioridad de facultades. Más destreza, más astucia para la caza, mayor disposición para las empresas de la guerra, un poco más ó menos de arte para preservarse de la intemperie ó arrostrarla con menor peligro, son los únicos modos de diferenciarse por debajo ó sobre el nivel común.

      La esfera moral tiene también límites estrechos: son imposibles la mayor parte de los vicios de la civilización y las opuestas virtudes. No hay bebidas con que embriagarse; el trabajo, que es condición de vida, y el cansancio, que hace necesarias largas horas de reposo, disminuyen las del ocio. Lo rudo de la vida y la escasez de alimentos ponen límites á la incontinencia, y la general pobreza á los ataques á la propiedad: los de las personas tienen rara vez objeto, y siempre peligro, entre hombres á quienes pocas veces se puede robar, y que, fuertes y habituados al peligro, se defienden valerosamente. No habiendo apenas goces, la tentación de gozar no impulsa á apoderarse de lo ajeno; el egoísmo tiene carácter más negativo; las pasiones feroces apenas hallan freno, y es posible satisfacerlas igualmente sin reprobación, y antes con público aplauso. Son imposibles y no existe siquiera idea de la mayor parte de las virtudes, y apenas hay ni se concibe más que la fortaleza para sufrir el dolor y arrostrar la muerte. Este modo de ser como encadenado por las necesidades físicas, por la dificultad de satisfacerlas; esta limitación de ideas, han de dar cierta uniformidad á los afectos y á las determinaciones. Sin duda que desde luego serán diferentes; sin duda habrá personas mejores y peores, de carácter más débil y más firme, de voluntad más ó menos enérgica, más ó menos recta, más ó menos incontrastable; pero todas las diferencias se encerrarán en un círculo muy limitado. Los goces, como las privaciones, se parecen; el dolor y el placer tienen una generalidad uniforme, que difícilmente da lugar á la envidia ni á la compasión, al daño ni al consuelo: cuando unos tienen hambre ó frío, los otros padecen de frío y de hambre; cuando unos carecen de albergue, los otros no le hallan; cuando unos se ven en peligro, lo están los otros también. En aquel estado en que los hombres se ven obligados, por una necesidad absoluta, á tener un género de vida idéntico, no deben aparecer apenas las diferencias naturales que, cual semillas en terreno impropio para que germinen, desaparecen sin haberse desarrollado. Como Chateaubriand saludaba en el cementerio de aldea á los héroes sin victoria, en las tumbas de un pueblo primitivo podrían saludarse ambiciosos sin poder, filósofos sin ideas, poetas sin lira: en semejante estado social, la igualdad está en su grado máximo.

      Apenas el hombre trabaja con más perfección, de modo que no necesite estar trabajando siempre, aquella necesidad imperiosa ciegamente niveladora disminuye. El más hábil, el más previsor realiza algunas economías, tentación para el que no las tiene, recurso para el que por medio de ellas puede entregarse á un reposo fecundo. Aparecen el malhechor que se apodera de lo ajeno, el vicioso que se entrega á una brutal sensualidad, el que extasiado contempla los sublimes espectáculos de la Naturaleza, el que observa ó adivina las leyes del mundo físico, y el que desciende á lo íntimo de su sér, á su conciencia y á su corazón, para investigar las del mundo moral. Tan pronto como los hombres dejan de estar apremiados por necesidades imprescindibles é idénticas, empiezan á rebajarse los unos, á elevarse los otros. Uno contempla el cielo, observa los movimientos de los astros y es el primer astrónomo; otro quiere fertilizar la tierra, inventa un instrumento para removerla y es el primer mecánico; aquél entra en sí mismo, y se pregunta quién es y cómo es, observa la creación, busca al Creador y es el primer filósofo. A medida que los conocimientos se acumulan, se multiplican, se diferencian mayor número de facultades ó todas entran en actividad, y las desigualdades se marcan más cada vez. Hay sabios é ignorantes, héroes y criaturas viles, criminales y santos. La necesidad general del trabajo continuo é idéntico para no perecer de hambre, era como un punto céntrico del cual no era posible alejarse mucho; pero á medida que el pueblo se civiliza, el círculo se ensancha, los radios se multiplican y extienden, y los hombres que marchan en direcciones opuestas se alejan cada vez más.

      Pero