Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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tallado, un rostro de ojos rasgados y facciones sobrehumanas, que sonreía misteriosamente...

      —¡Jack!

      Jack volvió a la realidad. Junto a él estaba Alsan, ceñudo.

      —No lo mires, chico –le advirtió–. Está deseando que vuelvan a empuñarlo; se alimenta de sangre y lleva varios siglos en ayunas. Y se necesita una voluntad de hierro para controlarlo, ¿sabes?

      —Bromeas –soltó Jack, estupefacto.

      —Nunca bromeo –replicó Alsan, muy serio–. La mayor parte de las armas legendarias tienen un espíritu, un alma. En realidad yo no suelo confiar mi vida a ningún arma que piense por sí misma, pero nos encontramos en unas circunstancias muy especiales. No tenemos otra opción.

      —¿Y cuál sueles empuñar tú?

      Alsan se detuvo ante una magnífica espada cuya empuñadura tenía la forma de un águila con las alas extendidas.

      —Sumlaris, la Imbatible –dijo con respeto–. Fue forjada por y para caballeros de la Orden de Nurgon. Quizá por eso nos entendemos tan bien. Que se sepa, es la única capaz de resistir las estocadas de Haiass, la espada de Kirtash –pronunció el nombre del arma de su enemigo con cierta repugnancia.

      —¿La única? –Jack se volvió hacia él, interesado.

      Alsan vaciló.

      —Bueno... no exactamente –admitió el joven príncipe. Jack sonrió. Empezaba a conocer a Alsan y sabía de qué pie cojeaba. A pesar de que parecía claro que no quería revelarle más, su código de honor le prohibía mentir.

      —¿Hay otra?

      Alsan frunció el ceño, pero lo guió hasta una estatua que representaba un imponente hombre barbudo que sostenía una espada en las manos. Jack lo miró, intimidado.

      —Es una imagen de Aldun, el dios del fuego y, según la tradición, padre de los dragones –dijo Alsan en voz baja–. Y la espada que sostiene es Domivat. Nadie la ha empuñado desde hace siglos. Se dice que fue forjada con fuego de dragón.

      Jack la miró. Era un arma magnífica. Su empuñadura, labrada en oro, tenía tallada la figura de un dragón de refulgentes ojos de rubí. La hoja despedía un leve centelleo rojizo. Parecía que la luz arrancaba reflejos flamígeros del mágico metal. Inconscientemente, Jack alargó una mano.

      —¡No la toques! Jack retiró la mano.

      —Te quemarías –explicó Alsan–. Habría que congelar el pomo para que pudieras blandirla sin abrasarte. Tal vez Shail pueda hacerlo, pero no creo que sea una buena idea.

      Jack asintió, tragando saliva. Iba a preguntar algo más, pero Alsan le dio la espalda y salió de la cámara. Jack lo siguió, sin ganas de quedarse solo en un lugar donde había cosas tales como dagas sedientas de sangre.

      Cuando volvieron a la sala de entrenamiento, Jack cogió la espada de nuevo. Alsan se volvió para mirarle.

      —¿Qué pretendes? Creo que ya basta por hoy, chico.

      —Yo quiero seguir.

      —Te advierto que voy a darte una paliza.

      Jack alzó su arma.

      —Eso lo veremos.

      Sin embargo, un carraspeo los interrumpió. Los dos se volvieron. Shail los miraba desde la puerta, muy serio.

      —Alsan –dijo–, tenemos que hablar.

      El joven príncipe dejó a un lado la espada de entrenamiento y salió de la sala tras Shail, sin una palabra. Jack se quedó allí, parado, con la espada en la mano y muy intrigado. Sabía que Alsan, Shail y Victoria hablaban a menudo de cosas que él no comprendía, y que confiaban en él solo hasta cierto punto. Hasta entonces aquello no le había molestado, no mientras la Resistencia le ofreciera lo único que quería en aquellos momentos de su vida: un modo de vencer a Kirtash y Elrion, los asesinos de sus padres, y un refugio seguro hasta que estuviera preparado para enfrentarse a ellos. Y lo demás le importaba bien poco, porque, a pesar de todo, no se sentía parte de Idhún ni compartía los ideales de la Resistencia.

      Jack se encogió de hombros y fue a darse una ducha fría. Pero cuando salió del cuarto de baño, con el pelo mojado, y pasó por delante de una puerta cerrada, oyó a Shail pronunciar el nombre de Victoria, y se acercó de puntillas para pegar el oído a la puerta.

      —Entonces, la ha encontrado –oyó murmurar a Alsan desde el interior de la estancia–. Sabíamos que tarde o temprano ocurriría. Y sabes lo que debes decirle: que abandone su casa y venga a vivir aquí, a Limbhad. Es la única manera de que esté segura.

      —Pero no podemos hacer eso –replicó Shail–. Es una niña, ¿no lo entiendes? Tiene doce años, tiene una casa, una familia, una vida. No podemos pedirle que lo deje todo atrás.

      —Kirtash la matará, Shail. Sabes perfectamente que va tras ella. No es la primera vez que está a punto de atraparla.

      —Aquella vez fue en Suiza. En esta ocasión ha sido en Madrid. Kirtash no tiene modo de saber que esa es la ciudad donde vive.

      —A estas alturas, ¿no deberías haber aprendido ya a no subestimarlo?

      Hubo un breve silencio.

      —La persiguió en el metro –explicó Shail–. No la siguió hasta su casa.

      —Pero la ha visto –hizo notar Alsan–. Ya sabe cómo es.

      —Sí. Maldita sea –suspiró Shail–. Kirtash jamás olvida una cara. ¿Qué debemos hacer?

      —Estar alerta, tal vez –respondió Alsan tras un momento de silencio–. Puede que no se moleste en buscarla. Al fin y al cabo, Victoria es solo una niña y, como tú has dicho alguna vez, su poder mágico no es gran cosa. Seguramente ella no saldría con vida si volvieran a encontrarse, pero para ello tendría que ponerse a buscarla. Y sabes que Kirtash no tiene tiempo para esas cosas porque va detrás de un objetivo mayor.

      —Sí –la voz de Shail sonó muy aliviada de pronto–. Sí, es verdad. Por suerte, Kirtash no sabe lo que nosotros sabemos acerca de Victoria: que en algún momento de su vida se cruzó con Lunnaris. Si lo supiera...

      Jack dio un respingo. Era la primera vez que oía pronunciar aquel nombre, Lunnaris, y escuchó con más atención.

      —... Si lo supiera, Shail, no intentaría matarla –hizo notar Alsan–. Se la llevaría consigo para sonsacarle toda esa información, y no me cabe duda de que lo conseguiría, a pesar de que ella no la recuerda. Hoy por hoy, Victoria es la única pista que tenemos para llegar hasta Lunnaris. Por eso creo que deberíamos protegerla aquí en Limbhad. Pero, por otro lado... –calló un momento–. Por otro lado –continuó–, estoy viendo a Jack todos los días aquí encerrado, sin ver la luz del sol, sin ningún lugar a donde ir, sin nada que hacer a excepción de entrenar con la espada todo el día, y confieso que me sentiría culpable si condenara también a Victoria a una vida como esa. Por más que ella parezca sentirse a gusto aquí.

      —Ahora está muy asustada. Quizá no quiera volver a su casa en algún tiempo.

      —No es una buena idea. O vuelve antes de que nadie la eche de menos, o no vuelve nunca más. Pero si tarda en regresar, su abuela se preocupará y comenzará a buscarla, y eso podría poner a Kirtash sobre la pista y llevarlo directamente al lugar donde ella vive en la Tierra.

      —Entonces, ¿qué propones?

      —Dejar que ella decida –dijo Alsan tras pensárselo un momento–. Creo que es la mejor opción. Ve a hablar con ella y pregúntale...

      —No, ahora no –cortó Shail, con firmeza–. Estará con Jack, seguramente. Necesitará desahogarse.

      Jack se sintió culpable. Hacía un buen rato que sabía que Victoria había sido atacada por Kirtash y, en lugar de ir corriendo para ver si se encontraba bien o necesitaba algo,