Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


Скачать книгу

de dolor, y Jack no pudo oír la respuesta de Victoria. Se le encogió el estómago al pensar que Shail había resultado herido, y estuvo a punto de levantarse e ir corriendo para ver cómo estaba. Pero reprimió el impulso. Seguro que Victoria lo curaría. Ella al menos era útil en aquel aspecto, al menos podía emplear la magia curativa, que siempre venía bien cuando no podían contar con Shail. En cambio, Jack no podía hacer nada. Absolutamente nada.

      La única cosa que destacaba en él eran aquellos extraños episodios piroquinéticos. Pero, dado que no conocía su origen ni sabía cómo controlarlos, no le servían para nada. Lo único que había conseguido con ellos había sido atraer la atención de Kirtash... con fatales consecuencias para sus padres.

      Se volvió sobre la cama, dando la espalda a la puerta. Estaba aprendiendo a pelear, pero, por mucho que se esforzase, jamás lograría superar a Alsan, y mucho menos a Kirtash. Los dos eran mayores que él. Y seguirían siéndolo siempre.

      En la habitación de Shail, la Resistencia estaba viviendo una crisis. Victoria hacía lo que podía para curar la espantosa herida que Shail presentaba en el vientre, pero su magia apenas lograba restaurar los bordes de la quemadura. Victoria estaba próxima al llanto y las manos le temblaban. Evitaba mirar el rostro de Shail, pero no necesitaba hacerlo para saber que estaba sufriendo y que su vida se apagaba poco a poco.

      Sintió la mano de Alsan sobre su hombro.

      —Tranquila –le dijo–. Puedes hacerlo.

      —No, Alsan, no puedo. No tengo bastante magia. Se va a morir...

      —Victoria –Alsan la obligó a mirarlo a los ojos–. No se va a morir, ¿de acuerdo? Concéntrate. Él cree en ti, y yo también.

      Victoria tragó saliva y asintió. Respiró hondo, intentando calmarse. Se volvió hacia su amigo y lo miró. Y entonces supo lo que tenía que hacer.

      —Tenemos que llevarlo al bosque –decidió–. Allí mi magia funcionará mejor.

      No sabía por qué estaba tan segura, pero decidió dejarse guiar por su instinto, y Alsan no discutió. Ambos cargaron de nuevo con Shail y lo sacaron de la habitación.

      Lo llevaron a duras penas fuera de la casa, y después hasta el bosque. Victoria lo depositó al pie de un enorme sauce que crecía junto al arroyo y respiró hondo. La magia de la vida vibraba en el aire, podía percibirla, y sintió que todos sus sentidos reaccionaban ante ella. Algo más tranquila, colocó las manos sobre la herida de Shail y trató de transmitirle toda aquella energía.

      Y entonces, lentamente, las quemaduras de Shail comenzaron a curarse. El organismo del joven hechicero absorbió la magia que irradiaban las manos de Victoria, se apropió de ella y la utilizó para regenerar los tejidos dañados. Poco a poco, la herida empezó a cerrarse.

      Por fin, cuando Shail respiró profundamente y abrió los ojos, Victoria se dejó caer a su lado, agotada. El joven, algo aturdido, la miró y sonrió.

      —Eh –murmuró–. ¿Lo has hecho tú? Victoria asintió, enormemente aliviada.

      —No podías morirte ahora –le respondió, con una sonrisa–. Aún tienes mucho que enseñarme.

      La sonrisa de Shail se hizo más amplia.

      —Claro que sí –susurró.

      Entonces, el mago cerró los ojos y se sumió en un profundo sueño.

      —Está bien –dijo Victoria antes de que Alsan comentara nada–. Esto es justo lo que tiene que hacer: descansar. Dormirá durante un par de días y, cuando se despierte, estará como nuevo.

      Los dos cargaron de nuevo con Shail para llevarlo de vuelta a casa. Victoria se dio cuenta entonces de que Alsan cojeaba y, aunque él no había dicho nada al respecto, supuso que se habría hecho una torcedura o un esguince. Se recordó a sí misma que debía curarlo a él también en cuanto instalaran a Shail en su habitación.

      —Alsan –le dijo a su amigo–, dime... ¿qué ha pasado exactamente?

      El rostro del joven se ensombreció.

      —Que hemos vuelto a llegar tarde, Victoria –respondió.

      Jack llevaba un buen rato sumido en sus sombríos pensamientos, cuando alguien llamó a la puerta de su cuarto y, al no obtener respuesta, la abrió un poco. Por un momento, Jack pensó que sería Alsan, que había ido a pedirle disculpas por haberle pegado o, por lo menos, para ver si se encontraba bien.

      —¿Jack? ¿Estás dormido?

      Era la voz de Victoria.

      —No, no estoy dormido.

      —¿Todavía estás enfadado?

      —Contigo, no.

      Ella percibió por su tono de voz que prefería no hablar del tema, y no insistió.

      —Alsan y Shail han vuelto de China –informó–. Por poco no lo cuentan, porque tuvieron que luchar contra Elrion y Kirtash, y Shail salió herido. Estaba muy mal y estuvieron a punto de no poder regresar...

      Se interrumpió, insegura; no sabía si Jack la estaba escuchando. El muchacho suspiró y se volvió hacia ella.

      —¿Y cómo está ahora?

      —He conseguido curarlo, pero está débil. Tardará un poco en recuperarse.

      Jack sonrió.

      —Bien por ti. Eres mejor maga de lo que crees.

      Victoria sonrió, incómoda.

      —Alsan está de mal humor, de todas formas –añadió–. La misión ha salido mal. Llegaron tarde.

      A Jack se le revolvió el estómago. Recordó las palabras que el líder de la Resistencia le había dirigido un rato antes: «la vida de alguien puede correr peligro, y cada minuto es crucial».

      —¿Qué..., quién era?

      —Hechiceros celestes. Un grupo de cinco, tal vez una familia, no estamos seguros.

      Jack se sintió peor todavía. Los celestes eran seres parecidos a los humanos, pero más altos y estilizados, de cráneos alargados y sin pelo, enormes ojos negros y fina piel de color azul celeste. Como todos los idhunitas no humanos exiliados en la Tierra, seguramente aquellos cinco habrían ocultado su identidad bajo un hechizo ilusorio que los habría hecho parecer humanos a los ojos de todos. Pero, cuando morían, el hechizo se desvanecía, y los magos recuperaban su verdadera apariencia. Jack sabía pocas cosas acerca de los celestes, pero sí conocía su rasgo más característico: eran criaturas pacíficas que jamás intervenían en una pelea. Conceptos como el asesinato, la violencia, la guerra o la traición ni siquiera existían en la variante de idhunaico que ellos hablaban. Asesinar a un celeste a sangre fría era casi peor que matar a un niño.

      En cualquier caso, eran hechiceros, y habían escapado de Idhún. Para sus enemigos, no dejaban de ser renegados, una amenaza al fin y al cabo; seguramente por eso se los habían señalado a Kirtash como objetivo.

      —Kirtash se estaba deshaciendo de los cuerpos cuando llegaron ellos –añadió Victoria, adivinando lo que pensaba–. Probablemente ya estaban muertos cuando el Alma lo detectó.

      Jack apretó los puños con rabia. No se podía ser más despiadado y maquiavélico de lo que era Kirtash. Era asombroso hasta dónde era capaz de llegar, y solo con quince años. Por el bien de todos, era mejor que aquel sorprendente joven no alcanzara la edad adulta.

      Como el chico no dijo nada, Victoria se separó de la puerta y concluyó:

      —Voy a ver cómo sigue Shail. Lo he dejado dormido, así que, si quieres ir a verlo, mejor será que esperes un poco a que recupere la conciencia.

      —Vale. Buenas noches.

      —Buenas noches.

      Victoria se fue, y Jack se quedó solo de nuevo. Pero en esta ocasión no se sintió mejor. Descubrió