Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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      Sin embargo, lo que más preocupaba a Kirtash era aquella rabia que sentía por dentro. No estaba acostumbrado a alterarse por nada, pero aquel muchacho, Jack, tenía la habilidad de sacarlo de sus casillas. Kirtash no sabía por qué, y detestaba no controlar sus propios sentimientos.

      —¿Kirtash? –preguntó Elrion, inseguro.

      —Teníamos compañía –dijo el chico con suavidad.

      —¿Qué? –el mago se volvió hacia todos lados–. Yo no he sentido nada.

      «No me sorprende», murmuró Kirtash en voz baja. Pero dijo:

      —No era un ser físico, ni tampoco espiritual, sino una conciencia. Por eso yo lo he sentido, y tú no. Un miembro de la Resistencia nos estaba espiando.

      —¡La Resistencia! –se burló el hechicero–. Son solo un grupo de muchachos. Jamás...

      —No los subestimes –cortó Kirtash–. También yo soy joven.

      —Eso es cierto –reconoció Elrion tras un breve silencio–. ¿Crees que se ha enterado de algo importante?

      Kirtash sonrió.

      —Eso espero –dijo.

      —¿Por qué? ¿Qué quieres decir?

      Kirtash no respondió. Aquel hechicero era el mejor que Ashran había logrado encontrar, y él lo sabía también, aunque no acabara de acostumbrarse a él. Para la forma de actuar del joven asesino, Elrion era demasiado ruidoso y llamaba mucho la atención. Además, jamás sería tan efectivo como él mismo. Pero no podía negar el hecho de que necesitaba un mago.

      Elrion malinterpretó su silencio.

      —¿Por qué no confías en mí? ¿Todavía estás molesto por lo de Silkeborg?

      Kirtash no dijo nada. Elrion respiró hondo. Sí, era cierto, se había precipitado con lo de aquel matrimonio; los había quitado de en medio sin dar a Kirtash la oportunidad de interrogarlos. Por no mencionar el hecho de que el chico se les había escapado en sus mismas narices.

      —Reconoce que voy aprendiendo –añadió el mago–. Hasta he cambiado mi túnica por esta ridícula ropa terráquea, como tú me dijiste.

      Kirtash se volvió hacia él, y Elrion retrocedió un paso, casi instintivamente. ¿Por qué aquel mocoso le daba tan mala espina? Sabía que estaba muy próximo a Ashran, el Nigromante, el poderoso aliado de las serpientes en Idhún, pero no era más que un crío con poderes sorprendentes. ¿O no?

      En cualquier caso, le molestaba, le molestaba muchísimo. Elrion había consagrado toda su vida a la magia, había renunciado a muchas cosas y sacrificado muchos años de su vida para llegar a ser un poderoso hechicero. Y no encajaba bien el hecho de ser superado de forma tan rotunda y evidente por un mocoso de quince años que ni siquiera era mago, a pesar de la extraña aura de poder que parecía irradiar.

      Pero, por desgracia, no podía hacer nada al respecto. Su señor, Ashran el Nigromante, había puesto a Kirtash al mando y, por mucho que le irritase, Elrion debía acatar sus órdenes.

      —Tengo mis propios planes –dijo Kirtash despacio–, y no son de tu incumbencia. No quiero interferencias esta vez.

      Elrion tardó un poco en responder.

      —Está bien –dijo finalmente–, aunque sabes que no eran esas las órdenes de Ashran.

      Kirtash no se molestó en contestar. Se volvió de nuevo hacia la ciudad, que bullía de actividad a sus pies, a pesar de lo avanzada de la hora, y la contempló como lo habría hecho un conquistador que llegase a un mundo nuevo y extraño, un mundo lleno de infinitas posibilidades por explorar.

      VI

      EL LIBRO DE LA TERCERA ERA

      J

      ACK esquivó la estocada de Alsan y contraatacó a la velocidad del rayo. El joven idhunita, sin embargo, lo estaba esperando, y paró la embestida.

      Jack lo vio y movió su espada en cuanto tocó la de Alsan, que tuvo que agacharse para evitar el golpe. Replicó con un ataque al flanco desprotegido de Jack. Sin embargo, para su sorpresa, se encontró con que la espada del muchacho lo estaba esperando. Los aceros chocaron y saltaron chispas. Ambos combatientes retrocedieron un poco y se detuvieron un momento, jadeando, observándose con cautela.

      —Aprendes rápido –observó Alsan.

      Jack sabía que aquello era un cumplido, y asintió, pero no sonrió. Se estaba esforzando mucho para recuperar el aprecio de Alsan, aunque sabía que lo había decepcionado e intuía que, a pesar de que habían hecho las paces, nada volvería a ser como antes.

      En Idhún, Alsan había sido un líder, un heredero educado en el deber, la disciplina y el esfuerzo. Pocos habrían aguantado como él la idea de que el destino de la Resistencia, y con él el de todo Idhún, estaban en sus manos.

      Él había cargado con aquella responsabilidad con total naturalidad. Lo había considerado un deber. Y era perfectamente consciente de la importancia de su misión. Por eso para él todo lo relacionado con la Resistencia y con la seguridad de Limbhad era de vital importancia.

      Y Jack había estado a punto de echarlo todo a perder.

      El chico sabía que no era culpa de Alsan. El idhunita le había instruido en el rigor, la serenidad, y el control sobre sus emociones. Era Jack quien, desoyendo todos sus consejos, se había precipitado, creyendo que todo estaba bajo control. Había sido un engreído y también un inconsciente.

      Después de descansar un par de días, había vuelto a sus lecciones con humildad, y parecía que Alsan le había perdonado, porque todo había vuelto a la normalidad. Pero había algo que ya no era igual.

      El chico alzó la espada. Vio a Alsan venir hacia él, pero se mantuvo en su puesto, firme y sereno, con la cabeza fría. Calculó el momento apropiado y entonces se movió hacia la derecha pero se desplazó hacia la izquierda, desconcertando así a su rival. Alsan quedó ligeramente desequilibrado y, cuando quiso darse cuenta, la punta de la espada de Jack apuntaba a su corazón.

      —Estás muerto –dijo Jack, con calma.

      Alsan lo miró con seriedad. Jack sostuvo su mirada, imperturbable. Entonces, lentamente, Alsan sonrió.

      —Caramba, chico –comentó–. No te he enseñado esa finta todavía.

      —Sí lo has hecho –replicó Jack–. Te vi hacerla el otro día. Simplemente tomé nota.

      Alsan lo miró con aprobación.

      —Veo que has aprendido la lección.

      Jack sabía que era una apreciación positiva, pero no pudo dejar de sentirse un poco herido. Sí, había sido un estúpido inconsciente. Ahora sabía que la rabia no lo llevaría a ningún lado. Alsan era un buen guerrero porque era también un buen estratega, y era capaz de mantener la sangre fría sin permitir que la ira cegase su visión objetiva de las cosas.

      —Basta por hoy –dijo Alsan, y Jack asintió sin discutir.

      Tiempo atrás, antes de haber visto a Kirtash a través del Alma, se habría sentido muy orgulloso de haber vencido a Alsan en el entrenamiento. Ahora, sin embargo, aunque se sentía satisfecho, no lo consideraba importante. «Aún tengo mucho que aprender», se dijo.

      Fue directamente al cuarto de baño a ducharse. Cuando salió, más relajado, vio a Victoria, que lo estaba esperando. Todavía vestía con el uniforme del colegio y parecía impaciente por enseñarle algo. Jack la siguió, intrigado, hasta el estudio. Victoria se sentó ante el ordenador y le señaló la imagen que mostraba el monitor.

      —Mira. ¿Es esto lo que viste?

      Jack echó un vistazo y el corazón le dio un vuelco. La pantalla mostraba una fotografía del edificio en el que había visto a Kirtash.

      —Lo has