pasados. Un poco más allá, sin embargo, había una llamativa construcción posmoderna, de ladrillo rojo y tejados grises, cuya estructura trapezoidal estaba presidida por un gran patio en el que destacaba una estatua que representaba un hombre sentado. Sin embargo, lo que llamó su atención fue la sombra que se alzaba sobre una de las azoteas, contemplando la ciudad que se extendía ante él. Era casi imposible verle, puesto que vestía de negro y su figura se fundía con el cielo nocturno, pero Jack lo detectó de inmediato, y se obligó a sí mismo, o a su representación astral, o lo que fuera, a acercarse más. La silueta, alta, esbelta y elegante, no inspiraba confianza. Su postura era engañosamente relajada; un observador atento habría percibido que, bajo aquella calma aparente, sus músculos estaban en tensión, como los de un depredador acechando a su presa.
Kirtash.
Jack se quedó apenas un momento inmóvil, conteniendo el aliento. No se hallaba allí físicamente, por lo que Kirtash no podía haberlo visto. Se quedó quieto, indeciso, hasta que vio que una segunda figura salía a la azotea. Era un hombre de cabello negro y facciones finas y aristocráticas. Jack no lo reconoció al principio, puesto que ya no llevaba la túnica, sino que vestía ropa normal, de calle, pero cuando estuvo más cerca supo enseguida quién era.
Elrion, el mago que había matado a sus padres.
Sintió que lo invadía la ira, pero recordó su intención de recabar información para ser útil a la Resistencia y se esforzó por mantenerse sereno; entonces se preguntó qué hacían aquellos dos en aquel lugar. Vio cómo el mago se acercaba a Kirtash y le tendía algo. Jack se acercó un poco más.
Era un libro, un volumen muy antiguo. No había nada escrito sobre la cubierta de piel gastada, pero Jack apreció el símbolo de un hexágono. Kirtash sonrió, satisfecho, cuando el mago abrió el libro y le mostró una página al azar. Jack se aproximó más, intentando leer lo que había escrito en ella; descubrió que los símbolos eran idhunaicos, pero aun así no logró descifrarlos, por lo que supuso que se trataba del lenguaje arcano, y lo invadió la curiosidad. ¿Dónde habían encontrado aquel libro? ¿Dónde estaban exactamente?
Kirtash cogió el libro y lo cerró de golpe. Jack quiso apartarse, pero... sin saber muy bien cómo, se encontró justo detrás de él. Y, aunque sabía que aquello era solo una visión, no pudo evitar sentirse inquieto.
Y entonces él se volvió.
Fue un movimiento tan rápido que el ojo de Jack apenas pudo captarlo. Pero cuando quiso darse cuenta estaba mirándolo a los ojos.
Los ojos de Kirtash, gélidos, letales.
Jack retrocedió, sin poder apartar su mirada de la de Kirtash. De nuevo tuvo aquella horrible sensación.
Frío.
Un espantoso estremecimiento lo recorrió de pies a cabeza mientras algo comenzaba a explorar su mente, como aquella vez, en Silkeborg. Y supo de nuevo que aquella mirada podía matarle. No sabía de dónde había sacado aquella idea, pero sí tuvo el absoluto convencimiento de que, aunque parecía absurda, era la verdad. Si seguía mirando a Kirtash a los ojos, moriría.
Trató de retroceder un poco más, pero estaba hipnotizado por aquella mirada.
Quiso gritar, pero las palabras quedaron congeladas en sus labios.
De pronto sintió que algo tiraba de él, y entonces todo comenzó a dar vueltas, y después se puso negro.
Se despertó en la biblioteca de Limbhad. Estaba en el suelo, respirando entrecortadamente y tiritando como si padeciese una hipotermia, y Alsan estaba ante él, zarandeándolo, furioso, gritando algo que al principio Jack no fue capaz de captar. Mareado, intentó incorporarse, mientras las palabras de Alsan comenzaban a tomar forma en su mente:
—¡¡... completamente chiflado, parece que no hayas aprendido nada de lo que te he enseñado!! ¡Nunca, nunca trates de enfrentarte a Kirtash tú solo! ¡Ha estado a punto de matarte!
—¿Có... cómo? –tartamudeó Jack, aún aturdido–. ¡Yo no estaba allí! Mi cuerpo...
—Kirtash mata con la mirada, Jack –era la voz de Shail; Jack enfocó un poco la vista y pudo distinguirlo detrás de Alsan–. Si alcanza tu mente, estás perdido. Suerte que hemos podido sacarte de allí a tiempo.
Alsan lo soltó.
—Eres un inconsciente, chico. ¿Todavía no sabes con quién te la estás jugando? ¡Nuestro enemigo ha sometido a todo un mundo y ha aniquilado a las dos razas más poderosas de Idhún en un solo día! ¿Y tú crees que puedes enfrentarte solo a un enviado suyo, alguien en quien ellos confían tanto como para encomendarle una misión como esta?
—Lo siento –murmuró Jack, algo enfurruñado.
Alsan suspiró, exasperado.
—Está bien, podría haber sido peor.
—Mucho peor –asintió Shail, examinando los luminosos contornos cambiantes de la esfera en la que se manifestaba el Alma–. No solo podrías haber muerto, sino que Kirtash podría haber llegado hasta nosotros a través de tu mente, y Limbhad habría dejado de ser un lugar seguro para la Resistencia.
Aquella revelación golpeó a Jack como una maza.
—No tenía ni idea –musitó, abrumado por las implicaciones de aquella posibilidad–. Lo siento, he sido un estúpido.
—Nos hemos dado cuenta –gruñó Alsan, incorporándose–. Vuelve a tu cuarto.
—Y trata de descansar –añadió Shail, para restar dureza a las palabras de su amigo–. Apuesto a que ahora tienes un bonito dolor de cabeza.
Jack obedeció, con el corazón encogido.
Volvió a su habitación, se tumbó sobre la cama y cerró los ojos. Cada vez que lo hacía pensaba que al abrirlos descubriría que todo había sido un mal sueño y que seguía en su granja, en Dinamarca, con su familia.
Pero eso nunca ocurría.
Aquella vez no fue diferente. Jack abrió de nuevo los ojos y vio el techo redondeado de su habitación de Limbhad. Aquel lugar era acogedor, y Jack se había esforzado por hacerlo más personal, pero seguía sin ser su casa.
En aquel momento, en concreto, se sentía más deprimido de lo habitual. Sentía muchísimo haber cometido la estupidez de espiar a Kirtash a través del Alma, y se preguntó si Alsan lo perdonaría por haber puesto su empresa en peligro por culpa de su precipitación y su insensatez. Deseó que se le pasara pronto el enfado. Se dio cuenta de que, a pesar de la frialdad con que lo había tratado en los últimos días, en realidad pocas cosas le importaban más que la amistad de Alsan. Quizá porque ya no le quedaba mucho más que conservar, aparte de su vida y su orgullo.
Alguien llamó a su puerta con suavidad. Jack pensó que se trataba de Shail, o de Victoria; se incorporó y murmuró:
—Adelante.
La puerta se abrió, y fue Alsan quien entró en la habitación. Jack lo miró, entre sorprendido y receloso.
—No hace falta que vuelvas a reñirme –le espetó, antes de que él pudiera decir nada–. Ya he pedido perdón.
Pero Alsan negó con la cabeza y tomó asiento cerca de él.
—No se trata de eso, chico. Tenemos que hablar.
Jack, todavía sentado sobre la cama, cruzó las piernas y apoyó la espalda en la pared.
— Ya sé lo que vas a decirme –murmuró–. No estoy preparado para pertenecer a la Resistencia, ¿verdad? Y nunca lo estaré.
Para su sorpresa, Alsan sonrió ampliamente.
—Nada más lejos de la realidad, Jack. Eres el alumno más prometedor que he tenido jamás.
Jack lo miró con la boca abierta.
—¿Me estás tomando el pelo?
—En absoluto.