Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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vivido en muchos sitios, pero al final nos instalamos en Dinamarca, en Silkeborg, cerca de donde vive la familia de mi madre. Ellos nunca han hecho nada raro, ni han mencionado Idhún, ni nada que se le parezca. En cambio, yo...

      Se estremeció, preguntándose si debía contarlo. Por fin se decidió a continuar:

      —A veces me pasan cosas. Cosas que tienen que ver con el fuego.

      —¿Qué clase de... cosas?

      —Provoco incendios a mi alrededor. No muy a menudo, solo me ha pasado un par de veces en toda mi vida, o tres, creo, porque ya ocurrió cuando yo era pequeño, aunque no me acuerdo: me lo contó mi madre. Pasa cuando me asusto o me enfado... pero la otra noche sucedió cuando estaba durmiendo. Tuve un sueño muy raro... un sueño que se repite, por cierto, y que se parece mucho a lo que he visto hace un rato en esa biblioteca vuestra. Esta vez vi a una de esas serpientes gigantes... muy cerca, y con mucha claridad. Confieso que siempre he tenido fobia a las serpientes, así que para mí fue una pesadilla muy desagradable. Recuerdo haber gritado en sueños...

      »Cuando me desperté, mi habitación estaba en llamas. No me pasó nada, porque pudimos apagar el fuego a tiempo, pero mis padres se asustaron mucho. Y lo peor es que, aunque no sabíamos qué había provocado el incendio... para mí estaba muy claro. Las llamas habían formado un anillo a mi alrededor, yo era el centro, ¿entiendes? Yo era el causante.

      Victoria inspiró profundamente. Parecía que iba a decir algo, pero cambió de idea y permaneció en silencio.

      —Se llama piroquinesis, creo –prosiguió Jack–. Provocar fuego con tu mente. He investigado un poco.

      —O tal vez sea magia –dijo Victoria a media voz–. Deberías hablar con Shail. Es el mago del grupo. Entiende de estas cosas, y tal vez te lo pueda explicar.

      —Después del incendio –siguió recordando Jack– fui al colegio, como todos los días, pero tuve la sensación de que algo marchaba mal en casa. Y cuando volví por la tarde... bueno, mis padres... estaban... –No fue capaz de pronunciar la palabra; carraspeó para deshacer aquel incómodo nudo de su garganta, y prosiguió–: No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Un día, dos, tal vez tres. ¿Cómo saberlo en este lugar donde nunca sale el sol? Y, sin embargo... parece que ha sido una eternidad.

      —Lo siento mucho –repitió Victoria en voz baja; Jack alzó la cabeza para mirarla.

      —Ha sido culpa mía, lo sé. Todo iba bien hasta que... incendié mi habitación, y no sé cómo diablos lo hice, ni por qué –se miró las manos, desconsolado–. Maldita sea, ya casi lo había olvidado, estaba convencido de que podría llevar una vida normal... y de pronto me volvió a pasar, y horas después alguien... atacó a mis padres... No puede ser casualidad. Fui yo, era a mí a quien buscaban. Nunca podré perdonármelo.

      Hundió el rostro entre las manos, desolado. Victoria le oprimió el brazo suavemente, tratando de consolarlo. Jack alzó la cabeza de nuevo y la miró.

      —¿Crees de verdad que yo procedo de Idhún?

      Ella titubeó.

      —No estoy segura; tu historia es un poco extraña. Verás, solo hace tres años que los sheks se hicieron con el poder en Idhún y comenzó el exilio hacia la Tierra. Si hubieses venido de allí, te acordarías, ¿no?

      —Claro que sí. Yo nací en la Tierra, tengo pruebas: fotos, mi partida de nacimiento... mucha gente podrá decirte que existo en mi propio planeta desde hace trece años. Además –añadió, en voz baja–, todos dicen que tengo los ojos de mi padre. No puedo ser...

      —... ¿adoptado? –sugirió Victoria en voz baja, adivinando lo que pensaba; Jack asintió–. ¿Qué te hace pensar eso, Jack?

      —Pues... –el chico titubeó–, está el hecho de que yo no soy como mis padres. Hago cosas raras, ¿entiendes? Y ya son demasiadas coincidencias. Los incendios, los sueños, la visión de la biblioteca... nadie podía saberlo, nunca he contado a nadie esas pesadillas. Y ahora parece que esas cosas raras están relacionadas... con Idhún, con vosotros. Pero mis padres eran gente normal. ¿De dónde he salido yo, entonces? ¿Quién soy? ¿Por qué soy así?

      —Jack –susurró Victoria–. Si tus padres no fuesen idhunitas, Kirtash no los habría atacado. Nunca... nunca hace daño a nadie que no sea uno de sus objetivos.

      «Te estaba buscando», recordó Jack.

      —No –dijo Jack–. El objetivo era yo, no ellos, estoy convencido. Por muy extraño que me parezca, está claro que tengo algo que ver con Idhún, aunque nunca antes haya oído hablar de ese lugar. Pero, ¿qué?

      —Te pasa como a mí –dijo Victoria a media voz–. Tengo doce años y siempre he vivido en la Tierra. Sin embargo, también he tenido esos sueños, y Shail dice que tengo aptitudes para la magia. Además, también a mí intentó matarme Kirtash –inspiró profundamente antes de añadir–: Shail me rescató. Justo a tiempo. Ni siquiera llegué a mirar a Kirtash a la cara, si lo hubiera hecho...

      No terminó la frase.

      —Lo siento mucho –murmuró Jack–. Pero, ¿cómo nos encontró Kirtash? ¿Es que tiene un radar para descubrir a... gente como nosotros?

      —Algo parecido. Detecta la magia. Eso es difícil en un mundo como Idhún, que rebosa magia por los cuatro costados; pero en la Tierra, donde es tan escasa, cualquier alteración en el tejido de la realidad producida por la magia se nota muchísimo más. Kirtash puede percibir eso. No sabemos cómo lo hace, pero es capaz de llegar al lugar donde se ha producido el fenómeno en pocas horas. Y nosotros... bueno, nosotros simplemente detectamos a Kirtash. Siempre que se mueve intentamos alcanzarlo para evitar que mate a nadie más, pero vamos por detrás, ¿entiendes? No siempre llegamos a tiempo.

      —Entonces yo tenía razón –dijo Jack en voz baja–. Yo tuve la culpa. El incendio del otro día... Kirtash debió de detectar eso.

      —No, Jack. No ha sido culpa tuya. No lo hiciste a propósito, y quién sabe... tal vez Kirtash ya estaba tras vuestra pista.

      —No, no, no, ha sido culpa mía –cerró los ojos, destrozado–. Maldita sea... toda mi vida se ha vuelto del revés por culpa de algo que no entiendo y no puedo controlar. Si pudiera volver atrás... si pudiera cambiar algo...

      —Pero no puedes, Jack. No te tortures de esa forma. Eres como eres, y ya está, ¿de acuerdo? Si es verdad que posees poderes mágicos, no lo veas como una maldición, sino como un don con el que podrás hacer grandes cosas..., cosas buenas.

      Jack guardó silencio durante unos instantes, asimilando sus palabras. Entonces recordó algo que ella había dicho y la miró, inquieto:

      —Pero, si es verdad que Kirtash detecta la magia... y tú acabas de usarla... para curarme... ¿no nos pone eso en peligro?

      —Estamos en Limbhad –le recordó Victoria, sonriendo–. Aquí no hay peligro de utilizar la magia; Kirtash no puede detectarla porque ni siquiera sabe cómo llegar hasta aquí.

      —Pero... ¿cómo se llega a este lugar? ¿Mediante la magia?

      —Sí y no. ¿Te he hablado del Alma?

      —¿Te refieres a esa cosa que, según tú, me ha mostrado lo que pasó en Idhún?

      Victoria sonrió.

      —El Alma es el espíritu de Limbhad, su corazón y su mente. Es la conciencia de este... micromundo, así que los magos que crearon la Casa en la Frontera se aseguraron de establecer un canal de comunicación con ella. Al hallarse en un mundo que se encontraba en el límite entre otros dos mundos, el Alma bebe de la energía de Idhún y de la energía de la Tierra. Por eso puede mostrarnos muchas cosas desde aquí, aunque no todo lo que desearíamos.

      —¿Y puede llevaros de un lugar a otro? Victoria asintió.

      —Bueno, en realidad se necesita poseer algo de magia para contactar con el Alma de esa manera. Quiero decir, que cualquiera podría comunicarse con ella,