Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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viajes de Limbhad a la Tierra, y de la Tierra a Limbhad. En realidad es fácil.

      —Entonces, cualquiera con poder mágico podría llegar hasta aquí, ¿no?

      —No. El Alma es un ser inteligente y actúa de guardiana. Conoce a los habitantes de Limbhad, y solo a nosotros nos permite el paso.

      —¿Y cómo lo haces? ¿Recitas algunas palabras mágicas o algo así?

      —No, basta con concentrarse para contactar con el Alma. La llamo mentalmente y ella acude, me recoge y me trae hasta aquí. Yo vengo siempre que puedo, todas las noches y también alguna tarde, para aprender a utilizar mi magia, con Shail.

      —Pero ¿por qué quieres desarrollar tu magia? Por lo que me has contado, si la utilizas fuera de Limbhad, Kirtash te encontrará...

      Victoria se estremeció otra vez.

      —Lo sé, pero si realmente mi origen está en Idhún, Kirtash no tardará en encontrarme de todas formas. Y si lo hace, me gustaría tener alguna oportunidad de defenderme –respiró hondo–. Shail dice que solo podremos derrotarlo mediante la magia.

      Jack calló un momento, pensando.

      —¿Y crees que yo podría aprender magia? –preguntó por fin.

      —Depende de si posees el don o no. Primero, Shail tendrá que comprobar si tu poder sobre el fuego tiene que ver con la magia... o tiene un origen diferente.

      —Pues ojalá lo averigüéis pronto –dijo Jack, con calor–, porque, de verdad, necesito saberlo. Necesito saber si lo que les ha pasado a mis padres ha sido culpa mía o...

      —De modo que estáis aquí –dijo una voz a sus espaldas.

      Los dos chicos se volvieron. Tras ellos estaba Alsan, serio, sereno y majestuoso, como una estatua griega. Miró a Jack, y después a Victoria. La muchacha lo entendió a la primera.

      —Os dejo solos –murmuró–. Tenéis mucho de qué hablar.

      Alsan no dijo nada, y Jack tampoco. El joven esperó a que Victoria se alejara para sentarse junto a él.

      —Creo que no me he presentado. Me llamo Alsan, hijo del rey Brun, príncipe heredero del reino de Vanissar y líder de la Resistencia de Limbhad.

      Jack sonrió.

      —Anda ya. ¿En serio eres un príncipe?

      Alsan lo miró, tratando de decidir si se estaba burlando de él o no. Pero el brillo de los ojos de Jack era amistoso, de modo que el joven sonrió también. Parecía que no estaba muy acostumbrado a sonreír.

      —Soy un príncipe. O, al menos, lo era. Hace tres años que dejé mi mundo, bajo la amenaza de una de las más terribles invasiones que ha sufrido en su historia. Ni siquiera sé si mi padre vive todavía. Puede que yo ya sea rey. O puede que mi reino haya sido arrasado, y ya no quede nada de él o de mi gente.

      Hablaba en tono desapasionado, pero Jack percibió en su voz una nota de amargura contenida.

      —¿Por qué te fuiste, entonces? –quiso saber.

      —Para cumplir una misión. Debía detener a Kirtash a toda costa, pero... en fin, las cosas se están complicando un poco –lo miró directamente a los ojos–. Lamento que no llegáramos a tiempo.

      Jack respiró hondo. Después de haberse desahogado en el hombro de Victoria se sentía más tranquilo. El dolor seguía estando ahí, pero al menos podía ver las cosas con un poco más de perspectiva.

      —Me salvaste la vida –dijo, sacudiendo la cabeza–. Ese tal Kirtash me miró a los ojos y yo... supe que iba a morir. Y entonces llegaste tú y me apartaste a un lado para enfrentarte a él. Ahora lo recuerdo. No debes pedir disculpas. Soy yo quien debe darte las gracias.

      Alsan las aceptó con una inclinación de cabeza. Permanecieron los dos en silencio un rato, contemplando el silencioso torbellino que envolvía el micromundo de Limbhad.

      —Es todo tan... extraño –murmuró Jack.

      —Lo entiendo –asintió Alsan y vaciló antes de añadir–: A mí me sucedió lo mismo cuando llegué a la Tierra. Es un mundo demasiado diferente al mío. Creo que nunca llegaré a entenderlo del todo.

      Jack recordó, en cambio, lo cómodo que se sentía Shail con la tecnología, los idiomas y las ropas terrestres, y se sintió tentado de sonreír. Pero no lo hizo, porque intuía que Alsan era orgulloso, y le había costado confesar que había alguna situación que podía superarlo.

      —Y ahora, ¿qué voy a hacer? –murmuró–. Shail dice que no puedo volver a casa. Kirtash va detrás de mí y, ahora que lo pienso... si voy a casa de algún amigo o familiar, los pondré en peligro a ellos también. Y, sin embargo –sacudió la cabeza, desalentado–, no puedo quedarme aquí para siempre.

      —¿Qué quieres hacer? –le preguntó Alsan–. ¿Luchar?

      —Sí. No. No lo sé, solo sé que quiero hacer algo, lo que sea. Pero... –recordó aquella sensación de pánico cuando la fría mirada de Kirtash lo había atravesado; pero el pánico se mezcló con el odio, generando un sentimiento difícil de catalogar–. No podría enfrentarme a él.

      —Yo puedo arreglar eso –se ofreció Alsan–. Puedo enseñarte a defenderte. Para que, al menos, si decides salir ahí fuera, tengas una oportunidad.

      —A defenderme, ¿cómo? ¿Como haces tú? ¿Con la espada?

      Alsan asintió.

      —Pero, según Shail, solo la magia puede derrotar a Kirtash –objetó Jack, confuso.

      —Es que yo no utilizo cualquier espada –sonrió Alsan–. La armería de Limbhad está llena de armas mágicas, algunas legendarias, que llegaron hasta aquí de alguna manera en los tiempos antiguos.

      —¿Armas mágicas? –repitió Jack–. ¿De verdad existen esas cosas?

      Alsan asintió, pero no dio más detalles.

      —¿Y no sería más efectiva una pistola, o algo por el estilo?

      —Sé lo que son las pistolas, y no me gustan –gruñó Alsan, repentinamente serio–. No hay nada de noble ni valiente en matar a distancia. Además, Kirtash acabaría contigo antes de que lograses disparar. En cambio, las armas legendarias otorgan cierta protección a quien las lleva. El propio Kirtash maneja a veces una espada mágica.

      —Sí, lo he visto –murmuró Jack, sombrío.

      —Y hasta los asesinos como él deben cumplir las reglas que rigen ese tipo de armas. La primera de ellas es que, si dos espadas legendarias se encuentran, debe haber un duelo leal entre ambas. Aunque odie decirlo, Kirtash es un gran luchador, a pesar de ser tan joven. Pero a mí también me entrenaron bien. Y puede que algún día logre vencerlo de esa manera.

      Jack calló. Se quedó observando los límites de Limbhad un rato, pensativo. Alsan lo miró, esperando a que hablara. Se dio cuenta de que Jack ya no tenía aquel aspecto desconcertado y desvalido con el que había llegado a Limbhad. Había fruncido el ceño y los ojos le brillaban alimentados por una intensa rabia y una determinación de hierro.

      —Bueno –dijo Jack por fin, lentamente–. En primer lugar, quiero averiguar si puedo o no aprender magia. También me gustaría descubrir cuál es, exactamente, mi relación con Idhún, porque necesito saber quién soy, por qué soy así, y por qué... por qué murieron mis padres. Pero, en cualquier caso... –añadió, mirándolo de soslayo–, me gustaría también que me enseñaras a luchar con la espada.

      Alsan asintió, satisfecho.

      —Entonces, ¿quieres unirte a nuestra causa? Jack ladeó la cabeza y lo miró, pensativo.

      —¿Me ayudaréis a buscar respuestas?

      —Te ayudaremos en todo lo que esté en nuestras manos, Jack.

      El chico sonrió.